«M» como Menahem, y como muchos otros niños abusados

Menahem Lang, quien fuera un niño prodigio con una voz maravillosa, violado en su infancia y adolescencia por al menos tres miembros de la comunidad de judíos ultraortodoxos de Bnei Brak, regresa quince años después, convertido ya en un famoso actor y cantante, en busca de los culpables, para intentar una confesión y una reconciliación, pero también para reencontrarse con un mundo que amó a pesar de todo, y en el que comprueba que nunca estuvo solo ni fue un caso especial.

M-poster «M» como Menahem, y como muchos otros niños abusados

“M” –que podrá verse este último fin de semana  de enero de 2019 en la Cineteca madrileña y tendrá un estreno oficial más adelante– es un documental valiente sobre un sistema basado en la opresión y la dependencia religiosa.

La realizadora francesa Yolande Zauberman ha conseguido, para rodar el documental, ser la primera mujer en adentrarse en una comunidad religiosa exclusivamente masculina en la capital del judaísmo más ortodoxo, “en un particular #MeToo que desmonta todas las características” imperantes sobre la masculinidad más ultra. Como un retroceso más allá de la Edad Media.

Al norte de Tel Aviv hay un suburbio llamado Bnei Brak, una ciudad llena de silencios y secretos. Es la capital del judaísmo más ortodoxo y también uno de los rincones más pobres de Israel. Una ciudad sin policías ni criminales donde todo lo arregla el rabino, donde se habla una lengua vernácula, el yiddish, que muchos creían desaparecida.

Es la lengua de « M », el personaje cuyo nombre –Menahem– da título a la película. Su yiddish está salpicado de palabras y expresiones inglesas porque hace muchos años que abandonó el lugar. Y en esa mezcla de lenguas, en una playa de Tel Aviv, M habla a la cámara de Yolande Zauberman y le cuenta que en una infancia de niño cantor fue violado por varios hombres respetados en la comunidad. A partir de aquí, M regresa al lugar de su infancia traumática en una especie de viaje psicoanalítico.

En las primeras escenas de la película, M comparte un taxi con Miss Trans Israel, a quien confiesa que siente una cierta  debilidad por los transexuales porque han tenido una vida parecida a la suya. Para convertirse en el cantante y actor que es en la actualidad, M tuvo que abandonar la ciudad, dejar a su familia y transformarse físicamente: su cabeza afeitada y su ropa moderna llama la atención en ese mundo de ropajes negros, barbas, tirabuzones y enormes sombreros. En Bnei Brak hay dos mundos: el de los hombres, omnipresente, y el de las mujeres, ignorado y oscuro. M no pertenece a ninguno de ellos.

A lo largo de la noche M traba conocimiento con distintos personajes: en un cementerio conoce a un joven que está a punto de casarse, tiene miedo de no saber comportarse como se espera. En esa comunidad el erotismo es un pecado y el amor solo puede servir para la procreación. Hablan del placer y confiesan no fiarse, no entienden bien lo que la Torah dice sobre el asunto, especialmente en lo relativo a las mujeres, cuya sexualidad es un tabú y un misterio. Se encuentra también con antiguos compañeros, que apenas le reconocen, con los que entona canciones tradicionales, asiste a una boda en la sinagoga; el regreso a Bnei Brak, la ciudad donde tanto sufrió y en la que sus padres le condenaron “al exilio” por impuro, es un peregrinaje por una infancia perdida y añorada.

Es una historia de rabia pero no de venganza, ni siquiera cuando, en las inquietantes calles filmadas de noche por las que pasan furtivamente siluetas de hombres con traje negro y calcetines blancos, M pide explicaciones a uno de sus violadores de veinte años atrás. El encuentro sirve para poner de manifiesto una práctica conocida e ignorada, en un ejercicio de omertà compartida por toda la comunidad: “Yo soy la boca de cien niños”, dice M.

La noche corre hacia la madrugada y, en ese universo totalmente desconectado del mundo contemporáneo, de las sombras van surgiendo personajes que hacen confesiones alucinantes.

Como he leído en algún sitio, “M es como la exploración de otro planeta”.

Mercedes Arancibia
Periodista, libertaria, atea y sentimental. Llevo más de medio siglo trabajando en prensa escrita, RNE y TVE; ahora en publicaciones digitales. He sido redactora, corresponsal, enviada especial, guionista, presentadora y hasta ahora, la única mujer que había dirigido un diario de ámbito nacional (Liberación). En lo que se está dando en llamar “los otros protagonistas de la transición” (que se materializará en un congreso en febrero de 2017), es un honor haber participado en el equipo de la revista B.I.C.I.C.L.E.T.A (Boletín informativo del colectivo internacionalista de comunicaciones libertarias y ecologistas de trabajadores anarcosindicalistas). Cenetista, Socia fundadora de la Unió de Periodistes del País Valencià, que presidí hasta 1984, y Socia Honoraria de Reporteros sin Fronteras.

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