Hay viajes que cambian la vida de sus protagonistas, como el del joven abogado, en Drácula, o el de la joven institutriz en Rebeca. Alguien que deja su acomodada o anodina vida para adentrarse en el misterio, en el miedo a lo desconocido, movido no por su afán de aventura, riesgo o fortuna, sino por imperativos laborales ineludibles.
Una víctima inocente que verá alterada su vida para siempre por virtud del misterio investigado hasta sus últimas consecuencias. Como en Drácula, en La mujer de negro hay cartas a los seres queridos y parece que a través de estas cartas viaje el maleficio, o el virus, o llámese como se llame.
Hoy sería internet, que también tiene virus. Y si bien los Cárpatos son sustituidos aquí por los terrenos pantanosos del Norte de Inglaterra, más familiares, aquí como allí uno se halla en vilo hasta el final esperando y temiendo al mismo tiempo que el maleficio fantasmal de aquellos territorios inexplorados por la razón alcance a sus seres queridos en Londres, que viaje con él hasta su despacho e incluso hasta su hogar, y que ese contagio de un mundo a otro no se sacie nunca hasta destruirlos también a ellos. Y parece que no, pero ahí estamos. O ahí «está».
Tal ocurre en La mujer de negro, una adaptación de la novela homónima de Sussan Hill, publicada en 1983 y adaptada por Stephen Mallatratt con este argumento: El joven abogado de Londres Arthur Kipps se ve obligado a dejar a su hijo de tres años y a su mujer Stella (¡Stella!, ¡Stella!) para viajar al remoto pueblo de Crythin Gifford y encargarse de los asuntos del propietario recientemente fallecido de Marsh House. Sin embargo, cuando llega a la vieja y escalofriante mansión, y aún antes por el camino, descubre siniestros secretos del pasado de los lugareños, y su inquietud no hace más que aumentar cuando vislumbra a una misteriosa mujer vestida enteramente de negro.
He de confesar que nunca había visto en un teatro reproducido casi en 3D el horror, la cara o múltiples caras del horror gótico en estado puro que, desde los distintos ángulos del fabuloso anfiteatro de la sala Guirau, te asaltan en tu butaca, merced a la utilización casi mágica de luces y sonidos. Yo tuve a Emilio (así con esta familiaridad que da la cercanía en las tinieblas lo llamo Emilio a secas) resoplando junto a mi butaca en la última fila atrás del todo y sin saber de quién se trataba hasta que, enfocado por un potentísimo fogonazo, lo veo salir como un rayo hacia el escenario donde hacía tan sólo unos instantes acababa de… Que era el abogado Kipps el que estaba allí a mi lado con sus fatigas.
Para estos saltos, viajes y cambio de carruajes a través de ciénagas espesas y neblinas engullidoras, hay que estar muy en forma; porque los viajes son constantes y, reales o fingidos, hay que hacerlos sin pasarse nada por alto hasta lograr esa transformación milagrosa de la acción dramática. Para ello no escatiman tiempos ni suertes, exigiendo al espectador un esfuerzo nada usual que se verá recompensado, pero sin condescendencias a modas ni ultrajes innecesarios. Todo, naturalmente, por el genio de un actor veterano y afamado, Emilio Gutiérrez Caba, y de otro mucho más joven y televisivo, Iván Massagué, que entre los dos desenvuelven los múltiples personajes de la acción, apoyados por el magistral trabajo de los ingenieros de luces y sonido. Hay que estar muy atentos durante las casi dos horas que dura la acción, pero merece la pena y al público se le ve entero, agradecido e ilusionado.
Este atrevimiento sólo lo puede tener alguien muy capacitado y ello lo justifica Emilio Gutiérrez Caba, actor y director de la obra, así: «La gran ventaja de mi generación es que hemos trabajado todos los días, para nosotros el escenario es un lugar acogedor. La cuarta pared existe pero nos vemos protegidos por las bambalinas. En cambio los jóvenes, su generación no va a tener la fortuna de trabajar todos los días en el teatro.»
Confiesa, además, que se sabe la obra de memoria en todos y cada uno de sus recovecos -fue en 1998 cuando la representó por vez primera-, lo cual, hay que reconocer que también ayuda. Por otra parte, piensa que «es una obra que hay que retomarla de vez en cuando, sobre todo para quien se inicia en el teatro.» Por cierto que Narciso Ibáñez Serrador alabó enormemente esta obra teatral.
Ficha de la obra:
- La mujer de negro: Sussan Hill, 1983, adaptación de Stephen Mallatratt
- Dirección: Emilio Gutiérrez Caba
- Reparto: Emilio Gutiérrez Caba e Iván Massagué
- Iluminación y sonido: Eduardo Soriano y Pablo Fernández
- Hasta el 1 de junio en el Teatro Fernán Gómez
- (El jueves 22 de mayo, encuentro con el público, actividad con entrada libre)