Como todos los veranos por estas fechas, sobre la bahía de San Lorenzo de Gijón se hizo el pasado domingo (26 de julio de 2015) una vistosa exhibición, ensayada previamente el viernes anterior. El festival de este año, en su décima edición, además de contar con los cazas, incluyó el vuelo de “dos aparatos que participaron en la Segunda Guerra Mundial, muy populares por su presencias en numerosas películas”. Así consta en una entradilla de la información publicada por el diario local El Comercio.
Me cuenta la excelente escritora Laura Castañón que hay residencias de ancianos en Gijón donde están internadas personas muy respetables que no están para películas. Algunas tienen memoria y otras no, pero quienes cuentan con ella pasan unos días muy inquietos cada vez que vuelve a celebrarse el festival aéreo. Una señora octogenaria decía el otro día en la pescadería que cada vez que vuelan los aviones con su horrísono estruendo sobre la playa de San Lorenzo, ella se va de la ciudad porque se pone muy nerviosa y tiene pesadillas.
El historiador Héctor Blanco (Mieres, 1970) se topó hace unos años con una información de mucho valor sobre uno de los capítulos más terribles vividos en Gijón durante la Guerra de España. Buscaba Blanco documentación para un estudio que le había encargado la Empresa Municipal de Aguas cuando encontró un glosario de refugios antiaéreos ubicados en la ciudad durante los años 1936 y 1937. No había relación, según sus palabras, entre las referencias históricas y la existencia de tantos refugios antiaéreos.
Además de los diez días de acoso a cañonazos del buque Almirante Cervera que sufrió Gijón, lo padecido por la villa de Jovellanos fue todo un ataque indiscriminado de una gran maquinaria de guerra contra la población civil, llevado a cabo por la Legión Cóndor. Franco, según Héctor Blanco, permitió a la aviación hitleriana un ensayo general de lo que luego haría en la segunda Guerra Mundial:
“El primer ataque se produjo el 22 de julio de 1936. El último, el 20 de octubre de 1937. En total, quince meses de bombardeos, no diarios, pero sí frecuentes. La frecuencia se intensificó entre agosto y octubre de 1937. De todas formas, hay que tener en cuenta que el bombardeo no fue un caso puntual, sino que toda la Asturias republicana estuvo sometida a ataques aéreos. Ahí está el caso de Cangas de Onís, que quedó completamente destruida y que ha pasado a la historia como el Guernica asturiano, o el pueblín de Tarna, que también fue arrasado”. Se desconoce el número real de víctimas en Gijón, según el historiador mierense, pero sí que -según la prensa de la época- solo el 14 de agosto murieron 54 personas. A partir de esa fecha, la información periodística se restringe y no existe un cómputo global de fallecimientos.
Hace unos años tuvo lugar en la ciudad asturiana una excelente y documentada exposición que, con el título Gijón bajo las bombas, rememoraba en un centenar de fotografías -en su mayoría pertenecientes al magnífico reportero Constantino Suárez– los quince meses de acoso aéreo que tuvieron que sufrir los gijoneses. También se proyectó en aquella ocasión un breve documental en el que se recreaba lo que aquel infierno supuso para la población civil, entre la que sin duda se encontraban niños y niñas de muy pocos años que cuando, verano tras verano, atruenan los aviones del festival sobre la hermosa playa de San Lorenzo reviven sin duda uno de los episodios más horrorosos de su existencia.
Una de ellas era mi madre adolescente, que mientras bombardeaban los depósitos de Campsa buscaba el cobijo de su padre enfermo, al tiempo que se rompían los cristales de las ventanas