Inventar la historia
Publicada por primera vez en 1968 y hasta ahora inédita en España, «De milagros y de melancolías», la novela de Manuel Mujica Lainez que acaba de editar Drácena con prólogo de Luis Antonio de Villena forma parte, junto con «Crónicas reales» y «El viaje de los siete demonios», de un ciclo narrativo irónico que el autor compuso después de sus novelas más conocidas y exigentes (Bomarzo y El unicornio).
Desenfadada, escéptica y burlona, la novela de la antihistoria «De milagros y de melancolías», resulta muy apropiada de leer en fechas como las que corren, cuando todavía quedan en el aire los ecos de la polémica desatada por la celebración del “día nacional” el 12 de octubre, que tanta gente no comprende cómo puede llamarse del “descubrimiento” cuando, en realidad, sería más propio definirlo como de la “conquista” por las buenas (en cualquier caso, nada que celebrar), ya que en puridad nadie descubrió a todas aquellas tribus; los indios estaban allí cuando llegaron los feroces españoles vestidos de guerreros y frailes, repartiendo estampitas y mandobles de espada. (Y, por cierto, que seguimos empeñados en ignorar la otra parte de la polémica, la que en Italia se sigue preguntando cómo un país puede convertir en “fiesta nacional” la fecha en que llegó a la costa americana “uno de los suyos”). Enfocar un día así con la sana ironía y la desinhibición con que Mújica Lainez trata aquellos episodios, habría evitado muchos momentos desagradables.
Narrada como una más de las muchas crónicas de Indias, que en este caso comienza con la fundación de una ciudad imaginaria –San Francisco de Apricotina del Milagro- “que es todas las ciudades porque no es ninguna en concreto, sino una metáfora utópica” de un mundo desaparecido para siempre, nos guía por varios siglos de la historia de una dinastía de gobernantes tuertos y mujeres con carácter, que comienza con don Nufrio de Bracamonte, su amante autóctona doña María de la Salud (la esposa, doña María de los Llantos, espera casi nada en España) y la hija de ambos, Catalina del Temblor, suicidada en un barranco cuando se entera de que el hombre amado es su medio hermano, y cuenta en su haber con virreyes y gobernadores (uno incluso enano), cronistas de los que tanto abundaban, curas que pintan como los ángeles, ángeles que enderezan entuertos, arzobispos que construyen catedrales en mitad del desierto, caudillos, caciques y subordinados, soldadesca y complacientes aborígenes, reliquias que incluyen la de un feto también con un solo ojo, y hasta una enorme estatua erigida en un claro de la selva a la fecundidad y transformada, mediante el añadido de un aro de plata sobre la cabeza, en imagen de la madre de Jesús : “La historia de esta ciudad es un rosario de milagros y de melancolías; el final se abre al inquieto presentimiento de que siempre ocurrirá así, de que este habrá de ser el destino de nuestra pobre América”.
A partir de aquí, una inteligentísima “parodia de la literatura hispanoamericana desde sus orígenes en las crónicas de Indias hasta la narrativa del realismo mágico”, que termina con un Epílogo espiritista y una divertida Bibliografía apócrifa, epílogo de una novela perfecta – “muy de su autor, pero asimismo algo extraterritorial”, escribe Villena en el prólogo- donde el juego de los nombres se convierte en un divertimento para el autor y una continua sorpresa para el lector de las casi 500 páginas del volumen.
Si viviera todavía, Manuel Mujica Lainez tendría 105 años y sería el personaje de alguna de sus novelas. Habría celebrado como siempre su cumpleaños el 11 de septiembre en la casa de la calle O’Higgins, entre Juramento y Mendoza, donde a la noche recibía a “amigos, conocidos y medio conocidos, gente del mundo social, artistas en general, gente encumbrada y gente común…”.
Mujica Lainez es uno de los grandes escritores argentinos del siglo XX, creador de la llamada «saga porteña” y personaje novelesco que fascinaba a quienes lo conocían con anécdotas, humor, irreverencia y una pose de esteta decadente. “Creció en una familia de vocaciones literarias. Por su madre, Lucía Lainez Varela, también escritora, estaba emparentado con los neoclásicos Juan Cruz y Florencio Varela, con los Varela periodistas de La Tribuna , hombres del 80; con el romántico Miguel Cané, a quien le dedicó un libro; con el hijo de éste, el autor de Juvenilia, y con Manuel Lainez, fundador y director de El Diario”.
Publicó casi treinta libros, y a más un cuarto de siglo de su muerte, en 1984, algunos de los más logrados siguen reeditándose y, lo que importa, leyéndose. En uno de sus viajes por Europa, conoció Bomarzo, no lejos de Roma, donde un noble italiano mandó esculpir en el parque del castillo unos sorprendentes monstruos de piedra. “Nada mejor que este hallazgo para encender la inventiva del escritor y franquearle la entrada al mundo deslumbrante del Renacimiento. La novela se apoyó en una copiosa y precisa documentación, rebuscada con deleite y asentada en cuadernos que han quedado como testimonios de una empresa asombrosa. En «Los ídolos» había llamado «flaubertismo» a este afán de documentarse. En tal sentido, Bomarzo (1962) resultó una de las hazañas de nuestra literatura”.
Ganado por la fascinación de la Historia se giró hacia otra etapa de de Occidente: la Edad Media, con la misma pasión por documentarse y, en este caso, por captar el misterio de una época poco afín a la mentalidad contemporánea. La novela apareció en 1965 con el título de «El unicornio». “La pueblan personajes de carne y hueso y personajes feéricos que se entremezclan en el siglo XII, en tiempos de las Cruzadas. Recluida en el campanario de la iglesia de Lusignan, donde pasa su infinito tiempo leyendo libros de historia, el hada Melusina, la protagonista «graduada en fantasía” redacta sus complicadas memorias. Inmortal como el duque de Bomarzo, escribe desde la perspectiva de siglos, con la angustia de haber fracasado, también como el duque, en el logro del amor”.
Las dos obras publicadas a continuación son réplicas y reacciones a ese empeño documental: «Crónicas reales» (1967) y «De milagros y de melancolías» (1968). En ellas resuelve inventar la historia, olvidando bibliotecas y archivos: en el primer caso -una serie de relatos-, las vicisitudes de unos reyes que gobiernan un nebuloso país próximo al mar Negro; y, en el segundo nada menos que una novela con la historia de América, una «tentativa de probar que la historia es una invención del historiador».
- De milagros y de melancolías
Manuel Mujica Lainez
Prólogo de Luis Antonio de Villena
Editorial Drácena
ISBN 978-84-941752-8-2
500 páginas, 24,95 €