Vigésimo cuarto día del tercer mes de 2024. En los países de tradición católica hoy se celebra el Domingo de Ramos, que junto con el Viernes de Dolores dan comienzo a la Semana Santa.
Observo de un tiempo a esta parte que las tradiciones de esta semana se han recuperado bastante, sobre todo en lo que se refiere a la parte más pública de esta conmemoración cristiana en España, las procesiones.
En mi juventud, que coincidió con la Transición y primeros años de democracia, las procesiones perdieron mucho el interés de la población, hasta el punto de que había pasos que no podían procesionar por falta de costaleros, quedando esas pobres imágenes que representaban cualquier momento de la Pasión de Cristo en en el rincón en el que estaban confinadas durante el resto del año.
Pero ya digo, de un tiempo a esta parte el fervor ha vuelto hasta extremos que, en algunos casos, rozan lo fanático. Ahora, en cualquier población española se celebran sus procesiones sin ningún problema y con éxito masivo de un público que espera pacientemente el paso de estas representaciones de la Pasión.
Dependiendo del día de la Semana Santa tendrán un significado propio pero, inexorablemente, conduce a la muerte en la cruz del protagonista de esta tragedia.
La semana acabará con el Domingo de Resurrección, un final feliz en espera de la vuelta de Dios, el de los cristianos, se entiende.
Cuando caí del caballo no recuperé esa fe que poco a poco había ido perdiendo a medida que me adentraba en el mundo de la ciencia y la reflexión. Las respuestas que no encontraba en la religión me las fue dando el conocimiento científico, al que accedía no sin dificultad dada mi formación académica más bien de letras. La ciencia fue la que me deslumbró.
Después de siglos de investigación de tanta y tanta gente dedicada a cuestionar todo, dedicada a experimentar, a repetir, a contrastar, a formular ecuaciones y comprobar que estas explicaban el mundo que nos rodeaba, los fenómenos naturales y gran parte del universo conocido, se definían a través de la física, las matemáticas, la química, y de ahí al resto de las disciplinas científicas que de ellas derivan y que arrojaban luz sobre lo desconocido, lo inexplicable.
Fue cuando comprendí que para esta vida que se ha desarrollado en la Tierra no hizo falta un dios que la creara, la explicación científica del origen de las especies por selección natural, desarrollada por Charles Darwin a la cabeza y con su ensayo El origen de las especies, y todo el desarrollo posterior, era impecable.
Con el origen, evolución y desarrollo de este universo también encontré la respuesta y, de nuevo, no estaba en otro dios, sino, entre otros muchos hombres y mujeres, en los estudios y ensayos de Newton, Einstein, Curie, Feyman, Bohr, Hawking y su Historia del Tiempo.
Son explicaciones sólidamente fundamentadas que responden a los misterios más profundos que nos han abrumado a lo largo de nuestra existencia. Queda mucho por conocer, pero sin convertir a la ciencia en otro dios, creo que es el camino para resolver los enigmas, muchos, que aún quedan.
¿Y para nuestra especie humana, con toda nuestra inteligencia y todo lo demás, hizo falta Dios?, me temo que tampoco, somos un eslabón más de la evolución sin más sentido que sobrevivir. Un eslabón extraordinario, que a base de mutaciones fue evolucionando por selección natural y en una de esas su gran cerebro le permitió tomar consciencia de sí mismo y despertar en un mundo donde no entendía nada, en el que sucedían cosas increíbles que no tenían explicación ni sentido, y hubo que recurrir a toda clase de mitos, leyendas, adoraciones, religiones que pudieran explicarnos qué estaba pasando, qué hacíamos aquí, quiénes éramos y a dónde íbamos. No es fácil ser un animal que de pronto sabe que ha nacido formando parte de un grupo, que hubo un pasado, que habrá un futuro y que finalmente morirá.
Desde que no pude seguir siendo creyente, las tradiciones religiosas, todas, se convirtieron para mí en un hecho de estudio importante e interesante de cómo la humanidad ha utilizado todos los recursos que tenía a su alcance para explicarse un mundo que no entendía y que necesitaba una explicación, cualquier explicación que pudiera calmar la angustia hacia lo desconocido, hacia un mundo hostil e incierto en el que teníamos que aprender a sobrevivir.
Si estoy en un lugar y se celebra una procesión puedo acudir y, con respeto, observar el paso de la imagen o imágenes que portan costaleros encapuchados, puedo detenerme en la escena que representa y recordar su pasaje en los Evangelios, pero no me causa más sensación que la obra artística y el recuerdo de lo que representa, no comparto la devoción que veo en la gente que me rodea, pero sí me traslada a otra época por la que siento curiosidad, una época que estudio para saber cómo se desarrolló y evolucionó, y qué fue lo que pasó para que una creencia originariamente de unas pocas personas se convirtiera dos mil años después en una de las religiones más seguidas y practicadas del mundo. Eso sí que me interesa.