“Está lo que tuvimos que haber hecho y no hicimos, y lo que hicimos y nos pesa. Y esa es nuestra vida”
A Volker Schöndorf le recordaremos siempre por “El tambor de hojalata” (Palma de Oro en Cannes y Oscar a la mejor película de habla no inglesa). También le recordaremos por “El joven Törless”, “El honor perdido de Katharina Blum” y seguramente alguna otra, pero no creo que le recordemos por “Regreso a Montauk”, adaptación libre de una novela de su amigo, el escritor suizo fallecido Max Frisch (a quién está dedicada)
En memoria de Frisch se llama Max el protagonista de esta historia sobre el amor y los remordimientos sobre las oportunidades que dejamos pasar. “Este romance entre dos personajes de edad ya madura es un tejido de remordimientos, balances existenciales y esperanzas de renacimiento con una cierta pericia, pero también con una seriedad un poco pontificante” (Télérama).
El escritor Max Zorn regresa a Nueva York para promocionar su última novela. Allí le espera su joven novia Clara. En lecturas, entrevistas y reuniones promocionales, Max explica el contenido del libro: una historia de amor ocurrida hace diecisiete años en esa ciudad, una historia que comenzó en Montauk, el último pueblo al final de Long Island, con una playa interminable. El encuentro con un viejo conocido, un francés coleccionista de obras de grandes pintores, le recuerda a aquella mujer, Rebecca, convertida ahora en una brillante abogada, a la que busca y con la que vuelve a hacer el viaje a Montauk, donde comparten una noche apasionada y, pese a la efímera felicidad reencontrada, una interminable conversación llena de remordimientos y reproches. No es posible hacer tabla rasa, cuando el pasado vuelve siempre es tarde.
“Regreso a Montauk” es una película agridulce y melancólica, con interminables diálogos entre los personajes, que bordan dos grandes del cine europeo, el sueco Stellan Skarasgard (Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres”, “Nynphomaniac”, “Frankie y Alice”) y la alemana Nina Hoss (“Barbara”, “Nosotros somos la noche”, “Una mujer de Berlín”), en la historia del reencuentro amoroso-decepcionante en el pueblo en el que se conocieron años atrás, Montauk, que en la lengua de los indios estadounidenses significa “el fin de la tierra” (siempre he pensado que los muchos “finisterre” que hay diseminados por el planeta guardan escondidas historias maravillosas y alucinantes).
No es este el caso. En esta historia el tiempo ha hecho su trabajo, se mantiene la química que un día les llevó a enamorarse e iniciar una convivencia, en la que el hombre se saltó el pacto, pero en la distancia han crecido rencores que avivan los peores recuerdos.
Es también una película con gran carga de “desesperación que encubre una historia finalmente tan banal y tan humana” (RollingStone), como es el sentimiento de pérdida de algo importante que nos embarga cuando recordamos, y mucho más cuando intentamos revivir, antiguos amores.