Si usted ama las ruinas arqueológicas, las medinas y mezquitas, las playas y el misterioso desierto, tiene que conocer Túnez, el país mas pequeño del Magreb, con una azarosa historia que empezó en la antigüedad con Cartago, faro comercial del Mediterráneo, hasta la conquista por el Imperio Romano.
No fue fácil, sin embargo, para los romanos vencer Cartago, varias Guerras Púnicas, la gloriosa expedición de Aníbal, el líder cartaginés que atravesó con su ejército y elefantes los Alpes, llegó frente a las puertas de Roma y no la invadió. Hasta hoy es un enigma esta decisión. Será un estigma tunecino, un país que tiene todo: una geografía diversa, una costa de 1148 km sobre el Mediterráneo, historia, arte, cultura, arquitectura, pero… ¿sabe realmente aprovechar y presentar ese tesoro?
Su historia lo evidencia como un país que ha sufrido diversas influencias y que ha sabido absorberlas y recrearlas. Los fenicios llegaron en el Siglo XII a de C, convirtieron Cartago en una potencia mercantil, hasta que el Imperio Romano ocupó Túnez durante varios siglos, dejando interesantes sitios arqueológicos. Se adueñaron más tarde los bereberes y árabes musulmanes, seguidos del Imperio Otomano y de la presencia de España, con el rey Carlos V, que decidió acabar con los piratas que azotaban la región y se guarecían en las bahías tunecinas.
En el siglo XIX, Francia establece un Protectorado, hasta que en 1956, el país se independiza y el líder Habib Burguiba declara la República. Las avenidas principales llevan su nombre y hay un gran monumento en su honor.
El turismo fue industria importante, pero decayó desde 2015 por tres atentados. Sin embargo, en Túnez, hay calma y protección policial. Uno disfruta los paseos bajo esa seguridad.
Nuestro hotel estaba frente a la Puerta del Mar, o Puerta Francia, donde comienza la antigua Medina (Patrimonio de la Humanidad por la Unesco) considerada la más grande y mejor conservada del mundo árabe.
Comenzamos nuestro recorrido por las callecitas donde se encuentra el Souk o mercado, dividido según los gremios, siguiendo la tradición medieval: ropas, joyas y corales, zapatos, artesanías, cerámicas, perfumes, tapices e infinidad de objetos de diversos precios y tamaños. Aunque sea un laberinto, es fácil de recorrer. Los tunecinos hablan francés, italiano, español y otras lenguas, son amables y muy vendedores. Una de las habilidades en los mercados es saber regatear, para llegar al precio justo. No hay que hacer caso a los guías que se ofrecen, por precaución.
Entramos en la antigua Embajada de Italia, hoy un centro cultural, donde se aprecian pinturas de la Escuela Tunecina. Cabe destacar que hay más de treinta galerías de arte en la capital y alrededores y que el arte tunecino está reconocido internacionalmente. Algo similar acontece con la industria cinematográfica, con proyección en el exterior, alentada por el Festival de Cine de Cartago y por la presencia de producciones extranjeras, con directores como Polanski, Minghella, Zeffirelli y otros.
Desde el campanario de la iglesia adosada al edificio se contempla la ciudad, los minaretes de las mezquitas y también las terrazas de bares donde se reúnen los jóvenes al atardecer para conversar y escuchar música.
La gran Mezquita, Ez Zitouna, no se puede visitar pero se impone su arquitectura islámica orientada hacia La Meca, comenzada en 698, cuando la fundación de la ciudad por el gobernador Obeyd Allah Ibn Al-Habbab, luego sufrió varias modificaciones. Es el corazón religioso y de acuerdos comerciales, centro de enseñanza del África y el Magreb.
Después de comprar los famosos aceites perfumados y algunas cerámicas coloridas, tomamos un taxi (en general muy económicos), que nos hizo un breve recorrido por la ciudad y nos llevó hasta el Museo Bardo, rodeado de un bello parque. El palacio, creado en 1882, con una arquitectura propia del siglo XIX, fue residencia de los Beys. En 1885, se convirtió en Museo Nacional, y alberga la colección de mosaicos romanos mas importantes del mundo.
«Nosotros tenemos una historia muy rica y somos el país musulmán más democrático y occidental. Cada cultura nos ha enriquecido»
Me confiesa una arqueóloga que no desea ser identificada, mientras me comenta la importancia del patrimonio arquitectónico y la lucha por el presupuesto.
«Tenemos muchos sitos arqueológicos, las investigaciones, excavaciones y mantenimiento implican recursos que a veces escasean, siendo importante el patrimonio, no solo como herencia cultural y de identidad nacional, sino como fuente de trabajo y de turismo»
Mientras sentimos la emoción del recorrido histórico y artístico hecho, saboreamos un té de menta delicioso, unos dátiles y dulces tunecinos de agradable sabor, en el cafecito del museo.
Cartago y la costa
Al día siguiente, Cartago nos espera. Salimos hacia la acrópolis de Byrsa, donde se encuentra la basílica de San Luis (fuera de culto) construida en el siglo XIX, en estilo romano-bizantino en honor al Rey de Francia Luis IX (1214-1270), quien murió en Túnez cuando dirigía la octava cruzada.
En la misma colina está el Museo de Cartago (cerrado en estos momentos) y las ruinas de la gloriosa ciudad, con una explanada que permite apreciar la panorámica más bella de todo el viaje, con vistas hacia el Mediterráneo, y el lago de Cartago.
Revivimos la extraña fundación de Cartago, 3000 años atrás, por la reina fenicia Elysa (inmortalizada por Virgilio, en su poema Eneida, como Dido), quien escapa de Tiro. La reina encuentra a Eneas huyendo de Troya, el amor los une, pero el destino los separa. Eneas debe irse de Cartago, hundiendo en el suicido a Dido. Con esta historia de amor, nace la gran ciudad.
Es importante saber que el boleto de entrada permite visitar diversos sitios, y que es mejor contratar un taxi para ver las ruinas arqueológicas, puesto que, como bien nos explicó nuestro guía, Said Tarket, se encuentran en distintos lugares, sin una ruta marcada.
Así, llegamos a las Termas, que datan del siglo II d. de C. con un gran jardín y un paisaje espectacular sobre el Mediterráneo, luego visitamos las Villas romanas y, contiguo, el teatro romano. En la antigüedad estos edificios componían la gran ciudadela, hoy fragmentada por las urbanizaciones.
La brisa del mar nos alienta a seguir pero son varios los sitios y museos que no llegamos a ver, entre ellos, Tophet Salammbô, recordando la novela de Gustavo Flaubert.
En cambio, fuimos hacia Sidi Bou Said, una villa suspendida sobre el Golfo de Túnez, conocida en tiempos romanos, muy de moda hacia 1900, cuando el baron Erlanger convenció al Bey de pintar las casas de blanco y las ventanas y puertas de azul, como su bello palacio, convirtiéndola en una villa turística de renombre internacional.
Para finalizar nuestra jornada, de regreso, nos detuvimos en La Goulette, atacada por el pirata Barbarroja en 1534. En la entrada se ve la fortaleza hispano-turca que sirvió de prisión. Carlos V, rey de España, luchó para liberar de piratas la región, pero éstos siguieron escondiéndose hasta entrado el siglo XIX.
La Goulette es el puerto de pescado más importante de Túnez, con una pintoresca playa y restaurantes muy turísticos y caros.
La gastronomía tunecina es muy variada y no exenta de influencias. El plato típico es el «couscous de cordero», y el famoso, «cordero a la gargoulette», cocido con legumbres en una vasija de cerámica. L’harissa es un polvo de pimiento rojo rociado de aceite de oliva que se considera el condimento nacional y es muy sabroso. Otra especialidad es la ensalada mechouia, con pimientos, olivas, tomates, huevos duros, y el delicioso aceite tunecino.
Al día siguiente, para conocer la zona agrícola, dejamos el maravilloso mar y nos dirigimos camino a Zaghouan (30 km de la capital), para llegar a Oudhna, unas ruinas descubiertas en el Siglo XIX, abiertas en 1999, y que datan del siglo I- D.C.
La ciudadela se levanta sobre una colina, encabezada por un Capitolio del que restan imponentes columnas, a los costados se encuentran unas termas públicas que guardan la arquitectura primitiva, otras más pequeñas llamadas de Liberii, un anfiteatro con sus fosas y el Acueducto que llevaba agua a Cartago.
Tal vez, lo que más sobrecoge es ver estas ruinas majestuosas, en medio del mundo agrícola; poder recorrerlas, como testigo de esos vestigios imperiales, que conviven con el sol y los sembradíos, en una extraña unión de pasado y presente.
Túnez lo tiene todo, aún no conozco su desierto, sus antiguas mezquitas, sus playas y puertos del sur, pero espero volver.
Túnez es un tesoro a descubrir y los tunecinos deben sentir orgullo de su bello país.