Un reciente estudio de la universidad de Córdoba demuestra cómo afectan las redes sociales a la autopercepción de la imagen corporal de los jóvenes y por tanto, a su relación con los trastornos de la alimentación.
En este sentido se ha estudiado también la incidencia de la publicidad en las redes sobre la concepción de la imagen propia y el aumento de la baja autoestima; que es mayor a medida que aumenta la frecuencia de conexión y el tiempo de exposición a los perfiles creados. Para los jóvenes, en especial para las niñas, la imagen femenina que ven en los vídeos exhibidos así como las fotos de los anuncios en donde aparecen mujeres estereotipadas, se fomenta la extrema delgadez; una imagen prototipo de juventud absolutamente irreal a la vez que en hombres se exhiben los músculos; el ideal de fortaleza, que no se ajusta a la realidad tampoco.
La constante visualización de esos cánones de belleza, invita a las jóvenes a fomentar el uso y abuso de la red para fomentar fotos, posados y otras sugerentes imágenes que imitan a las exhibidas; para ellas, la perfección. En ese sentido, parten de una autoestima ya baja y no solo aumenta sino que produce otros desórdenes en el campo de la alimentación y otras enfermedades tales como la ansiedad crónica y la pérdida de identidad por la necesidad de ser aprobado en el instante con los «me gusta» por parte de la población que las ve, generalmente sus iguales.
En el estudio, queda patente que la edad de inicio de una percepción distorsionada de las niñas comienza en la pubertad, justo cuando comienza la menarquía. En esa etapa de desarrollo es posible que se tengan una percepción de «patito feo» por la extrema comparación con otras niñas de su edad. Si además de ello, la exhibición por parte de otras chicas y modelos son los cánones a seguir, las conductas de las niñas les llevan a adoptar ademanes de mayores; a querer saltarse etapas y a procurar ser como ellas en mayor o menor medida.
El análisis se ha realizado dentro del contexto de las redes, Instagram, YouTube, Facebook y Twitter. Esta última no es demasiado relevante para la juventud pero en Instagram se procuran hasta al menos 20 imágenes e historias al día en donde las jóvenes narran qué hacen, cómo, dónde están y cuál es su idea ese día. El marcado estereotipo les lleva a dar una imagen absolutamente autocreada e irreal que no corresponde a lo que ellas son de forma que su autopercepción es una, pero la exhibición es otra totalmente distinta.
Soledad, desamparo, incomprensión, bulimia, anorexia, ansiedad, insomnio, entre otros problemas son los que notan las niñas que no se ven como ellas querrían y su sueño de ser como las «otras» cada vez está más lejos. El estudio justifica también la adicción que sugieren las redes sociales a largo plazo y el cambio en los hábitos de relación con los iguales a corto. En definitiva, queda patente también la necesidad de programas educativos que fomenten una relación saludable con los iguales, con la alimentación, con la familia y sobre todo, un refuerzo de la autoestima.
Los datos están ahí y la realidad también. El 91 % de los jóvenes utilizan las redes sociales a diario una media de cuatro horas. Las consecuencias las empezamos a ver; otras, llegarán dentro de unos años. Lo cierto, es que todas comienzan con la autoestima baja y terminan con otros problemas difíciles de ver y mucho peor, de manejar. Y lo que es peor, los jóvenes se comunican a través de lo que publican; todo un fenómeno social que les hace no saber expresar lo que sienten cuando tienen un problema algo tan fácil cuando se tiene a un amigo al lado. Y como dice la canción, la cosa va en aumento; «posturea, para que el mundo lo vea…»
¿Cantamos?