Mentira y simulación en la política mexicana

Palabra de Antígona

La diferencia fundamental entre 1917 y 2017, épocas de constitucionalismo, es que hoy las mujeres han sido piedra angular para el nuevo pacto social que regirá desde ahora en la Ciudad de México, corazón del progreso y, también, centro de las dificultades y contradicciones de la sociedad mexicana.

Nadie podrá regatear en la historia el papel de las constituyentes para garantizar la vida digna en la capital de la República; ni podrá usar la mezquindad para borrar de la historia a mujeres como Clara Jusidman Rapoport, Dolores Padierna Luna, Ana Laura Magaloni Kerpel, Marcela Lagarde y de los Ríos, o Gabriela Rodríguez Ramírez y otras 15 ó 20 luchadoras por los derechos humanos, inteligentes, especialistas, documentadas, y talentosas.

Su papel hizo que se mantuvieran los derechos que hemos logrado a partir de 1997, en el momento que comenzó el gobierno democráticamente elegido en la ciudad de México. Aunque es conveniente decir que las políticas a favor de la condición femenina comenzaron desde una década antes, como resultado del potente movimiento feminista que nació en los años setenta.

Esta Constitución de la capital del país se promulgó exactamente 100 años después de aprobarse la Carta Magna. La Constitución de la República es un acuerdo social que estableció las nuevas reglas de convivencia del Estado Mexicano y dio fin, al menos jurídicamente, a la lucha armada de la Revolución Mexicana.

Mujeres sin derechos e ignoradas

En 1917 no había derechos cívicos y políticos para las mexicanas, quienes durante la caída de la dictadura participaron en todos los frentes y en todos los niveles. Mujeres espías, pensadoras, combatientes y revolucionarias a quienes se les negó el derecho a votar y a gobernar en aquel nuevo pacto.

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Actos por el Centenario de la Constitución de México

Las cosas definitivamente han cambiado. Pero todavía las mujeres están ocultas. Si vemos la fotografía de la promulgación de la Constitución de la Ciudad de México, ellos en primer y único plano; luego observamos la que se tomó para la conmemoración del centenario de la Constitución, ¡puros señores! porque se justifican aduciendo que solo tenemos una gobernadora. Pero dónde estaba, ella, jefa de un estado importantísimo, política y económicamente: en la última fila.

Finalmente, si vemos la histórica fotografía del 5 de febrero de 1917 en Querétaro: ¡exclusivamente hombres! Nosotras no teníamos derechos, fuimos expulsadas de la asamblea y de las discusiones, aunque muchos de los constitucionalistas usaron los argumentos de Dolores Jiménez y Muro, o los de Eulalia Guzmán, o las arengas de los anarquistas, por ejemplo, de doña Juana Gutiérrez de Mendoza; y, pesando en la educación pública, seguro se inspiraron en Rita Cetina, pero no fuimos reconocidas en la historia.

Ahora igual. ¿Qué fuerzas patriarcales impidieron rendir homenaje a la primera congresista de México, Hermila Galindo? Esa sí hubiera sido una muestra de la voluntad política, expresada solamente en los escenarios que conviene, la de la Secretaría de Gobernación y las declaraciones a favor de la igualdad y contra el machismo.

A nadie se le ocurrió. A pesar de todo. A pesar de que en este sexenio se empujó, se analizó y, en algunos casos, se defendió la paridad electoral. ¿Por qué en los cien años de la Constitución no se organizó un homenaje a Hermila Galindo? No sólo por su defensa de los derechos políticos y sexuales de las mujeres, sino porque fue el heraldo nacional del Constitucionalismo durante los tres años que Venustiano Carranza fue el jefe del Estado y gobernó a los mexicanos.

Su biografía, la investigada por varias autoras, aún por las disidentes que se dan golpes de pecho porque Hermila Galindo se comprometió con el poder, narran claramente que Galindo viajó por todo el país para llevar a los pueblos y comunidades las ideas de la Constitución que aún nos rige. Fue ella quien, si se quiere, como hacen muchas mujeres ahora, pactó con el jefe máximo para llevar a las mujeres el aliento del progreso suscrito en la Constitución de 1917.

No era cualquier cosa asegurar la educación pública, los derechos de huelga y organización de los trabajadores de ambos sexos; la libertad de tránsito, la entrega de tierras y la creación del ejido, y asegurar a las mujeres que no habría monopolios, y que la tierra, el aire y el mar fueran declarados patrimonio de pueblo de México.

Cambios en papel, no en mentalidad

Ese marco legal pudo ser desarrollado y perfeccionado en los siguientes cien años. Aunque hay omisiones o cambios inadecuados. Se puede señalar que la ignorancia afirma que solamente se ha parchado el documento. Según el constitucionalista, abogado y militante de las mejores causas, Diego Valadez, los cambios constitucionales, unos 615, más bien han desarrollado el documento, ese al que Griselda Álvarez lo puso en sonetos para que la niñez entendiera la Constitución; la misma que, modificada, no ha renunciado a sus principios básicos.

Otra cosa, dijo Valadez, es que los ejecutores de esos principios la evadan, la violen, no la cumplan, la manipulen. La Constitución de 1917 habló del poder del pueblo para derrocar un gobierno ilegítimo, y estableció bases en el 133 para la reforma profunda de 2011 que la transformó en una Constitución de promoción y defensa de los derechos humanos de la población mexicana, reivindicando en el papel esos adscritos internacionalmente para las mujeres, los que las feministas enarbolamos en los años setenta: la libertad para elegir con quién y cómo vivir la sexualidad; decidir el espaciamiento y número de hijos; reconocer que la sumisión no es natural; que la violencia contra las mujeres es un delito; que las mujeres, no importa su origen, etnia o lengua o preferencia sexual, tienen que ser iguales ante la ley, modificaciones sustanciales, que por cierto debemos a las legisladoras, entre ellas a Enoé Uranga.

En fin, que sí, que las cosas han cambiado, pero el gran pendiente es la revolución de las mentalidades. Si fuera cierta la decisión del Secretario de Gobernación, de sus asesores, de quienes organizan los festejos, leyendo teóricamente la voluntad política del presidente Enrique Peña Nieto -quien puso en su plan nacional de desarrollo como prioridad transversalizar la perspectiva de género-, al cumplirse cien años de vida Constitucional, debió de ser considerado el homenaje a esas mujeres que transformaron a México en cada etapa de su historia, desde las Adelitas, a las mujeres pensadoras e influyentes en el nuevo pacto social de 1917.

Pero no, no se les ocurre. Una amiga me dijo que ni se dan cuenta. Es como los opinadores, que reconocen y difunden las respuestas sociales por todo el mundo, así como las posturas políticas, que están desvistiendo el verdadero perfil de Donald Trump, y que les pasó de noche la importancia de la protesta femenina en todo el mundo, como pionera de lo que viene. Es igualmente lamentable.

  1. Editado por Concha Moreno

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