Siria: tregua o desintegración

Laura Fernández Palomo

En realidad, nada garantiza el fin de la violencia. Empezando porque el mismo acuerdo promovido por Rusia y Estados Unidos asume que el alto el fuego será parcial. Es decir, continuarán las operaciones militares contra los terroristas como el Dáesh o Estado Islámico (EI), la filial de Al Qaeda del Frente Al Nusra y una serie de grupos a determinar por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Zonas donde, por cierto, siguen viviendo civiles.

En este sentido, la ambigüedad del término que Damasco y las potencias han utilizado hasta ahora para definir a los diferentes grupos armados traerá, sin duda, lagunas en los objetivos que seguirán siendo bombardeados. Como ejemplo, el grupo salafista Ahrar al Shams sigue catalogado como terrorista tanto por Moscú como por el régimen de Bachar Al Asad, aunque es parte de la Alta Comisión Negociadora (ACN) de la oposición que ha ratificado la tregua.

Hasta Turquía tiene su propio concepto: son terroristas las milicias kurdas que han aprovechado la ofensiva de Damasco para expandirse en el norte de Alepo. Lo que le preocupa  a Ankara son las aspiraciones de autonomía de esta comunidad que comparte con los kurdos nacionalistas en territorio turco, donde operan facciones armadas. No lo va a permitir. Su determinación quedó demostrada cuando a mediados de febrero decidió también intervenir con obuses y advierte: no dudará en volver a hacerlo.

Más allá de fallidas treguas o acercamientos imposibles durante estos cinco años de conflicto, el actual acuerdo se enmarca en un proceso de presión internacional que comenzó con la aprobación de la Resolución 2254 por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en diciembre. Como las anteriores resoluciones falló. Contemplaba un alto el fuego para iniciar las conversaciones de Ginebra III de finales de enero que no llegó. Al contrario, Al Asad y Putin intensificaron los ataques, Turquía entró en juego y Arabia Saudí amenazó con una intervención terrestre. Pero, a diferencia de las anteriores resoluciones, un confuso juego de malabares intenta mantenerla en pie.

Pocas horas después de formalizarse, las conversaciones fueron suspendidas hasta el 25 de febrero, otra fecha inverosímil. Sin embargo, el Grupo Internacional de Apoyo a Siria (liderado por EEUU y Rusia), que coincidió en Múnich el día 11, insistió en avanzar en la resolución y convino un «cese de hostilidades». Establecieron como plazo una semana, pero llegó el viernes y nadie silenció las armas. Aún así, el sábado Rusia y EEUU anunciaban de nuevo un principio de acuerdo y el lunes una fecha: el próximo sábado 27 de febrero, Gobierno y oposición – y sus respectivos aliados – deberán poner fin a las a todo tipo de agresión contra las partes comprometidas con el acuerdo, liberar a los presos detenidos y no adquirir nuevo territorio.

Todos han aceptado. Ejecutivo y oposición han ratificado los términos del alto el fuego pero sin confianza en que la otra parte vaya a respetarlo. Quizá algún arma se silencie, pero ninguna se guardará. Tampoco el secretario de estado estadounidense, John Kerry, quien ha pasado el fin de semana al teléfono para formalizar algún propósito, se fía: “Esto puede ponerse mucho más feo”, ha reconocido. De hecho, posee un “plan B”, que no ha querido desvelar, aunque el rotativo británico The Guardian se ha adelantado. No descarta la partición de Siria. Es decir, asumir su desintegración.

Esta tregua en Siria será diferente. No por el éxito, que cinco años después solo podrá ser relativo; sino porque se ha acabado el tiempo de intentarlo y un fracaso animaría a algunos a nuevos experimentos en forma de soluciones. Algo que ya conoce demasiado bien Oriente Medio.

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