Pablo Gómez Álvarez[1]
El nuevo presidente de Estados Unidos postula el mismo molde neoliberal ya conocido: mucho mercado, poco Estado. Lo que adereza Donald Trump es una lista de remedios y remiendos a las concesiones que se les han dado a los tibios defensores del Estado social, y a algunas cláusulas del comercio libre que han afectado por temporadas tanto al mercado de trabajo industrial como a la masa de ganancia que paga impuestos en Estados Unidos. Por otro lado (eso sería un análisis aparte), Trump también es portavoz de críticas y censuras a la política exterior de Obama.
El golpe principal que Trump quiere dar consiste en bajar los impuestos a los ingresos medios y altos, aunque el esquema fiscal actual fue producto de una negociación de Obama con los republicanos, severamente criticada por Bernie Sanders en el Senado el 10 de diciembre de 2010, mediante una célebre intervención que duró ocho horas continúas.
Se supone que el planteamiento fiscal de Trump generaría una mayor inversión y, con ello, empleo y crecimiento. Lo que no admite el pequeño grupo de neoliberales reaccionarios del entorno del nuevo presidente es que eso provocaría aumento de la inflación, elevación del rédito y mayor déficit fiscal. En realidad, a diferencia de los países pobres, EEUU no tendría por qué crecer a tasas mayores sino mantenerse entre el 2 y el 3 % al año, lo que sería razonablemente sano.
Veamos por qué. Estados Unidos está muy cerca de lo que se considera como pleno empleo. La masa de desocupados no podría reducirse mucho porque ya está compuesta en su mayor parte de personas que trabajan una parte del año, o que no pueden o no quieren trabajar por muchos motivos; es una sobrepoblación flotante.
Si Trump consiguiera, como se espera, el apoyo de todo el partido republicano para llevar a cabo un gran sacrificio fiscal a costa, naturalmente, del gasto social, los recursos retenidos por los causantes no se trasladarían a la inversión productiva, sino que terminarían sobrando, lo cual presionaría los precios a la alza.
Para dar consistencia a su lista de remiendos, Trump presiona para que las grandes compañías manufactureras, tanto estadunidenses como de otros países, que producen en parte para el gran mercado de Estados Unidos, mantengan un alto porcentaje de inversión dentro del territorio de dicho mercado doméstico. Trump dice que eso es para defender el empleo industrial que se ha ido, pero, como hemos dicho, eso no es tan cierto en tanto que en este momento el país se acerca al pleno empleo agarrado de la gran palanca de los servicios (sector terciario).
Para Trump, el TLC (NAFTA) fue un gran error, porque Estados Unidos perdió empleos en tanto que numerosas industrias se establecieron en México, y varias compañías manufactureras de otros países se instalaron al sur para vender su producción en el norte a través de una «frontera desordenada». Eso tampoco es tan cierto, porque la mayoría de «empleos perdidos» están en oriente, en países con los cuales EEUU no ha tenido tratado arancelario.
Hay algunos neoliberales de ambos países que están de acuerdo con Trump cuando éste afirma que, en la negociación del TLC, los funcionarios mexicanos fueron muy listos y los estadunidenses muy tontos. Pero no se toma en cuenta la desindustrialización que sufrió México, la sustitución de producción interna por exportaciones, la renuncia al desarrollo de tecnología propia, así como varios desastres en el campo mexicano. Es verdad que la balanza comercial de México con Estados Unidos cambió de sentido, el déficit es ahora del vecino del norte, pero eso no significa un fortalecimiento del mercado interno mexicano ni un desarrollo industrial firmemente anclado en el país: no es la historia de Japón.
México es «potencia» manufacturera principalmente como maquilador y ni siquiera ha logrado los progresos de otros países como los «emergentes» de oriente: casi no hay nueva tecnología propia, como tampoco marcas mexicanas de máquinas ni de software. El verdadero dilema para México no era firmar o no un tratado con Estados Unidos y Canadá, sino qué clase de acuerdo debía ser. Es evidente que no fue el mejor posible, porque el gobierno mexicano (el de Carlos Salinas de Gortari) había impuesto antes la apertura comercial unilateral para tratar de controlar la inflación: no tenía ya mucho que negociar.
Trump no está de acuerdo con el TLC porque él representa a los industriales estadunidenses que salieron perdiendo, a los fabricantes de «equipos de aire acondicionado», por repetir sus propias palabras. Sin embargo, presiona más por ahora a la industria automotriz porque ésta es más vulnerable y tiene empresas muy grandes. La amenaza propiamente arancelaria suena sin embargo irrisoria, pues no existe en Estados Unidos alguna tasa de 35 % para miembros de la Organización Mundial de Comercio, por lo que un nuevo impuesto de este tipo tendría que ser aplicado por EEUU prácticamente a todo el mundo. BMW, por ejemplo, podría exportar sus autos «mexicanos» de la misma forma que lo hace con los que envía desde Alemania, y de igual manera reduciría costos. Lo que quiere Trump es obligar a México a renegociar el TLC, cambiar las reglas de origen y dar capacidad para introducir excepciones, así como revisar convenios sobre la no-doble tributación, entre otros aspectos. Eso sería un esquema defensivo para Estados Unidos, con el cual la economía más pequeña haría las concesiones más grandes: la misma historia.
El neoliberalismo no es la plataforma de la economía globalizada, sino que asume a ésta como una gran obra del capital financiero internacional, al cual expresa doctrinariamente. Los neoliberales pueden volver a los aranceles en determinado momento, tal como los han mantenido con muchas otras economías. Una mayoría británica despreció a Europa y logró el Brexit, pero no ha denunciado al neoliberalismo. Si EEUU no se pone de acuerdo con la Unión Europea para un tratado es porque no han resuelto sus diferencias, como es obvio, y no porque se quiera obstruir el comercio en general. Hoy tenemos a unos neoliberales que critican la globalización en aspectos que les parecen menos ventajosos: son nacionalistas pero no han dejado de ser imperialistas.
¿Hasta dónde irá Trump? Él no cuenta con un grupo político bien integrado y organizado. Llegará hasta donde lo dejen Wall Street y la cúpula política del Partido Republicano.
- Pablo Gómez Álvarez es senador mexicano por el PRD.