Es preciso recordar a la bióloga Rachel Carson cuando termina 2022, pues este año se ha cumplido el sexagésimo aniversario de la publicación de su libro Silent Spring (Primavera silenciosa), una obra fundamental en la historia del ecologismo y de la crítica científica. El libro fue publicado a finales de septiembre de 1962 y produjo un terremoto emocional y social. En 1975, en su discurso de ingreso en la Real Academia, Miguel Delibes, citó como imprescindible la obra de esa «naturalista americana» [sic].
Muchos, incluso, consideran Silent Spring como “biblia” originaria del movimiento ecologista moderno. En esa obra, Carson describió los impactos desastrosos que los pesticidas tenían en el medio ambiente y alertó del uso irresponsable que los agricultores de su país hacían del DDT (dicloro difenil tricloroetano), un compuesto incoloro que habían inventado científicos europeos. Uno de ellos, Paul Hermann Müller, de nacionalidad suiza, recibió el Premio Nobel en 1948 por su reinvención del DDT (que ya había sido sintetizado a finales del siglo XIX).
En la primera época de su producción a escala industrial, se pensó que era lo mejor para combatir varias enfermedades (malaria, tifus, etcétera) y se multiplicó su uso como pesticida e insecticida. Pasarían años hasta que Rachel Carson se convirtiera en precursora de una corriente de opinión científica y popular que –tras su senda– terminó denunciando su carácter sistemáticamente tóxico y cancerígeno.
Carson había empezado trabajando sobre las corrientes de agua, los ecosistemas acuáticos y las capas freáticas en tierra firme; después, triunfó con tres libros referidos al medio marino y a las relaciones del hombre con ecosistemas diversos, así como a diferentes fenómenos que relacionaban el impacto de las acciones del hombre en los organismos vivos.
Su trilogía, que contaba con tres obras, The Sea Around Us, The Edge of the Sea y Under the Sea Wind, la hizo muy popular. Por el primero libro de los citados, The Sea Around Us, recibió el Premio Nacional del Libro de Estados Unidos. Trata de varios temas, entre otros de las conexiones de la vida en los océanos, desde los niveles costeros hasta los más profundos. Carson predijo la subida del nivel del mar y los peligros que eso representaba; también empezó a explicar el cambio climático, que tardaría décadas en ser debatido en serio. Rachel Carson fue ya entonces traducida a una treintena de lenguas y vendió millones de ejemplares. No pocos la consideran también poeta, poeta de los mares, por su estilo diáfano y por su lirismo en el manejo del lenguaje al describir los seres vivos y los detalles más íntimos de la naturaleza. Entre las múltiples líneas de aquellos libros, una de sus citas más celebradas es la siguiente: “To stand at the edge of the sea, to sense the ebb and flow of the tides, to feel the breath of a mist, is to have knowledge of things that are as nearly eternal as any earthly life can be”, es decir, «detenerse al borde del mar, sentir el flujo y reflujo de las olas, sentir cómo respira la neblina, equivale a conocer las cosas que son casi tan eternas como puede llegar a serlo cualquier vida en la tierra».
Su popularidad al denunciar los efectos trágicos de los pesticidas le atrajeron ataques infames, injurias y burlas por parte de determinadas empresas y por una parte de la clase política de su país. Utilizaron argumentos falsos y mentiras, afrentas que se basaban también en ideas y prejuicios, según los cuales el hombre y su técnica forman parte de la creación divina y tienen como único destino posible dominar el planeta y todos los seres vivos que viven y crecen en él.
Buena parte de la sociedad prefería –prefiere– cerrar los ojos ante las advertencias de Carson. Defendió sus ideas donde pudo y donde fue aceptada, incluyendo el Congreso y el Senado estadounidenses.
Había estudiado zoología en la Universidad Johns-Hopkins, pero la muerte prematura de su padre y de una hermana suya, que tenía dos hijas, la obligaron a buscar trabajo antes de terminar su doctorado. Lo encontró en la Oficina de Pesca de los EEUU (US Bureau of Fisheries), donde redactaba y corregía textos de divulgación científica. Al mismo tiempo, escribía y participaba en programas de radio destinados a la popularización de la ciencia.
De algún modo, en esas actividades estuvo influida por escritores y naturalistas de su tiempo y del pasado. Entre ellos, Ernest Thompson Seton, que vivió entre los siglos XIX y XX, y Henry D. Thoreau, en el siglo XIX (autor del famoso libro Walden), así como de varios autores de manuales escolares en los que predominaba la visión tradicional de los Estados Unidos como “naturaleza sin fronteras y en estado salvaje”. Sus biógrafos señalan también que, cuando era adolescente, adoraba leer a escritores como Herman Melville, Robert Louis Stephenson y Joseph Conrad.
Los ataques contra Carson vinieron casi siempre de grupos de presión motivados por sus propios intereses, de medios de comunicación conservadores, de la industria química; en buena medida, de los promotores y comerciantes de pesticidas. También de los obsesos del desarrollo económico y del progreso técnico-científico a toda costa, esa clase de supersticiosos que cree en el crecimiento ilimitado, en el carácter ciego y siempre benéfico de la técnica.
El editor francés José Corti, que publicó sus obras en Francia, se refiere a Rachel Carson de la manera siguiente: “Poseía una aptitud particular que asociaba su conocimiento científico a su conciencia poética y espiritual, que nos ofrece aún la posibilidad de percibir el verdadero sentido del mundo. Carson siempre buscó cómo hacerse entender por quienes eran profanos en ciertas materias y no se dirigió únicamente a los científicos”.
Durante toda su vida, Rachel Carson intercambió numerosa correspondencia con otros científicos y con personas próximas a ella. Una nieta suya declaró una vez que escribió a su amiga Dorothy Freeman “hasta cinco veces por semana durante doce años”. Dorothy Freeman estaba casada y su marido compartía con ella esas cartas, con el conocimiento de Rachel Carson. Ese intercambio deja translucir un amor intenso –al que incluso podríamos calificar de platónico– entre ambas mujeres. Para Rachel, Dorothy fue una persona imprescindible que la ayudó seguir, que impulsó su voluntad de estudiar más para divulgar sus conocimientos. Dorothy Freeman y su amistad imbatible hacia Rachel Carson fueron vitales para ayudarle a luchar por el medioambiente y contra los pesticidas. Desde luego, también para que resistiera contra sus numerosos difamadores.
En su lucha contra el DDT, que terminó siendo prohibido en su país una década después de la publicación de Silent Spring, Rachel Carson logró implicar a no pocos ciudadanos que acudieron a los tribunales para demandar su prohibición total por los efectos inmediatos evidentes que tenía ese tipo de producto tóxico en su entorno más cercano. Ya entonces, bastantes tuvieron un éxito legal contra los industriales y contra organizaciones agrarias que lo utilizaban.
Rachel Carson atendía y respondía siempre a quienes la escribían para hacerle partícipe de sus observaciones diversas; sobre el efecto de los pesticidas o sobre la disminución de los pájaros en los campos donde se curaban las hierbas con DDT. Sobre la pérdida de la biodiversidad en general, que no pocos empezaban a observar.
Antes, algunos otros autores estadounidenses –minoritarios– habían empezado la misma lucha, el mismo tipo de denuncias, pero fueron estigmatizados y desacreditados como ignorantes, locos o anarquistas. Por el contrario, Rachel Carson logró abrirse camino en los medios, sobre todo a raíz de una crítica positiva de su primer libro que fue publicada en la prestigiosa revista The New Yorker.
De ella se ha dicho que ofreció una visión original desde sus inicios, porque trató de estudiar siempre los ecosistemas en su conjunto; así como el efecto de los pesticidas sobre todo el mundo natural, sobre el conjunto de los seres vivos. Estudios anteriores habían sido con frecuencia más limitados, particulares, demasiado centrados en zonas o especies demasiado precisas.
Podemos considerar probado que Rachel Carson era una científica que no se dejaba encerrar en su esquema, en su formación universitaria. Trataba de salir, de huir y escapar, de las formas academicistas.
Un cierto número de los interrogantes expuestos por Rachel Carson sigue sin obtener respuesta de las instituciones, a pesar de los aumentos innegables de la conciencia ecológica.
Sus últimos trabajos se centraron en el calentamiento de los océanos, en su impacto en el Ártico. Entonces, cuando ya estaba enferma de cáncer, esa posibilidad –el recalentamiento del clima– no se estudiaba aún en las instituciones, apenas en los ámbitos universitarios. Casi se puede asegurar que no existía discusión pública.
Poco tiempo antes de enfermar de cáncer, Carson estudiaba y observaba las migraciones de los peces y de los pájaros. Para ella eran la prueba de que algo muy grave estaba sucediendo en la Tierra.
Desmintió desde el principio a los negacionistas primitivos, se enfrentó a los intereses de las corporaciones industriales, que la calificaron de “histérica” y “mentirosa”. Incluso rebatió a parte de los científicos de su tiempo que escribieron artículos llamando a Rachel Carson “psudocientífica aficionada”.
El hecho de fuera una mujer soltera, que tenía adoptadas a dos sobrinas nacidas de una hermana suya (que tampoco se había casado), fue determinante en aquel tiempo para que trataran de causarle más daño con infamias. Hubo intentos de impedir que siguiera publicando, campañas y bulos que trataron de presentarla como una persona «opuesta al progreso científico”.
En pleno macartismo, no faltó quien sugiriera que podía ser una compañera de viaje de los comunistas. Por el contrario, el presidente John Kennedy, su administración y su entorno personal, defendieron el empeño de Rachel Carson. Por ello, también Kennedy pasó a ser considerado un enemigo por parte de varias corporaciones dedicadas a fabricar y vender productos químicos. No hay que olvidar el papel que jugó en ese apoyo público a Carson la propia experiencia de John Kennedy como marino militar y como hombre de mar.
Las autoridades de Estados Unidos crearon tiempo después la Environmental Protection Agency, una agencia estatal destinada a proteger el medio natural y la salud de los estadounidenses. En un artículo que conmemoraba el 50º aniversario de la publicación de Silent Spring, un texto escrito por Douglas Brinkley, se sintetizó bien el fondo de aquella admiración de Kennedy, correspondida por Carson: «Su amor compartido por los litorales del Atlántico, en especial por las zonas de migración de las aves en las costas, desde Maine a Virginia, se convirtió en una especie de alianza que animó al surgimiento de entusiastas seguidores en todos los estados del país. Kennedy amaba la conservación de los mares, Carson fue su musa».
Diez años después de la publicación de Silent Spring, el DDT fue prohibido, lo que ha sido descrito como “una victoria histórica de una mujer contra los lobbies de la industria química”. Previamente, esos mismos intereses habían financiado campañas e investigaciones para poder explicar y atribuir la raíz, el origen del cáncer, a una simple desviación genética. Años después, las multinacionales del tabaco y otras similares siguieron ese nefasto ejemplo.
De algún modo, Rachel Carson sigue siendo silenciada y demonizada por el mismo tipo de organizaciones empresariales, por personajes negacionistas y clanes políticos conservadores. Y desgraciadamente, la economía y fabricación de insecticidas –cientos, variados– se han sucedido en el tiempo sustituyendo al DDT, no siempre con los debidos controles biológicos y sanitarios.
Según la FAO, la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura, entre 1990 y 2018 se pasó de producir 1,7 a 2,7 millones de toneladas de pesticidas en todo el mundo.
Sin embargo, el debate implica cada vez a más personas y a más sectores. La desaparición de numerosas especies, la extinción o muerte de las abejas y de otros insectos o de determinados pájaros, las irregularidades del clima, son ya señales inequívocas para muchas personas. Si se habla de biodiversidad o de los incendios en el Amazonas, muchos son conscientes de que se trata de un reto planetario.
El problema es que ahora nuevos países –algunos antes sojuzgados, subdesarrollados o colonizados– quieren producir lo que se deja de producir y se prohibe en la Unión Europea o en Estados Unidos, donde los viejos intereses reclaman a su vez recuperar su producción tóxica para no perder sus viejos mercados. La batalla contra los insecticidas más dañinos no está ganada, a pesar de las victorias parciales que obtuvo aquella científica y mujer valerosa. Rachel Carson no sólo era fuerte y científicamente capaz, sino que también sabía expresar cómo veía la naturaleza de manera poética. Creía que ningún elemento natural puede sobrevivir solo y aislado de los demás.
En Silent Spring, escribió: «Man is a part of nature, and his war against nature is inevitably a war agains himself«. Es decir, el hombre forma parte de la naturaleza y su guerra contra ella es, de manera inevitable, una guerra contra sí mismo. Muchas especies de reptiles, de mamíferos, las flores, los pájaros, los insectos, desaparecen. Rachel Carson llegó pronto a la conclusión de que en la naturaleza todos los seres vivos somos interdependientes.
Quizá no fue la única, pero sí podemos estimar que fue una precursora mayor, imprescindible, de la ecología moderna.
Fue Rachel Carson quien primero describió las primaveras silenciosas, en las que apenas podemos oir ya el canto de los pájaros.
[…] hacia una primavera silenciosa, como el título del libro de Rachel Carson de 1962. Si la biodiversidad es riqueza, la naturaleza se encamina hacia el empobrecimiento […]