Marihuana: los efectos invisibles que dañan al consumidor

El informe mundial sobre las drogas de la (ONU, 2016), indica que un total 271 millones de personas de entre 15 a 64 años de edad han consumido alguna droga ilícita en el 2019, lo que representa un 5,5 % de la población mundial.

La droga más utilizada a nivel mundial sigue siendo el cannabis, con un estimado de 188 millones de personas que la consumieron en 2017, mientras que el fentanilo y sus análogos siguen siendo el problema clave de la crisis de los opioides sintéticos en América del Norte, y el tramadol para el oeste, el centro y el norte de África, al registrarse un aumento de incautaciones de menos de 10 kilogramos en 2010 a 125 toneladas en 2017.

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planta de cannabis

La ONU ha elevado su estimación de muertes vinculadas al consumo de drogas en el mundo hasta unas 585 000 en 2018 frente a los 450 000 del año anterior.

El problema de salud pública da constancia que actualmente el cannabis experimenta un nuevo auge y son imprevisibles los efectos negativos que dará este abuso en la población mundial que también ingiere sustancias psicoactivas denominados éxtasis, speed, etc.

Una de las secuelas a mediano y largo plazo asociadas al consumo de drogas, especialmente el cannabis, es el deterioro cognitivo, que puede cursar hacia una demencia en pacientes relativamente jóvenes (datos de la Fundación Manantiales, 2012). Por una parte, en relación al diagnóstico de consumo dependiente de sustancias, el DSM-IV contempla el trastorno de demencia persistente inducida por sustancias; un cuadro clínico que persiste aún luego de la abstinencia, y que se describe además con déficits permanentes (American Psychiatric Association [APA], 1995). De ahí que los consumidores de más de 20 años puedan identificar algunos síntomas relativos al deterioro cognitivo a partir de los 50 años de edad.

Estos pueden derivar en algún tipo de demencia asociada al consumo y no a factores genéticos o ambientales.

Los efectos de las adicciones sobre el sistema nervioso (SN) son diversos, tales como alteraciones en el sistema mesocorticolímbico que modifica la conducta produciendo impulsividad, afectación de sistemas de respuesta al estrés o afectación de la corteza prefrontal a la hora de tomar decisiones, (tanto en la velocidad del procesamiento de la información y en la pérdida de las funciones cognitivas).

El extraordinario efecto de la marihuana sobre el cerebro la lleva a ser consumida porque las persona se sienten tranquilas y por ello, llegan a producir deformaciones sensoriales en la percepción de los objetos que la circundan. Ver, oír, percibir cuestiones extraordinarias les lleva a tener una dimensión entre juegos y risas que a todas luces pueden parecer gratificantes.

Mientras eso sucede, la marihuana lleva al consumidor a una vida larga de intenso sufrimiento. La cuestión siempre radica en la percepción de este, ya que cuando se comienza su consumo en la adolescencia, la percepción de la adicción es nula y los efectos son demasiado buenos como para obviarlos. En el desarrollo del llamado síndrome amotivacional, los jóvenes atraviesan a lo largo de varios años, síntomas depresivos que vienen de esas intoxicaciones producidas por la marihuana. Bajo el «yo controlo lo que tomo«, se inician en un modus vivendi que les llevará a la edad madura habiendo ingerido durante todos esos años cantidades ingentes de esa sustancia.

Esto que a todas luces parece no ser importante, lleva a la persona a ser una adicta sin que tenga conciencia de ello porque consume, lo deja, lo vuelve a hacer, creyendo que en esas paradas va a recuperar la salud. El hecho cierto es que la persona es ya dependiente de una sustancia sine die salvo que tome conciencia de ello y entre en un programa de desintoxicación y cambio de hábitos. En el proceso psicológico que le lleva a ese estado, se producen cambios neuronales en el cerebro que pasan por la dependencia física y psíquica que en definitiva son las caras de la misma moneda; la adicción.

Al fumar se alcanza en pocos segundos en el cerebro, el llamado factor farmacocinético que facilita el desarrollo de la dependencia. El tetrahidrocannabinol, principio activo de esta droga, se fija a estructura química específica de la membrana neuronal y ahí comienza el hábito de consumo ya que la marihuana se desliga lentamente de los receptores, por lo que los síntomas de privación, como irritabilidad, ansiedad y agresividad son menos evidentes, pero si, suficiente efectivos para que la persona persista en el consumo.

En el desarrollo de estos hábitos, los consumidores llegan a padecer las mismas enfermedades que los fumadores tales como bronquitis crónicas, EPOC, cáncer de pulmón así como problemas relativos a la atención, limitaciones cognitivas, problema de memoria, espermas de movilidad reducida así como trastornos emocionales, conductuales asociados a cuadros de psicosis paranoide y depresivos.

El uso indebido de esta sustancia a lo largo del tiempo produce una disminución en la coordinación motora, en el procesamiento de las operaciones temporales y del aprendizaje asociativo, así como una percepción cognitiva y auditiva importante debido a la presencia de receptores en el cerebelo y la alteración de las funciones.

El Δ9-THC y sus derivados sintéticos alteran el equilibrio natural de los endocannabinoides dando a lugar a una serie de respuestas en el organismo que vamos a enumerar en sus distintas áreas:

A nivel cognitivo, se ha demostrado que provoca una disminución en la coordinación motora, el procesamiento de las operaciones temporales y el aprendizaje asociativo. También provoca alteraciones en la percepción cognitiva y auditiva. Esto es debido a la presencia de receptores en el cerebelo y la consecuente alteración de sus funciones.

A nivel psicológico, existen numerosos estudios contradictorios, ya que algunos afirman que el consumo crónico puede aumentar el riesgo y disminuir la edad de padecer un brote psicótico y aumentar la ansiedad, mientras que otros lo desmienten aunque en todo caso, permanece el sentido de dependencia en el paciente.

A nivel inmunológico, estudios recientes en ratas y ratones afirman el hecho de que el Δ9-THC y CBD tienen un efecto anticarcinogénico. El mecanismo de acción antitumoral se basa en la capacidad de estos compuestos para promover la muerte apoptótica de las células cancerosas, inhibir la angiogénesis del tumor y reducir la migración de las células cancerosas. Se ha propuesto que la apoptosis inducida por este se basa en un aumento de la producción de especies reactivas de oxígeno, un mecanismo que parece funcionar también en células de glioma.

A nivel endocrino, produce una disminución de la adrenalina y noradrenalina en la médula adrenal que desaparece con la administración repetida de cannabinoides. Los cannabinoides alteran el eje hipotálamo-hipofisario-adrenal (HHA) así como las hormonas responsables del sistema reproductor y la maduración sexual.

A nivel respiratorio, se ha descrito un efecto broncodilatador tras el consumo agudo de cannabis. En el consumo crónico por vía respiratoria, se observan alteraciones en la función pulmonar tales como un aumento de la prevalencia de bronquitis aguda y crónica, hallazgos endoscópicos de daño de las vías aéreas (eritema, edema, aumento de las secreciones), crecimiento irregular del epitelio bronquial asociado con una expresión alterada de las proteínas que intervienen en la patogénesis del carcinoma de bronquios, anomalías ultraestructurales en los macrófagos alveolares, etc

Por lo tanto, debido a la gran variedad de acciones neuroprotectoras, antineuroinflamatorias y antioxidantes, los cannabinoides han sido propuestos como posibles agentes terapéuticos para trastornos neurodegenerativos que combinan las respuestas inflamatorias, como la enfermedad de Alzheimer (EA), la esclerosis múltiple (EM), la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), enfermedad de Huntington (EH) y enfermedad de Parkinson (EP), entre otras, la enfermedad de Alzheimer (EA) es una enfermedad crónica neurodegenerativa debilitante que se asocia con el deterioro cognitivo progresivo y profunda pérdida neuronal.

Sobre las bondades de fumar marihuana cuando existen determinadas patologías crónicas se ha escrito mucho y cierto es, que algunos pacientes mejoran en términos de sensaciones y sobre todo de la percepción del dolor. De igual forma, existen algunas investigaciones que avalan su uso en determinadas enfermedades.

También se están realizando estudios sobre el SIDA, en los que hay evidencias que demuestran que el uso de sustancias cannabinoides pueden mejorar la capacidad del huésped para controlar la carga viral y prolongar la supervivencia. Estas sustancias también causan efectos cardiovasculares, como taquicardia, aumento de la presión arterial y, con dosis más altas, hipotensión, bradicardia y vasodilatación de las arterias coronarias.

En los últimos años se ha demostrado el gran potencial de las sustancias cannabinoides en aplicaciones terapéuticas más allá de su uso analgésico o antiemético, esto es, en enfermedades neurodegenerativas en las que pueden no solo disminuir los síntomas, sino frenar el proceso de la enfermedad. Además la posible aplicación como sustancias anticancerosas abre aún más puertas a su uso, siendo particularmente notable la creciente actividad investigadora realizada en los últimos 15 años.

Esto no justifica el abuso de los anteriores supuestos dado que hablamos de enfermedades crónicas de pacientes mayores que cursan con dolor y no se ingieren a modo de ocio. Nada justifica el consumo de las drogas. Si usted abusa de ellas o las toma desde hace décadas puede que ya comience a notar algunos de los síntomas descritos. Como casi todas las cuestiones que se relacionan con el ocio, la marihuana se sitúa en un lugar ambiguo cuando se adorna con las bondades a la hora de sedar a la persona versus los daños que provoca en esta a corto, a medio y a largo plazo; daños que no son visibles en los primeros años de consumo como se ha descrito anteriormente, daños, que siempre pasan factura al paciente.

Ana De Luis Otero
PhD, Doctora C.C. Información - Periodista - Editora Adjunta de Periodistas en Español - Directora Prensa Social- Máster en Dirección Comercial y Marketing - Exdirectora del diario Qué Dicen - Divulgadora Científica - Profesora Universitaria C.C. de la Información - Fotógrafo - Comprometida con la Discapacidad y la Dependencia. Secretaria General del Consejo Español para la Discapacidad y Dependencia CEDDD.org Presidenta y Fundadora de D.O.C.E. (Discapacitados Otros Ciegos de España) (Baja Visión y enfermedades congénitas que causan Ceguera Legal) asociaciondoce.com - Miembro Consejo Asesor de la Fundación Juan José López-Ibor -fundacionlopezibor.es/quienes-somos/consejo-asesor - Miembro del Comité Asesor de Ética Asistencial Eulen Servicios Sociosanitarios - sociosanitarios.eulen.com/quienes-somos/comite-etica-asistencial - Miembro de The International Media Conferences on Human Rights (United Nations, Switzerland) - Libros: Coautora del libro El Cerebro Religioso junto a la Profesora María Inés López-Ibor. Editorial El País Colección Neurociencia y Psicología https://colecciones.elpais.com/literatura/62-neurociencia-psicologia.html / Autora del Libro Fotografía Social.- Editorial Anaya / Consultora de Comunicación Médica. www.consultoriadecomunicacion.com Actualmente escribo La makila de avellano (poemario) y una novela titulada La Sopa Boba. Contacto Periodistas en Español: [email protected]

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