Soberbia, clasicismo y educación

Roberto Cataldi¹

La soberbia es uno de los siete pecados capitales o vicios a los que naturalmente estamos inclinados los seres humanos y, suele marchar junto a la arrogancia y el narcisismo. una trilogía nada infrecuente.

En cuanto a la soberbia intelectual, ésta constituye una tentación recurrente en ciertas élites cultivadas, que buscan posicionarse en un pedestal de superioridad cognitiva y sobre todo moral, reclamando a menudo un reconocimiento explícito que también involucre gozar de algunos privilegios.

Está claro que la gloria en sentido Bíblico (honor, alabanza, estima, brillo, esplendor) les agrada, sin embargo no resulta suficiente.

Pensamos y sentimos dentro de una cultura y de un sistema de valores que son históricos, pero también cambiantes. La idea de jerarquía cultural no se compatibiliza con la cultura de nuestro tiempo, y el debate por la calidad es algo aparte. A lo largo de la historia podemos comprobar que siempre hubo una cultura atada al mercado y también una cultura sin fines de lucro. La visión imperialista sobre la cultura sería propia del siglo pasado, aunque los antecedentes históricos son numerosos. Y si uno es un outsider o un exiliado, no faltan motivos para crear y así existir en el mundo que no lo aceptaba.

La política actual ha logrado vaciar de sentido las palabras. En la cultura política de nuestros días, donde no se cumple con lo que se promete, las palabras no se corresponden con la cosa que designan y terminan perdiendo su valor.

El remitirse a la cultura clásica, al clasicismo greco-romano, diría que es un recurso retórico de todas las épocas. A menudo se apela a esta cultura para legitimar los actos de gobierno. Quizás Esquilo sea uno de los autores más citados. En realidad, Sófocles, Eurípides y Esquilo, escogieron en sus dramas temas como la arrogancia, la rebeldía, la envidia, los celos, el incesto, la voluntad, el parricidio. Y sus personajes recurren a la violencia contra el orden natural del Universo y en consecuencia son castigados de acuerdo a la visión de la antigua Grecia. Lo cierto es que el teatro pretendía educar al pueblo sobre los dioses, la política, las costumbres y la moral para lograr la armonía.

En lo que se refiere a la esclavitud, recordemos que la condición natural del esclavo era ser analfabeto, estaba prohibido que se lo sacase de esa condición, para así asegurarse que no pensara por sí mismo, con lo que esto implica: tener un punto de vista propio, observar críticamente la realidad y reflexionar, diseñar un proyecto de vida, luchar por su libertad…

La intención era que el esclavo viviera en la ignorancia o en una suerte de cerrazón mental y también moral. La lectura, la buena lectura, de por sí es subversiva, ya que despierta a los individuos, los hace críticos, y terminan convirtiéndose en un peligro para el orden esclavista.

Hoy por hoy ese modelo tradicional de esclavitud, por cierto execrable como cualquier otra forma de servidumbre u opresión, sigue vigente en ciertas regiones del planeta, y convive con otras formas mucho más sutiles de explotación humana que forman parte de nuestra vida moderna, caracterizada por la libertad como capacidad de actuar, la democracia republicana como forma de gobierno, y el libre albedrío como capacidad para decidir o elegir, aunque hay autores que ponen en duda esta última capacidad.

Y así llegamos a la autoexplotación, un fenómeno muy extendido en nuestras sociedades. Al respecto, Byung-Chul Han sostiene que hoy los individuos se autoexplotan a la vez que sienten pavor hacia el individuo diferente. «Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado».

Es cierto, los médicos cada vez vemos más personas agotadas física y mentalmente por el exceso de trabajo y debido a la cronificación del stress laboral, es el llamado síndrome de Burnout, que llega a alterar la personalidad y la autoestima del trabajador.

Hoy se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede y, si no se triunfa, la culpa es solo de uno. Para Han es «la alienación de uno mismo», que se traduce en anorexias o en ingestas copiosas de comida o de productos de consumo u ocio. «Ya no hay contra quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión».

Con el nuevo siglo se tornó patente el cambio cultural, pues, un caudal de información y conocimientos de fácil acceso rompieron las tradicionales barreras clasistas, que comprenden diferentes privilegios, incluyendo lo educativo y cultural, y a esto se suma la vinculación interhumana al instante (sin mediaciones), como lo muestra Internet, las redes sociales, y todas las herramientas que trae un Smartphone.

En efecto, a través de estos instrumentos vemos como la gente se comunica, comparte, intercambia información y conocimientos de todo tipo. Situación que sin duda preocupa al poder en su vocación de control total, y hoy el vehículo de la revolución es Internet con sus herramientas y numerosas plataformas (sitios web, Facebook, apps o aplicaciones informáticas, celulares inteligentes, chats, mensajerías instantáneas como WhatsApp, Messenger, Instagram y otras). Todos estos instrumentos cambiaron sustancialmente el modo de vincularnos, sobre todo durante la pandemia.

Desde que los talibanes volvieron al poder en Afganistán, pese a todas las promesas que hicieron en lo que atañe a las libertades, han reincidido en sus viejas prácticas, como excluir a las mujeres de los empleos públicos, controlarlas en su vestimenta, impedirles viajar solas fuera de su ciudad, y recientemente no dejarlas concurrir a la escuela secundaria, con lo cual millones de adolescentes se ven privadas de esta formación, mientras un vocero del Ministerio de Educación manifiesta: «En Afganistán, sobre todo en las aldeas, las mentalidades no están preparadas». La frase me recordó que en la década del setenta, a menudo oí decir de voces autoritarias, que tal o cual sociedad aún no estaba preparada para la democracia…

Hace unos días, Arturo Mcfields, embajador de Nicaragua ante la OEA, en un acto de arrojo que sorprendió a todos, denunció la dictadura de Daniel Ortega. En efecto, confirmó lo que se sabe desde hace tiempo. Un estado de terror sin libertad ni para escribir un tuit en las redes sociales, con elecciones que no son creíbles al extremo que sus siete rivales a la presidencia están entre rejas, sin separación de poderes, y con el cierre de universidades privadas y la cancelación de más de un centenar de ONG. Aquel revolucionario que iba a liberar a su país del oprobio de la dictadura, hoy se eterniza descaradamente en el poder… Creo que bien le cabe la frase de Eduardo Galeano: «El poder, es como un violín. Se toma con la izquierda y se toca con la derecha».

En fin, confieso que ya no sé si el poder transforma a las personas o simplemente logra desenmascararlas, pero no dudo que actúa como cualquier droga dura, pues, causa adicción. Y esta fuerte adicción está muy distante del bien común. Quizá sea la democracia, con sus defectos y riesgos, el mejor antídoto contra la soberbia del poder.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)
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