Dicen que a veces Permanece en Silencio El Estrecho

Dicen que a veces, permanece en silencio el Estrecho que separa España de África. Pero antes, para que todos sepan por qué, es importante decir cómo ocurrió.

Ocurrió en una primavera.

Javier-Sanchez-Monge-oceano-cuerpos Dicen que a veces Permanece en Silencio El Estrecho
En la fotografía; Imagen que tome en aguas cercanas a Taclobán, durante el periodo que siguió al Tifon Haiyan en las islas Filipinas.

 

Una primavera de esas en que los grillos cantan al sol cuando se marcha y cuando el colorido de los campos Andaluces mece la fragancia de sus flores, acunado por vientos de Levante o de Poniente.

Ocurrió en la época cuando por el aire las abejas vuelan a trompicones y se posan libando los adornos de las chumberas y cuando algún ternero recién parido se las hacía por mantenerse en pie con los lametones de su madre ilusionada.

Ocurrió cuando los Eucaliptos sentían en su corteza el corazón labrado de una pareja de enamorados que querían así eternizar su amor en el siempre y jamás.

Ocurrió allá, distante, más allá de la arena de la playa, más allá de las aguas del Mediterráneo y de las aguas de los delfines y al otro lado del Estrecho; todo comenzó allá en donde al caer la noche, se veían las luces de Tánger.

Allá precisamente en donde los habitantes de ése mundo al otro lado del Estrecho se querían imaginar cómo sería éste mientras los habitantes de éste se querían imaginar como habría de ser aquél.

Ocurrió como ocurría siempre con el añoro.

Con el añoro de las promesas de todo aquello que no se llegó a hacer nunca, y que, por una vez y cuando todo se había perdido, aún quedaba eso, esa única esperanza que tienen los que ya no tienen nada y que en la noche al arrullo de las olas se anunciaba cobijada bajo senderos de estrellas y al amparo de la bóveda del firmamento.

Ocurrió cuando los de un mundo – el de más allá, aquel al que los de acá llamaban el de los “subsaharianos”-, pensaban hallar su consuelo en el otro, el de más acá, pero que para ellos era el de más allá.

Y Maisha no dejaba de abrazar a su pequeño y regordete Ayo, que a pesar de sus once años habría de ser todo un hombre (como le había dicho su padre) y de cuidar de su madre hasta que un día, tal vez no muy lejano, se volvieran a rencontrar.

Su padre –el del pequeño Ayo- era, por si nadie lo sabía –y cuando lo recordaba se le hacía una sonrisa- Abú Sambú, el sastre que además sabía arreglar zapatos; no todos, claro –eso era imposible- pero era muy bueno. Incluso le había podido regalar a su hijo dos pares de zapatos, unos que llevaba en su mochilita junto al *grisgrís que le había dado la abuela y otros que eran los que había llevado durante toda la travesía, los que tras tan interminable marcha ya casi no se sostenían en suela.

Y, en el último día antes de su partida, Maisha, su marido Abú y Ayo habían permanecido juntos llorando abrazados, y Abú había acariciado con amor infinito el vientre de su mujer embarazada apoyando la cabeza en su regazo, sintiéndose más que nunca culpable de la parálisis que le había impedido seguir trabajando como sastre o incluso a veces como zapatero, aunque le aliviaba el que por lo menos había podido vender todo lo que tenía para pagar el pasaje de la travesía de su mujer, de su hijo y de aquél quien estaba aún por llegar.

Y desde aquél entonces, habían transcurrido meses, y no podían creer que finalmente en el Estrecho, tras aquel mar y bajo aquellas luces, yaciera delante de su mirada el imperturbable objeto de su añoro.

El pequeño Ayo, estaba casi tan emocionado como su madre, que no veía el momento de dejar de apretarle contra su regazo. Muchas veces había pensado en que no conseguirían llegar nunca y en especial cuando se les acabó todo el dinero que les había dado su padre, pero Maisha volvió a conseguir algo de dinero desapareciendo durante toda una noche al llegar a Marruecos. Ayo nunca pudo entender porque su madre desde entonces había permanecido casi siempre triste y sombría, pero ahora ya pronto cambiaría todo y además, iba a tener un hermano y tal vez en aquellas tierras lejanas en dónde los hombres tenían el color de las garzas del río.

Para probarle a su padre que ya era todo un hombre, había decidido que después de llegar al otro misterioso mundo trabajaría de limpiabotas y que luego le regalaría un par de zapatos tan buenos como los que él le había hecho.

Casi no podía creerlo, pero había llegado la hora en que emprenderían su último tramo al amparo de la noche.

Cuando abordaron la patera, Maisha pegó un grito. Grito que no sabía nadar, que la sujetaran a ella y a su hijo, y un montón de manos –muchas de buenas gentes y en sus mismas circunstancias- les sujetaron a ambos, atrayéndoles contra aquella masa humana que con tanta fuerza zarandeaba la barcaza haciendo crujir la madera.

Dicen que a veces, permanece en silencio el Estrecho.
Como si se hubiera parado el tiempo.
Permanece en silencio el Estrecho.
Cuando la noche aguarda.
Permanece en silencio el Estrecho.

Mientras la vieja proa de madera rompía las aguas a ambos lados de la barcaza, muchos lloraban. Lloraban por todo lo que habían dejado atrás, por sus seres queridos, por la emoción o porque tenían miedo porque no sabían nadar.

Ayo abrazaba fuertemente a Maisha, y por primera vez se había sentido como si fueran tres, cuando notó las pataletas dentro del vientre de su madre.

Y cuando embistiendo las aguas la patera se zarandeaba salpicando, todos gritaron abrazándose entre sí.

Y cuando sintieron el oleaje, algunos lloraron de miedo, haciéndole saber al del motor si aún no era tarde para volver atrás.

Y en arribando a aguas Españolas, de pronto se calmó el Estrecho.

De pronto el mar devolvió una vez más su brillo a las estrellas y a mecer el reflejo de la luna.

De la luna en las aguas oscuras.

Y de pronto también y cuando las luces de tierra parecían más cercanas, la barcaza comenzó a hacer agua, inundando aquel hueco en dónde todos apretujaban los pies.
Y fue entonces y cuando el agua había comenzado a ascender y cuando el silencio reinaba que Ayo sintió repentinamente el calor de la orina de su aterrorizada madre resbalándole por el brazo con el que fuertemente aferraba su pierna mientras escuchaba su derrotado y repentino sollozo, un sollozo de tal profundo dolor que pareciera que saliera de las entrañas de su alma. Un sollozo que ya no parecía humano.

Pero para entonces, todavía nadie gritaba, sollozaban con el mismo sollozo entrecortado, inhumano y cadencioso de su madre.

Y cuando el agua le llegaba a sus rodillas, Ayo elevó su pequeña mochila, para que no se mojase. Le hubiera gustado preguntar, pero sabía que no podía hacerlo.

Dicen que a veces, permanece en silencio el Estrecho.
Como si se hubiera parado el tiempo.
Permanece en silencio el Estrecho.
Cuando la noche aguarda.
Permanece en silencio el Estrecho.

Pronto, y cuando Ayo ya se sentía flotar en al agua de la barcaza, los gemidos se transformaron en gritos y unas mujeres hacinadas en una popa inundada con fuerte olor a tanque de gasolina derramado, gritaron para que les ayudaran con sus hijos porque ellas no sabían nadar. Entre ellas, Ayo reconoció al pequeño Mobutu, que tenía tal terror del agua que trepó sobre la cabeza de su madre y gritó aterrizado, tirándole del pelo.

Entretanto el mar devolvío tímidamente su brillo a las estrellas, meciendo de nuevo el reflejo de la luna.

Lejos –pero no tan lejos – una cabra negra salpicada de blanco –pero no tanto como aquella noche salpicada de luces- rumiaba un tallo verde, contemplando el Estrecho a la luz de la luna y de los astros y a la vera de su cabritillo dormido.

Cercanos y en algún lugar del mar se seguían escuchaban gritos y sollozos, lamentos cuyo eco ascendía por el firmamento imperturbable de la vía láctea para perderse retumbando contra las estrellas y los demás astros.

En tierra y en un lugar no muy lejano a aquella orilla, una madre arropaba a su hijo en la cama besándole en la frente para después ordenarle la ropa del colegio.

En el bar de la esquina, un grupo de gente vitoreaba, clamando por la victoria de su equipo mientras otros hablaban de política. En algún atasco, los conductores apretaban con furia sus bocinas.

María sacaba al perro, Arturo encendía el ordenador porque no podía dormir.

Entre tanto y en el mar, el griterío y los sollozos de aquellos quienes aún reclamaban a la muerte el poder seguir en la vida, habían ido extinguiéndose poco a poco dando paso después a un levísimo murmullo y al poco al arrullo de las olas, ese mismo arrullo que existía desde la noche de los tiempos y mucho antes de que los seres humanos existieran en aquella mota del universo y la bautizaran con el nombre de planeta tierra.

Un arrullo que iba.
Y venía.
Como las olas.
Como la vida.
Como la muerte.
Como la misma muerte.
Dicen que a veces, permanece en silencio el Estrecho.
Como si se hubiera parado el tiempo.
Permanece en silencio el Estrecho.
Cuando la noche aguarda.
Permanece en silencio el Estrecho.

Cuando Maisha flotaba inerte, Ayo le soltó la mano lentamente y luego, sabiendo que no quedaba esperanza, abandonó el trozo de madera al que se aferraba.

Y entonces, y mientras Ayo se ahogaba, se produjo una invasión de silencio, repentina, sobrecogedora, como si la naturaleza misma quisiera llorar su muerte.

Y es así y en que a veces, dicen que permanece en silencio el Estrecho.

También dicen que cuando en el Estrecho se muere gente buena, los delfines juegan con sus ropas y las hacen llegar a la orilla y que así llegaron los zapatos y la mochilita de Ayo.

Y también dicen, que en algún lugar del universo, las almas de esos niños que se ahogaron en el Estrecho, juegan con las estrellas mientras los delfines les guiñan los ojos desde el mar.

Dicen que en las aguas del Estrecho yacen las tumbas de muchos niños emigrantes, de los cuales nadie sabe su nombre.

Y, para todo el que quiera verlo y llevarles flores, existe en Tarifa un cementerio, y en ese cementerio una fosa común, y en ella una inscripción que dice;

“En memoria de los inmigrantes fallecidos en aguas del Estrecho.”

Ojalá algún día todo el mundo sepa, que quienes allí murieron, fueron seres humanos.

Seres como tú o como yo.

  • Dedicado con todo mi afecto a mi querido y heroico amigo Antonio Correa, quien con grave riesgo de su vida rescato a tres emigrantes que se ahogaban en las gélidas aguas invernales del Estrecho.
  • Dedicado a mi amiga Patricia Colón por su inestimable ayuda a los refugiados.
  • Dedicado a todos esos seres humanos quienes a pesar de lo que les digan los que no piensan como ellos, han decidido ayudar a los refugiados.

Glosario;

  • Maisha; Nombre de origen Suahili que significa “Vida”.
  • Ayo ; Nombre Nigeriano que significa “Felicidad”.
  • Grisgrís; Amuleto Africano.

Comentarios del autor

Con tristeza, he tenido que basar este relato en hechos biográficos.

La noche en que se ahogaron aquellos emigrantes, unos amigos que se hallaban acampados cercanos a la playa gaditana de Bolonia, pudieron escuchar sus gritos, tan lejanos, que no pudieron hacer nada. Me contaron que al día siguiente fueron a echar flores a la orilla, y que había cadáveres de hombres, de niños y de mujeres embarazadas además de ropa y pertenencias barridas por las olas.

A nivel personal he vivido la muy dolorosa experiencia de testimoniar algunas catástrofes naturales, entre las que estuvo el tifón Haiyán de Filipinas en donde se ahogaron miles de personas o inundaciones en el Sudeste Asiático en donde también murió ahogada mucha gente. Tal vez lo más difícil de esta era moderna se haga el saber que tomando un vuelo uno puede cambiar en poco tiempo el escenario de un lugar apocalíptico por el de estar tomando un café con sus amigos en una gran ciudad, sin esperar que cuando narre sus experiencias, pueda encontrar a alguien que lo comprenda, salvo aquellos quienes han vivido algo semejante. Es difícil de entender que coetáneamente existan mundos paralelos viviendo realidades tan diferentes y absolutamente sin ninguna comunicación entre sí.

Mi intención con este relato, es el transmitir algo en cierto modo biográfico y en la medida de lo posible ese componente emocional del que tan a menudo carecen las noticias escritas.

5 COMENTARIOS

    • Izaskun; Te agradezco de corazón tus palabras y que hayas tenido la sensibilidad de haber podido ver el profundo drama que se desarrolla en el relato. Precisamente y en nombre de todos aquellos quienes la injusticia se los llevó sin que jamas pudieran haber alzado su voz, decidi escribir esta pequeña narración.
      Muchas gracias

  1. Conmovedor y emotivo relato. Conozco perfectamente el tema, viví en la trinchera informativa los duros tiempos de la inmigración clandestina y cuando el Estrecho devolvía asiduamente cadáveres a las playas de Tarifa y Barbate.

    • Estimado Jesus, te agradezco mucho tus palabras. Mas aún sabiendo que vienen de una persona que vivió de cerca esa realidad y que como a todos los que hemos vivido este tipo de acontecimientos, aún llevamos dentro la espina de ese recuerdo. Algo cambia para siempre dentro de la naturaleza de quienes lo han vivido.
      Muchas gracias.

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