La muerte el pasado mes de agosto 2018 de Vitali Shentalinski, poeta ruso reconvertido en investigador del pasado reciente de su país, coincidió con la publicación en España de “La palabra arrestada” (Galaxia Gutenberg), continuación de una trilogía en la que Shentalinski recogió una extensa casuística rescatada de los archivos de la KGB para intentar encontrar una explicación a la pesadilla vivida bajo el estalinismo.
Lo hizo, según nos dijo en una rueda de prensa en Madrid en 2007, no para recuperar la memoria histórica, sino para luchar contra la amnesia histórica.
Pocos meses antes, cuando se cumplía el 70 aniversario de 1937, el año del gran terror (uno de los episodios más descabelladamente enloquecidos de la historia, durante el que fueron ejecutados cientos de miles de ciudadanos rusos, una gran parte comunistas y muchos de ellos escritores y artistas), Shentalinski había descubierto en uno de los blogs más leídos en su país el testimonio estremecedor de un joven nacido en la posperestroika, que hablaba de la obra de Shentalinski en los siguientes términos: “Es cierto que en el 37 se fusiló a mucha gente, pero eso nos permitió construir la bomba atómica, conquistar el cosmos, tener el mejor ballet del mundo. Ahora podríamos volver a planteárnoslo. Empezando por el autor de este libro”.
Contra planteamientos de este tipo fue por lo que Vitali Shentalinski llevó a cabo aquel ingente esfuerzo de 1600 páginas que culminó con el volumen “Crimen sin castigo”, continuación de “Esclavos de la libertad” y “Denuncia contra Sócrates”, una trilogía en la que el autor ruso rescató los expedientes de cientos de escritores, intelectuales y artistas represaliados por el estalinismo, configurando el dramático panorama de destrucción cultural que supuso para la humanidad la represión de creadores como Pasternak, Bulgákov, Mandelstam o Ajmátova.
Shentalinski era, además, con el profesor de literatura rusa Ricardo San Vicente, responsable de la colección “La tragedia de la cultura”, que rescató algunos de los textos secuestrados por el totalitarismo, como “Vida y destino”, del escritor judío ucranio Vasili Grossman, una novela que resume en sus más de mil páginas la tragedia de la cultura y de la humanidad bajo los regímenes totalitarios de la reciente historia, el nazismo y el estalinismo.
Ahora, con “La palabra arrestada” Shentalinski vuelve a indagar en la represión estalinista contra algunos de los mejores escritores de la época soviética, dedicando atención especial a Isaak Bábel, Osip Mandelstam, Mijail Bulgákov, Marina Tsvietáieva, Andréi Platónov y Anna Ajmátova.
Los Tesoros de la Casa Grande
Cuando Mijail Gorbachov inició el proceso de la Perestroika, Shentalinski hizo un llamamiento al mundo de la cultura rusa para rescatar los manuscritos incautados por la policía a escritores represaliados durante el periodo soviético. Fue también entonces cuando la gente comenzó a dar a conocer textos que habían escondido durante años por miedo a registros y detenciones.
Pero los hallazgos más importantes por el número y la calidad de los escritos se localizaron en la sede de la Lubianka, una fortaleza de nueve plantas que se levanta en el centro de Moscú, formada por edificios de granito comunicados por escaleras, corredores y pasillos subterráneos, a la que los rusos llamaban La Casa Grande. Allí llevaban la KGB y la NKVD a los disidentes del régimen, entre ellos muchos escritores y artistas, y desde allí salían deportados a los campos de trabajo o directamente a los paredones de fusilamiento. En sus sótanos se amontonaron durante años los manuscritos incautados a escritores represaliados y desde allí están saliendo ahora gracias a iniciativas como la de Shentalinski, quien también ha rescatado las actas de los interrogatorios, las transcripciones de los juicios y las cartas intervenidas a los escritores.
Hay en todos los autores investigados en este libro constantes que se repiten. Larguísimos interrogatorios, torturas, delaciones y calumnias extraídas con intimidaciones y palizas, falsas acusaciones de espionaje, de terrorismo y de contrarrevolución, autoinculpaciones y descalificaciones de la obra propia obtenidas al límite de la resistencia humana, silencio sobre sus destinos (Bábel fue detenido en la madrugada del 15 de mayo de 1939 y nadie tuvo noticia de él hasta 1954)… Y la desaparición de los escritos incautados en los registros de sus viviendas. Después, la muerte o el gulag para muchos y la marginación y el silencio para los que consiguieron salir con vida.
Víctimas de la represión estalinista
Un poema crítico contra Stalin le costó al poeta Osip Mandelstam ser víctima de las torturas más crueles, el destierro en los campos de trabajo más duros y finalmente la enfermedad y la muerte, tras varios intentos de suicidio, cuando ya era tan sólo “un esqueleto, un pedazo de pellejo arrugado”, según testimonios de sus compañeros. Enterrado en una fosa común, ni siquiera comunicaron su muerte a su esposa sino cuando, después de enviarle un giro, se lo devolvieron indicando el motivo: muerte del destinatario. Una muerte que tampoco se publicitó en los medios a pesar de que Mandelstam era uno de los poetas más admirados. La represión se extendió también a todos quienes habían escuchado de sus labios los versos del poema a Stalin en reuniones privadas o en grupos de amigos.
Mijail Bulgákov nunca fue detenido pero pasó toda su vida esperando a que llamaran a su puerta. Una lectura privada de su obra “Vida de perro” a escritores y amigos cercanos hizo que se ejerciera sobre él una vigilancia estrecha, que se le incautaran manuscritos y diarios, que se dejaran de publicar sus novelas, que se prohibieran las representaciones de sus obras de teatro, que se le sometiera a largos interrogatorios en la Lubianka y se le condenara al ostracismo después de que Stalin calificara su obra “La huída” de “fenómeno antisoviético” a pesar de los elogios de Gorki, un escritor del régimen. Bulgákov no llegó a ver publicada su gran obra “El maestro y Margarita”, que no se editó hasta 1967.
La represión sobre Marina Tsvietáieva se llevó a cabo a través de sus familiares más cercanos: su hermana Anastasia, recluida en un campo de trabajo; su hija Ariadna, torturada; su marido Serguei Efron, condenado a muerte y fusilado… Su vida de penurias y sufrimientos terminó finalmente en suicidio. Muy parecida fue la vida de Anna Ajmátova, una poeta reconocida internacionalmente cuyo marido Nikolái Gumiliov y su hijo Lev fueron víctimas de la más brutal represión estalinista (Nikolai fue fusilado en 1921). Ajmátova sufrió una humillante vigilancia a lo largo de toda su vida, también se prohibieron sus obras y fue sometida a escuchas, denuncias y registros de forma continuada.
A través del estudio de los documentos y las actas de los interrogatorios se pone de manifiesto el fomento que la NKVD hacía de la delación, la utilización de confidentes y chivatos que mentían, manipulaban, calumniaban y falsificaban testimonios para involucrar a víctimas inocentes.
A lo largo de la lectura de “La palabra arrestada” sorprende la larga relación de dirigentes e instructores de la policía que participaron en los interrogatorios y en las torturas documentadas por Shentalinski, que más tarde fueron víctimas ellos mismos de la represión, fusilados, internados en campos o empujados al suicidio. Uno de ellos, M.S. Pogrebinski, dejó a la posteridad, antes de suicidarse, un testimonio estremecedor, rescatado ahora de entre los documentos enterrados en la Lubianka, una carta dirigida a Stalin en la que se lee: “Con una mano me ocupaba de convertir a delincuentes en personas decentes y con la otra, obedeciendo a la disciplina del Partido, colgaba el sambenito de delincuentes a los revolucionarios más nobles de nuestro país”.