Un estudio realizado por los investigadores Leopoldo Pena y María Jaume Seguí de la Universidad de Barcelona, publicado en la revista Nature Geoscience, ha confirmado que un brusco cambio en la intensidad de la circulación oceánica global pudo ser el responsable de la profunda alteración climática denominada transición del Pleistoceno medio que desencadenó glaciaciones extremas hace un millón de años.
La auténtica naturaleza de los mecanismos que transformaron de manera radical el clima del planeta en el periodo citado ha sido motivo de debate en la comunidad científica internacional desde hace décadas. Según este estudio una reducción abrupta en la intensidad de la circulación oceánica profunda o termohalina hace 950.000 años –un fenómeno ya documentado por los oceanógrafos Leopoldo Pena y Steven Goldstein (Science, 2014)– potenció la captura y el almacenamiento en el océano profundo del dióxido de carbono atmosférico (CO2) a escala planetaria.
Debido al efecto de esta ralentización en la circulación oceánica global, «una parte de ese CO2 quedó atrapada en el océano profundo y ello pudo contribuir a un cambio climático drástico en el sistema planetario», añaden los investigadores que actualmente son miembros del departamento de Dinámica de la Tierra y del Océano de la Universidad de Barcelona y coautores del trabajo.
«El sistema climático de la Tierra, tal como lo conocemos, no está estancado. Nuestro estudio pone de manifiesto que existen mecanismos que controlan el clima de nuestro planeta que no entendemos por completo», explica Leopoldo Pena.
Durante las fases más extremas de esta transición climática, el Atlántico profundo llegó a almacenar unos 50.000 millones de toneladas de carbono adicionales, en comparación con los ciclos glaciares menos intensos que existieron con anterioridad al millón de años. El nivel de dióxido de carbono disminuyó en la atmósfera, las temperaturas globales se volvieron más frías y las capas de hielo se extendieron por el planeta durante este particular periodo del Cuaternario.
En la actualidad, existen evidencias de que la circulación oceánica en el Atlántico se ha ralentizado un 15 % desde mediados del siglo XX. Independientemente de las causas que provocan este fenómeno, «es importante no trazar paralelismos simplistas: se podría caer en la tentación de decir que si se ralentiza la circulación, disminuirá el CO2 atmosférico, pero eso sería un error gravísimo. En este caso –continúa–, las aguas superficiales ricas en CO2 no serían transportadas al océano profundo, mientras que en regiones como la Antártida, las aguas profundas ricas en CO2 seguirían llegando a la superficie, y en consecuencia el CO2 atmosférico seguiría aumentando», añade Pena.