Si la Unión Europea no nos acepta, habrá que pensar en otros esquemas de integración. Turquía dirigirá sus miradas hacia Asia, hacia los países con los que compartimos una historia común, una cultura y una civilización similar, me confesaba a comienzos de 2003 el ex primer ministro turco, Bülent Ecevit, un pacifista y europeísta convencido.
Aparentemente, Ecevit estaba más preocupado por las reiteradas negativas de los eurócratas de Bruselas que por la victoria del islamista Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) en las elecciones generales celebradas a finales de 2002. Somos turcos; el rumbo de nuestra historia lo tendremos que decidir entre todos. Nuestros referentes: el pasado de este país, del Imperio Otomano.
Bülent Ecevit no parecía muy propenso a hablar del glorioso pasado imperial de su país; pertenecía a la generación de socialdemócratas modernos, imbuidos por la doctrina kemalista. Su mensaje podía resumirse en pocas palabras: Turquía, país moderno, laico y democrático. Pero, eso sí, un país cuyas instituciones parecían incapaces de combatir eficazmente la violencia y la corrupción, lastres para una sociedad predispuesta a mirar hacia el futuro, hacia la modernidad centroeuropea, hacia una sociedad desarrollada, pero que… recelaba del mahometismo.
¿Ingresar en la UE? Un sueño, una quimera. Los políticos turcos, los expertos en relaciones internacionales, los intelectuales, eran plenamente conscientes de que el club cristiano de Bruselas, como lo llamaban algunos, tratará por todos los medios de obstaculizar la adhesión del turco. No, los europeos no son racistas, no somos racistas, pero cuando se trata de acoger en el seno de nuestra sociedad judeo-cristiana a nada menos que 70 millones de musulmanes…
En 2002, poco antes de la consulta electoral en la que el AKP se alzó con una aplastante victoria, las negociaciones entre Bruselas y Ankara parecían estancadas. Turquía había accedido a las exigencias comunitarias sobre la libertad de prensa, derechos humanos, sistema educativo de las minorías étnicas, modernización de la justicia.
Los sucesivos Gobiernos del AKP trataron de seguir por esta senda. Sin embargo… En 2016, las negociaciones se paralizaron. Bruselas acusó nuevamente a Turquía de violaciones de los derechos humanos. En septiembre de 2017, la entonces canciller alemana Angela Merkel manifestó, durante un debate televisivo, que trataría de poner fin a las consultas sobre la adhesión de Ankara a la UE. En febrero de 2019, el Parlamento Europeo acordó la suspensión de las conversaciones. Los temores de Bülent Ecevit se habían confirmado.
Y ahora, ¿qué? Durante los primeros años del Gobierno del AKP, los ideólogos del partido confesional se empeñaron en resucitar un término empleado en la década de los 80 por el entonces primer ministro, Turgut Özal: el neo otomanismo. Una doctrina que consiste en recuperar y estrechar los lazos con países o regiones que conformaban el Imperio Otomano.
En 2009, fue creado en Estambul el Consejo de Cooperación de los Estados de Habla Túrquica, organización intergubernamental integrada por Azerbaiyán, Kazajistán, Kirguistán y Turquía. Unos años más tarde, se sumó a la recién modificada estructura – la Organización de Estados Turcos (TDT) – Uzbekistán. Turkmenistán, Hungría y la República Turca del Norte de Chipre participan en los trabajos de la TDT en calidad de observadores.
Durante la última cumbre de la Organización, celebrada recientemente en Samarcanda, el presidente en funciones de la TDT, Recep Tayyip Erdogan, instó a sus colegas a seguir el ejemplo de la Unión Europea, eliminando las barreras al comercio, simplificando los trámites aduaneros y garantizando la libertad en el transporte, la circulación de capitales y las personas. Un proyecto éste nada utópico, teniendo en cuenta la trayectoria de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, creada en 1951 por seis países del Viejo Continente, que se convirtió cinco años más tarde – en 1956 – en la Comunidad Económica Europea.
Los participantes en la reunión de la TDT acordaron la creación de un Fondo de Inversión Turco – institución financiera que tiene como objetivo movilizar el potencial económico de los estados miembros, fomentar los intercambios comerciales y desarrollar proyectos de cooperación conjuntos, haciendo hincapié en la agricultura, logística y transporte, eficiencia energética, energías renovables, tecnologías de la información y comunicación, turismo, infraestructura, desarrollo humano, recursos naturales y proyectos de medio ambiente urbano.
El Fondo apoyará a las pequeñas y medianas empresas (PYME), brindándoles financiación a través de sus activos, así como de otras instituciones financieras locales o regionales.
Un primer proyecto de cooperación regional – el Corredor Medio – contempla la unificación de las conexiones ferroviarias y terrestres entre Turquía, Georgia, Azerbaiyán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguistán y Kazajstán hasta la frontera con China. Dicho proyecto estará auspiciado por los ministerios de Asuntos Exteriores, Transportes y Energía.
Por último, aunque no menos importante, es el compromiso de desarrollar un concepto de seguridad común y fomentar la cooperación transfronteriza para prevenir y gestionar la migración irregular. Conviene recordar que, desde 2014, Turquía es el país que acoge al mayor número de refugiados del mundo.
La opción asiática de Ankara, su embrionario Mercado Común Túrico, ha echado a andar. Cabe suponer que sus promotores tropezarán con numerosos obstáculos. Aunque también, con bastantes ofertas de cooperación. La edificación de Europa es, qué duda cabe, un buen referente.