Lecturas veraniegas: de turmas y golondrinas

Parodiando a Fernando Fernán-Gómez, en esta ocasión también podríamos decir que las lecturas, al igual que las bicicletas, son para el verano. Y lo bueno en ocasiones es que leyendo te encuentras a veces con cosas, frases, palabras que te retrotraen a una infancia, ya lejana, sí, pero que forma parte de tu existencia, al ser aquélla como la primera argamasa que dio forma al ser que te ha acompañado durante toda tu vida, nos guste o no reconocerlo.

Golondrina-nido-pollos_Xavi-Vicient Lecturas veraniegas: de turmas y golondrinas
Fotografía de golondrina alimentando a los pollos publicada en seomonticola.org © Xavi Vicient

Tanto es así que en esta canícula veraniega me he topado leyendo, por una parte, con una palabra que hacía más de medio siglo que no había vuelto a oír ni visto escrita por parte alguna, y además creía que tal palabro se trataba de un extremeñismo, un localismo de mi tierra natal, una jerga de los propios del lugar, y que por lo tanto no estaría admitida por la RAE.

En segundo lugar, también he dado de bruces con una frase que había oído mil veces en mi tierra natal allá por los años cuarenta-cincuenta del pasado siglo, y que nunca más volví a oír a lo largo y ancho del mundo que he recorrido. Lógicamente también pensaba que se trataba de un localismo propio del lugar.

Yendo al quid de la cuestión, diré que la palabra a mencionar la he encontrado escrita en una de esas revistas que hablan tanto de cocina, cocineros, emplatamientos y demás sibaritismos gastronómicos que a los parcos en fogones nos dejan en ayunas. Se trata de la palabra turmas que, mire usted por dónde, significa patata, y la bautizó como tal nada más y nada menos que entre los años 1535 y 1550 un tal Pedro Cieza de León, un extremeño natural de Llerena (Badajoz), que participó en las exploraciones del Perú.

Pedro-Cieza-de-Leon-Llerena Lecturas veraniegas: de turmas y golondrinas
Pedro Cieza de León, Llerena, Badajoz, Extremadura, España

Cieza de León, experto en la taxonomía y la clasificación, fue el primer occidental que se comió una patata, y en su obra Crónica del Perú describe al tubérculo como turmas, es decir, testículos o criadillas de tierra, de la que dice, entre otras cosas: “después de cocido, queda tan tierno por dentro como castaña cocida; no tiene cáscara ni hueso”.

Y resulta que yendo a los recuerdos de la infancia, compruebo ahora en mis lecturas que más de 500 años después, en mi pequeño pueblo extremeño llamado Torrejoncillo, por más señas, también llamábamos turmas a los testículos. Y así, por ejemplo, para decir que los segadores tenían un par de cojones porque eran capaces de trabajar de sol a sol con una simple hoz como herramienta, llevando en el morral o zurrón (ahora se diría mochila) por todo alimento un cacho de pan y un cacho tocino, aderezado a lo sumo con aquel gazpacho cuasi virginal extremeño, decíamos los propios del lugar: “Tienen unas turmas de buey”; es decir, “tienen unos cojones como un toro”, al ser capaces de resistir tanto en jornadas tan largas con aquel minúsculo alimento.

Felix-Grande Lecturas veraniegas: de turmas y golondrinas
Félix Grande

El segundo hallazgo ha sido leyendo la obra de ese gran escritor, erudito en la flamencología y poeta que fue Félix Grande, que lleva por título “La balada del abuelo Palancas”. Félix Grande describe a través de más de 400 páginas, con una maestría y sensibilidad que pocos pueden hacerlo, el hecho de que cuatro o cinco generaciones de su familia han llevado, y siguen llevando, el mote o apodo de Palancas, porque sabido es que en los pueblos los motes se heredaban de generación en generación. El autor nació de pura casualidad en Mérida, ya que todos sus antepasados eran manchegos de Tomelloso. A su madre se le ocurrió parirlo en esa ciudad extremeña porque su padre estaba destinado allí como guardia de asalto, mientras el general Yagüe y sus tropas moras avanzaban desde África dejando las tierras extremeñas convertidas en un baño de sangre, a mejor gloria del Alzamiento Nacional.

Lo cierto y verdad es que, casualidades aparte, Félix Grande habla y cuenta en su libro la vida y vivencias en el Tomelloso de sus ancestros, y en un momento dado dice una frase que me impactó y me retrotrajo a mi primera niñez: “las golondrinas fueron las que le quitaron las espinas al Señor”. Y precisamente esa frase era la que teníamos como santo y seña los niños de mi pueblo en aquel pueblecito extremeño inserto en una España de posguerra y hambruna. Una tierra y un tiempo de aquellos ya lejanos años cuarenta del pasado siglo en los que comer era toda una conquista para algunos, por lo que poder llegar a esos manjares tales como gorriones (pardales se llamaban en mi pueblo), tórtolas, palomas, culebras de río, lagartos, ranas, y similares era toda una conquista.

Decíamos aquello de que “ave que vuela, va a la cazuela”. Todas, menos una, las golondrinas, porque fueron “las que quitaron las espinas al señor”. Podíamos pasar hambre, necesidades, pero a las golondrinas no las tocábamos, eran algo sagrado. Así de fuerte era el poder de la religión, así nos marcó de por vida, aunque yo, la verdad sea dicha, jamás supe de dónde salió esa frase, que respetábamos a pies juntillas.

Y resulta que ahora, más de medio siglo después, en pleno año 2015, me encuentro con esa “Balada del abuelo Palancas” en la que el autor dice que “las golondrinas fueron las que le quitaron las espinas al señor”. Claro que también dice otras muchas cosas, y no quiero reventar la obra, porque los libros están para ser leídos, previamente comprados. Pero dice también que en aquellas tierras manchegas y en aquellos años de posguerra un gato previamente bien salpimentado, bien condimentado y bien guisado no tenía precio, pues se trataba de un plato exquisito, lo mejorcito del lugar, y por eso escaseaba tanto. Mucho mejor, dónde va a parar, que el clásico conejo.

No sé si llegué a comer gato, aunque no me hubiera importado, pero puedo decirles que la carne de burro recién parido (burranquino se llamaba en mi pueblo), era “bocato de cardinele”, a medio camino entre manjar de dioses y alimento del necesitado. Espero no encontrar muchas más semejanzas, pero las cosas son como son.

Conrado Granado
@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha seis libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», y «Memoria Histórica. Para que no se olvide». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

2 COMENTARIOS

  1. Turma, en singular, eso sí, sí está en la RAE, lo puede buscar. Emotivo recuerdo para Félix Grande, grandísimo poeta y único español en ganar el premio Casa de las Américas de poesia.

  2. Turmas son, yo las he cogido, unas setas redondas, sin pie visible, que crecen en otoño y que, peladas y salteadas, tienen un sabor exquisito, aunque son algo fuertes de digestión. Antes eran tan abundantes que competían con las patatas, y los verduleros las vendían con normalidad. También era su nombre criadillas de tierra. Cuando se las encuentra ya es indicativo que el terreno dará otras variedades, aunque las turmas son las más tempranas. Por eso es normal que Cieza de León llamara así las patatas.

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