La religión y la mitología inspiraron hasta finales del siglo XIX a artistas de todas las épocas y estilos. Dos excelentes libros recogen este legado a lo largo de la historia.
La Biblia como fuente
En Occidente la Biblia inspiró cientos de obras de arte, sobre todo en la escultura, la pintura y el dibujo. La cultura bíblica se alimentó de estas manifestaciones artísticas que eran a la vez interpretaciones de las creencias que en el ámbito religioso seguían la mayoría de los habitantes de la Europa que más tarde las trasladó al continente americano.
Un excelente libro de Gérard Denizeau publicado recientemente, “La Biblia explicada a través de la pintura” (Larousse) recoge, explica y contextualiza las escenas, los personajes y los símbolos de un gran número de cuadros cuyo tema es el de muchos pasajes bíblicos del Antiguo y del Nuevo Testamento que artistas pertenecientes a diversas épocas y estilos recrearon en sus obras.
En unos años en los que la enseñanza de la Biblia ha desaparecido de las escuelas y en los que se está perdiendo la cultura bíblica que acompañó a generaciones enteras, libros como éste pueden ser herramientas para recuperar un conocimiento que ha sido fundamental en la cultura de Occidente, independientemente de las creencias religiosas de cada cual.
El Antiguo Testamento pretende ser una especie de crónica gigantesca desde los orígenes del mundo, centrada en la historia del pueblo elegido por Dios, en donde se anuncia la llegada de un Mesías que va a salvar a la humanidad. Las Escrituras recogen acontecimientos y mitos que el arte recreó a su manera, desde la creación, el diluvio universal y la Torre de Babel al éxodo y las plagas de Egipto, poniendo rostro a personajes como Noé, Abraham o Moisés.
En el Nuevo Testamento es la figura de Jesucristo la que protagoniza los episodios representados por los artistas en sus cuadros (aquí ordenados cronológicamente), aunque tras su muerte y resurrección se recoge la evolución del cristianismo y los acontecimientos narrados en los Hechos de los Apóstoles y el Apocalipsis. A veces la iconografía obedece más a la devoción de los artistas que a los textos de las Escrituras
De todo este material Gérard Denizeau ha elegido cincuenta escenas pintadas por artistas que vivieron desde la Edad Media hasta el siglo XX, de los frescos románicos a Van Gogh, Marc Chagall o Salvador Dalí, con presencia mayoritaria de creadores del Renacimiento italiano (Masaccio, Miguel Ángel, Rafael). El resultado es una obra visual que recrea el universo bíblico desde épocas diferentes y bajo miradas alejadas en el tiempo y el espacio y que sin embargo muestran un resultado artístico coherente.
Cada cuadro se acompaña del texto bíblico original, se explican su estructura y su composición y se identifican los personajes principales y secundarios. Cuando es posible, se presenta un mismo acontecimiento desde la mirada de diferentes artistas.
Mitologías
En uno de los últimos cuadros de “La Biblia explicada a través de la pintura”, aquel en el que Miguel Ángel representa el “Juicio final”, aparece en la parte inferior un personaje de la mitología clásica, el barquero Caronte, encargado de trasladar las almas desde la orilla de la vida a la de la muerte. Así era representada a veces la religión católica en el arte, mezclada con alegorías y leyendas mitológicas.
Miguel Ángel Elvira Barba y Marta Carrasco Ferrer acaban de rendir uno de los más bellos homenajes al Museo del Prado, ahora que se cumple el segundo centenario de su fundación, con el libro “Los mitos en el Museo del Prado” (Guillermo Escolar Editor), un trabajo ejemplar que recoge todas las obras de la pinacoteca madrileña cuyo tema principal es el de la mitología clásica grecolatina, desde las esculturas de la época romana imperial a partir del siglo V a. C, traídas a España por Felipe V e Isabel de Farnesio, hasta los cuadros de Goya dedicados al tema en el siglo XIX.
Cada obra se estudia con detenimiento, se contextualiza dentro de la época a la que pertenece y se especifican las circunstancias históricas que determinaron su llegada al museo. Se añaden los textos clásicos donde se habla de los mitos y de los personajes (principales y secundarios) que protagonizan las escenas representadas y se explica el simbolismo de cada una de ellas, así como las diversas interpretaciones y tesis sobre algunas.
A lo largo de este libro circulan obras y autores muy conocidos, cuadros y esculturas que resultarán familiares, mil veces reproducidas en manuales y libros de arte, junto a otras que pueden haber pasado desapercibidas a los visitantes del Prado.
Están los grandes cuadros de Tiziano dedicados a la mitología, muchos de los cuales fueron pintados para colgar en los camerinos íntimos para deleite y placer de la vista de reyes y cortesanos. Obras de Tintoretto, Veronese, Carracci o los Bassano. Hay capítulos dedicados a artistas como Velázquez y Goya, a los mitos pintados por Rubens y a sus trabajos para la Torre de la Parada, a los pintores del neoclasicismo, el barroco y el rococó, un estilo en el que los artistas ya comenzaron a representar a los dioses con caracteres más humanos, hasta terminar en un siglo XIX donde la mitología clásica fue perdiendo protagonismo frente a otros motivos entonces emergentes.