Una nueva Babel

Roberto Cataldi[1]

Entre los ríos Tigris y Éufrates estaba la Mesopotamia (hoy Irak y partes de Irán, Siria y Turquía), sin duda la «cuna de la civilización» por los inventos e innovaciones, y en la ciudad de Babel, denominación bíblica de Babilonia, el pueblo construyó una torre para alcanzar el cielo y parecerse a Dios, quien frente a la soberbia les cambio el idioma para que no pudieran entenderse, reinando así la confusión.

El relato se atribuye a Moisés y, nos mueve a reflexionar sobre la falta de entendimiento entre los seres humanos que ya estaba en el Génesis, junto al caos, las tinieblas, el abismo. Un antecedente que quizá nos explique porqué la confusión y la falta de comprensión está en el ADN de la condición humana.

En efecto, hoy el desarrollo de las comunicaciones nos permite conectarnos al instante de un extremo al otro del planeta como nunca antes se había logrado, sin embargo no se ha conseguido que mejoremos la comunicación entre nosotros, y más allá de que la historia no es lineal ni tampoco circular a pesar de ciertas similitudes, nos recuerda la metáfora de la Torre de Babel.

Hoy por hoy vivimos en medio de un bombardeo de informaciones, pero muchas son manipuladas, fake news, y los malentendidos están a la orden del día. Esta deliberada desinformación pretende invalidar la verdad, también atenta contra la democracia como forma de gobierno legítima.

La industria del entretenimiento nos transporta y nos saca de la realidad, y parece que cada uno vive en su burbuja, se hace la película o vive su propia película, la prueba es el Smartphone, nuestro compañero inseparable que cuando no está encendido no sabemos qué hacer, nos escucha y en escasos minutos aparece propaganda relacionada con el tema conversado…

Asimismo muchos van por la calle como si fueran zombies, con la atención acaparada por el teléfono celular y sin advertir lo que sucede a su alrededor, como si se tratara de otra dimensión, situación que ocasiona no pocos accidentes. En twitter las opiniones se emiten al instante, de manera visceral, es el medio preferido de los políticos, la clase dirigente, la farándula, y algunos tilingos. En Instagram aparece una vida que todos sabemos que no es la real, ya que es una vida procesada por la cosmética. Los grupos que se arman en Facebook son grupos cerrados y a menudo discriminatorios. Netflix vive sugiriendo más de lo mismo. Y lo último que quieren imponernos es el metaverso como algo ineluctable, cuando en verdad la gran mayoría no sabe de qué se trata.

Todo resulta fugaz, nada parece durar, la obsolescencia programada ya no solo comprende a los objetos materiales que compramos y usamos, porque incluye peligrosamente a ciertos grupos humanos vulnerables (obsolescencia humana). Y en los días que corren se impone lo impersonal. La distancia nos separa, y aunque estemos en un mismo recinto frente a frente, se percibe una cierta distancia…

El mundo digital en su ambición totalitaria y a contrapelo de la realidad busca reemplazar la presencialidad en todos los ámbitos y manifestaciones de la vida, a la vez que ya no hay diálogo ni escucha activa. A esta invasión del mundo digital con sus beneficios indudables pero también con sus peligros, hay que sumar el show de la política con su escenografía y la falta de una comunicación eficaz que causa el desconcierto en la población.

Recuerdo que hace unos años visitando las ruinas de Troya, me vino a la memoria la historia poética de Homero, con la Ilíada y la Odisea de lectura obligatoria en el bachillerato. Como todos sabemos la caída de la mítica ciudad fue instrumentada por una trampa, luego de un sitio de diez años por los griegos. También pude apreciar el estrecho de Dardanelos y el Mar Egeo, donde Egeo, rey de Atenas, por creer equivocadamente en el trágico suceso de que su hijo Teseo había muerto, se suicidó…

En fin, antes eran los mitos, los preceptos y las prohibiciones religiosas, las ideas filosóficas, en resumen, los relatos transmitidos de generación en generación primero por la tradición oral y luego por la escritura en sus diferentes modos de narrar. Hasta no hace mucho el vehículo era el cine, la prensa, la publicidad y la propaganda.

Pero a lo largo de la historia siempre hubo individuos que influyeron con sus ideas y discursos a grupos selectos o a las masas. No hay duda que quien puede influir sobre los otros ejerce un poder, ya que les puede modificar la forma de pensar o de actuar.

Hoy son las redes sociales, los influencers, con millones de seguidores, que en realidad uno no sabe qué son pero que nada tienen que ver con los intelectuales, los filósofos o los políticos. La necesidad de ejercer influencia en los otros tiene que ver también con la condición humana y el carácter gregario o social. Y Aristóteles sostuvo la capacidad de razonar así como la necesidad de socializar que tiene todo ser humano.

El ciudadano corriente habituado a observar y pensar, descubrió todos estos trucos, sabe de las coartadas, reconoce fácilmente las imposturas. Es más, sabe cómo actuará el algoritmo tonto, desconfía del software y de la inteligencia artificial porque descubrió que la prioridad no es el servicio humanitario como propalan, incluso aprendió a reconocer las tramoyas del mercado, del cual todos los usuarios formamos parte.

Los gobiernos están preocupados en mejorar los servicios digitales de vigilancia y quisieran meterse en la cabeza de cada individuo para saber qué piensa y así poder manipularlo. China llevaría la delantera con esta política enfermiza.

No es que la gente se esté despertando de toda esta parafernalia que procura aturdirnos con esa fanfarria mal compuesta y peor ejecutada, pues, siempre hubo gente despierta que rápidamente detectó la mentira, advirtió la trampa aunque nadie le hiciese caso.

Desde antes de Troya hasta nuestros días las mentiras y las trampas se reproducen sin cesar, y las intenciones son siempre las mismas. El error está en subestimar al ser humano pensante que ya sabe de los algoritmos, de las fake news, de las promesas que jamás se cumplirán, porque no se trata del Bien común, en todo caso se trata de satisfacer el Bien individual, la mezquindad, el egoísmo.

Albert Einstein sostenía que la amenaza del mundo no estaba en las malas personas sino en aquellos que toleran o permiten la maldad, y agradecía a todos los que le dijeron «no» porque gracias a ellos pudo ser él mismo.

La historia, es, la historia, y las estrategias y tácticas de dominación se repiten de generación en generación, están siempre presentes. Pienso que en tanto y en cuanto no nos crucemos de brazos y alcemos la voz, le será muy difícil al poder diseñar un futuro à la carte, hacernos creer que se trata de algo irreversible que debemos aceptar mansamente.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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