Hace algún tiempo leí un libro que recomiendo cada vez que se plantea el complejo y atrayente asunto del que habla el autor, Nicholas Carr: Superficiales. ¿Qué esta haciendo Internet con nuestras mentes? En el mismo se analizan los efectos que una tecnología intelectual como la mentada está ejerciendo sobre lo que pensamos y cómo lo pensamos, pues es evidente que toda tecnología intelectual altera no solo nuestra forma de hablar y escuchar, sino también de leer y escribir.
Pascual Serrano no podía dejar sin referencia un libro como el de Carr al abundar en el suyo en la misma cuestión, tal como se desprende del similar epígrafe que lo subtitula: Cómo la tecnología ha cambiado nuestras mentes*. Casi cabría decir, en lugar de dar por concluso ese cambio, que el proceso está en marcha, sin que sepamos todavía qué nueva mentalidad se está desarrollando entre los usuarios, dado que la incidencia de este revolucionario tránsito ha sido tan invasiva como relativamente reciente.
Tal como señala Serrano en la introducción de su nuevo trabajo, estas nuevas tecnologías intelectuales pueden ampliar o comprimir nuestro vocabulario, o fomentar que la sintaxis sea más sencilla o más compleja, por lo que condicionan los mensajes emitidos a través de los medios de comunicación, con su consiguiente trascendencia en la percepción e interpretación que los ciudadanos hagan de lo que ocurre en el mundo. Es indudable que la capacidad de información que las nuevas generaciones tienen hoy gracias a Internet es incomparablemente mayor y más accesible e instantánea que la que tuvieron las precedentes, pero según señala el profesor de la Universidad Complutense Marcos Roitman es una aberración pensar que eso comporta una mayor formación entre los jóvenes en cuanto a su capacidad de razonamiento. Si muchos estudiantes de Biología de la Complutense, en cuarto o quinto curso de carrera, no han leído a Darwin, o si la mayoría de los de Ciencias Políticas y Sociología desconocen a autores clásicos de su especialidad, eso supone una ignorancia grave en las fuentes de conocimiento, que conforma la tara más denunciable del sistema educativo promovido por el neoliberalismo: no prepara a los ciudadanos para ser mejores, sino para ser mejor controlables gracias a su ignorancia.
Internet y las llamadas redes sociales, según apunta Vicent Verdú, han brotado en un momento en que existía una gran demanda de comunicación, pero no de una comunicación a la vieja usanza, en la que se comprometía mucho el yo, sino una comunicación efímera y fragmentaria, cambiante y removible, a imagen y semejanza de la que la cultura de consumo ha prodigado en los últimos tiempos. Para Verdú, la imagen ha ganado mucho terreno a la imaginación y la emoción ha robado prestigio a la reflexión. La instantaneidad ha vencido al proceso y el suceso puro a su explicación. Todo eso trae consigo unos medios de información donde se conjuga la instantaneidad con el sensacionalismo, la emotividad con la superficialidad, sin profundización en las causas. Se consume información, pero no se reflexiona sobre su contenido.
El libro de Pascual Serrano pretende ser una llamada de atención contra los efectos de aceptación pasiva y sumisa que buena parte de esa nueva tecnología está provocando en la sociedad. Esos efectos fomentan y consolidan un pensamiento cada vez más superficial y jibarizado. Frente a ese gran tsunami de superficialidad y banalidad al que asistimos, el autor aboga por lo contrario. Si Internet da información, pero no conocimiento, el porvenir del periodismo, tal como ha demostrado el semanario alemán Die Zeit, está en hacer pensar mediante artículos largos y reflexivos. Frente a las redes virtuales se debe apostar por la redes reales, puesto que el mundo virtual ha socavado el histórico derecho de reunión, sustituido por una falsa y virtual conciencia de reunión. Nos hemos convertido ante nuestro ordenador en una muchedumbre atomizada, por eso hay que reivindicar –como hace Vicente Romero en su Ecología de la comunicación– los lugares públicos, contra la retificación telemática de la sociedad. Es menester -dice Romero- el entorno natural y social vivo, en vez de los sistemas tecnológicos rígidos en los que los seres humanos están fijos en sentido del diálogo persona-máquina. Se precisan entornos sensorialmente perceptivos en donde pueda desplegarse la profusión social y humana al instante.
Nadie niega, como es lógico, lo que Internet ha supuesto como avance en aspectos tan fundamentales como la educación y la comunicación, sobre todo en el periodismo, pues acabó con la exclusividad informativa de las grandes empresas mediáticas. Lo que ha pretendido Pascual Serrano con su nuevo libro es intentar comprender, tal como dice Santiago Alba en Socialismo y tecnología, quiénes somos y dónde nos movemos cuando tratamos de cambiar el mundo desde un medio -con un medio- del que nuestra mirada y nuestros dedos son de algún modo un producto. Con el producto que somos, tenemos que producir un nuevo mundo.
*La comunicación jibarizada: Cómo la tecnología ha cambiado nuestra mentes. Ed. Península, 2013.