En la era de la información, lo que empezó siendo un aparato muy útil para estar conectados entre nosotros, disponer de información en tiempo real, llamar, consultar datos y otros servicios realmente importantes, se ha convertido en un problema que actualmente está tipificado bajo el nombre de nomofobia (no more phone), una acepción que viene del hecho de vernos privados de móvil.
Esto que no es un asunto baladí, supone que muchas personas comiencen ya a sentir los síntomas producidos por la privación del dispositivo en situaciones tan simples como no disponer de batería o no leer los WhatsApps en tiempo real. Un estudio de la Universidad de Arizona (Estados Unidos) sugiere que estamos a tiempo de poner (y ponernos) límite al uso de los dispositivos de forma que regulemos en el caso de nuestros hijos, (y nos regulemos en el nuestro), si ya nos consideramos ya adictos, los tiempos de conexión y desconexión que deben existir a lo largo del día.
En el estudio, denominado «Relaciones longitudinales a corto plazo entre el uso/dependencia de los teléfonos inteligentes y el bienestar psicológico entre adolescentes tardíos», se describen los síntomas que llegan a tener los usuarios cuando no existe conexión en algún tramo del día.
Entre las respuestas más significativas está la ansiedad así como la falta de atención, los síntomas depresivos de malestar y tristeza y una sensación inmensa de soledad y desamparo.
Estos datos se agudizan en algunas personas menores de 40 años que también se reconocen dependientes, y sobre todo en los jóvenes que han nacido con un móvil, ya que sus padres se lo han comprado antes de la primera década de la vida. Su malestar psíquico corresponde al uso del mismo y generan una dependencia importante e incluso síntomas depresivos reales que les lleva a tener insomnio en los primeros estadios (dado que están conectados incluso de noche); síntomas de estrés si no reciben «me gustas» en sus publicaciones; cambio en las conductas dado que siempre aparentan estar bien y no cabe estar enfermo o tener un mal día entre sus seguidores, entre otras situaciones no deseadas.
La investigación que se publicará en Journal of Adolescent Health cuestiona de igual forma las consecuencias de esta forma de relación que no se está midiendo ni tampoco se regula por parte de los padres. Actualmente muchas familias ya, arrancan el día libre y comparten cada uno con su dispositivo la vida en streaming con otros que no son las personas con las que comparten la vida. Estos efectos aparentemente regulables están afectando a las relaciones de pareja, de padres a hijos y viceversa y de amigos con quienes solamente se mantienen relaciones virtuales que no comprometen y sugieren situaciones manejables.
Los efectos negativos de la dependencia de cualquier cosa, ya sea tóxica o no, genera los mismos síntomas que el paciente acusa con la privación y por tanto, con la ansiedad, el estrés, la angustia, el insomnio para terminar con una depresión producida por todo lo anterior. Los jóvenes realmente son muy vulnerables y pueden llegar a tener verdaderos cuadros depresivos si no se regula su uso como parte de la formación de la persona.
Esto que aparentemente lo viven los jóvenes comienza a ser idéntico en adultos maduros que por motivos de soledad o falta de relaciones sociales reales, tienen los mismos síntomas de dependencia que pudieran manifestar ingiriendo opiáceos según otro estudio publicado en la revista NeuroRegulation de la Universidad Estatal de San Francisco. El abuso de drogas u otras sustancias genera en el cerebro un estado de alerta que evita que este se relaje y no existe el llamado tiempo de desconexión. Las actividades centrales del día como pueden ser caminar, observar el entorno etc. se ven adornadas con música, podcasts, conversaciones o audios de WhatsApp y en ningún momento el cerebro desconecta. Por ello los sentimientos de ansiedad, soledad y finalmente tristeza se generan en el individuo sin solución de continuidad.
Observar el cielo, escuchar a los pájaros, mirar a la gente y otras situaciones que hacíamos hace años puede ser el comienzo. Si a ello le sumamos el hábito de leer un libro hará que regulemos nuestros propios impulsos aunque solamente sea en trayectos cortos.
Esta adicción digital sugiere que el paciente ya no tiene control ante una notificación, un sonido que hemos considerado importante o el hecho de mirar compulsivamente (hasta 300 veces al día) el móvil para ver si tenemos algo urgente que no hemos visto en tiempo real. La alerta permanente genera un estado en el cerebro de ansiedad que no registramos aún que lejos de hacernos pensar, nos hace sobrevivir entre tanto correo, notificación o mensaje. Centrar las tareas, poner una hora por la mañana y otra por la tarde y evitar la compulsión que nos lleva a tales consultas, hará que en parte, podamos regular dichos impulsos. Si vemos que esta situación no remite, tendríamos que ponernos en manos de un psicólogo experto en adicciones para que nos ayude a hacerlo realidad. De otra forma, usted y toda su familia, si no se regula (regulan), pueden llegar a tener una situación que ahora parece imposible que suceda, pero es así de real.
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