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La libertad de expresión e información es una piedra angular en la existencia misma de una sociedad democrática.
Opinión Consultiva 5-85, Corte Interamericana de Derechos Humanos
Yolisbeth Ruiz García
Pareciera paradójico que el 2 de octubre se conmemore el Día Internacional de la Paz, y en México se recuerde la matanza de estudiantes en la Plaza de Tlalteloco, y más por la situación de violencia por la que atraviesa el país azteca.
Los movimientos estudiantiles de México siempre han tenido una naturaleza pacífica en su origen, pero han sido contenidos con violencia. Tal es el caso del Movimiento Estudiantil del 68, la huelga de 1999 en la Universidad Autónoma de México, o la más reciente en Ayotzinapa Guerrero.
El Movimiento Estudiantil del 68 es una de las huelgas que más ha impactado la vida nacional. Aún se recuerda con un halo de nostalgia el apoyo social que tuviera esa generación. Los sobrevivientes a la matanza se volvieron una especie de “santos de devoción” para los jóvenes de otras generaciones, los vecinos de la Ciudad de México todavía hablan con respeto de los universitarios de esa época, y algunos activistas de estos años han basado algunas de sus tácticas y estrategias en lo sucedido en el verano de 1968.
Las Marcha del Silencio del 13 de septiembre de ese mismo año sigue siendo el icono de una protesta ejemplar.
No era difícil percibir el apoyo casi total de la población por aquél entonces. Los estudiantes se organizaban en comisiones que salían a las calles a tocar puerta por puerta para explicar a cada uno de los ciudadanos qué era lo que estaba pasando, cuál era su pliego petitorio, cómo la comunidad se veía afectada por las decisiones arbitrarias de Díaz Ordaz (Presidente de México en 1968), denunciaban el abuso policial y del cuerpo de Granaderos al mando de Alfonso Corona del Rosal (Jefe del Departamento del Distrito Federal) y la falta de tacto político y la imposibilidad de diálogo con Luis Echeverría Álvarez (Secretario de Gobernación, quien fuera presidente de México después de Ordaz). Todos ellos de extracción priísta, así como lo es el actual presidente, Enrique Peña Nieto.
El pliego petitorio del Consejo General de Huelga (CGH) era muy claro en el 68: Libertad de los presos políticos como José Revueltas o Heberto Castillo; derogación del artículo 145 del Código Penal Federal, que impedía cualquier tipo de organización social y la libre expresión de las ideas, ya que se consideraba un delito que ponía en riesgo la seguridad nacional; desaparición del Cuerpo de Granaderos (órgano policial encargado de disolver manifestaciones de manera violenta); destitución de los entonces jefes de la policía; indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos del conflicto, y la renuncia de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos.
Pareciera que esta fecha no ha significado nada en la reciente historia nacional, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) regresó a la silla presidencial, cuenta con la mayoría relativa en el Congreso, y en este entorno, volvieron las prácticas autoritarias.
La historia que se olvida, se repite
El pasado fin de semana, en Ayotzinapa, alumnos de la Normal Rural de Guerrero fueron agredidos por fuerzas policiales del Estado mientras hacían labor de campo, colectas de víveres y de donaciones monetarias que solucionarían problemas económicos de su instituto. El alcalde de Iguala, José Luis Abarca Velázquez se sintió agredido por tales actos y decidió iniciar un acto de “contención” que terminó en un enfrentamiento en el cual murieron, al menos, cuatro estudiantes, 25 se encuentran detenidos y no se sabe el paradero de 38 de estos normalistas.
Esta misma institución ya había sufrido un acto de represión y homicidios en el año 2011. Según portavoces de la Escuela Normal, el Gobernador ha emprendido una guerra de desprestigio contra su instituto de formación para maestros rurales.
Por otro lado, el Instituto Politécnico Nacional (IPN) con sede en la Ciudad de México, desde la semana pasada ha organizado múltiples manifestaciones que van desde “megamarchas” como la del 30 de septiembre (a la que llamaron “la marcha de las credenciales” ya que todos los alumnos que salieron a las calles tenían que acreditarse como estudiantes), hasta mítines en las distintas escuelas que componen el IPN con el objetivo de conocer y analizar las modificaciones del nuevo reglamento que entrará en vigor a partir del año 2015.
Reglamento controvertido
Este nuevo reglamento plantea algunos ajustes que se sujetan a la Reforma Educativa emprendida por la Secretaría de Educación Pública (SEP) a propuesta de Peña Nieto.
Dentro de las modificaciones que se estipulan en este nuevo plan del IPN, está la desaparición de materias de humanidades como materias obligatorias que coadyuvan en la formación de los futuros profesionales y se concentran solo en las materias que sirvan a los “Modelos Instituciones” en el desarrollo de la técnica. Los servicios extracurriculares, como lo serían las unidades deportivas y médicas, no tendrían un carácter universal y gratuito, pues para recibir estos beneficios se deberán cubrir cuotas extras y solo se considerarán actividades voluntarias y de acceso restringido.
La comunidad académica también tiene su punto de conflicto ya que con el anterior reglamento, los profesores eran contratados a partir de su formación y grado de estudios; con el nuevo reglamento, serán contratados a partir de exámenes de oposición, y la convocatoria quedará abierta a cualquiera.
Sin embargo, este movimiento estudiantil, el cual ha sumado simpatías de otras universidades, es un movimiento más amplio. Los representantes han centrado sus argumentos en criticar y cuestionar la reforma educativa. El argumento mayor es que lejos de desarrollar profesionales competitivos, reduce a la comunidad estudiantil a un puñado de técnicos que cubrirán las expectativas de las empresas. Es decir, no formarán nuevos ingenieros o técnicos profesionales, sino que se busca generar mano de obra barata, con bajo nivel educativo y con menos expectativas de ingresos.
En las modificaciones del documento, hoy motivo de debate en el IPN, es la anulación de los derechos de manifestación e inconformidad por parte de la comunidad estudiantil, ya que las decisiones serían tomadas e impuestas de forma unilateral y si un alumno se siente agredido o violentado en sus derechos académicos, debe seguir todo un procedimiento fuera de cualquier rango de justicia pronta y expedita. O lo que es lo mismo: impide al alumnado cualquier tipo de organización colectiva.
La protesta, criminalizada
Frente a este panorama desolador, desesperanzador y retrógrada, pareciera que el recordar el 2 de octubre de 1968 es una necesidad prioritaria para la comunidad estudiantil y la población de todo el país. Los derechos reclamados casi 50 años vuelven a cobrar importancia.
Los jóvenes estudiantes son producto de las familias y la misma sociedad. El abrir oportunidades y fomentar su crecimiento académico integral debería ser una prioridad para el crecimiento como nación. Un país culto, preparado y educado asegura su sobreviencia, y los jóvenes son la pieza clave para ese futuro.
Hoy, al igual que hace décadas, la condena a los estudiantes ha sido una: si no están en la escuela o trabajando, son delincuentes. Pero habría que revisar las condiciones educativas y laborales que está ofreciendo el país. Si los estudiantes consideran que estas condiciones no son justas y no son adecuadas a sus expectativas, algo se está haciendo mal.
Y como observación directa para las autoridades represoras debemos decir: si no puedes sentarte a la mesa de diálogo, no trates como delincuente a alguien que opina diferente. Si no se tiene la capacidad de diálogo, el uso de la fuerza es más que un acto de cobardía.
Mientras no haya una mesa de diálogo, hoy, tal como hace casi cinco décadas, los jóvenes tienen derecho de gritar en las calles “No somos delincuentes, somos estudiantes”, deben elevar su mano con la “V”, recitar a la manera de Benedetti “…en la calle codo a codo somos mucho más que dos” y finalmente, como dijera Violeta Parra: “Me gustan los estudiantes porque son como levadura…” todo se eleva y se multiplica en sus manos.