“Insumisos”, el nuevo libro de Tzvetan Todorov, recorre las biografías de algunas personas que se enfrentaron a los totalitarismos de los siglos XX y XXI
En uno de sus ensayos (“La experiencia totalitaria”), Tzvetan Todorov cuenta cómo tras haber vivido su juventud en Bulgaria bajo un régimen estalinista que impedía las libertades y reprimía cualquier manifestación de protesta, quedó sorprendido cuando llegó a París en 1963 para terminar sus estudios y advirtió que los universitarios franceses defendían aquellas ideas de las que él venía huyendo, y soñaban con instaurar en Francia un régimen similar al de su país, mientras se lamentaban de vivir en uno que les permitía llevar su envidiable existencia.
Desde que se instaló en occidente huyendo de la dictadura totalitaria, y sobre todo después de la caída del muro de Berlín, cuando ya no había peligro de que se tomasen represalias contra los familiares y amigos que había dejado en su país, Todorov se convirtió en uno de los críticos más activos contra los totalitarismos. Incluye entre ellos a aquellos que bajo la apariencia de democracias liberales manifiestan actitudes despóticas en forma de mesianismos democráticos y ultraliberalismos.
En esta actitud de denuncia, Todorov vuelve ahora con un nuevo libro en el que centra sus críticas a los totalitarismos en las vidas de algunas personas que lucharon contra los sistemas que reprimieron las libertades a lo largo del siglo XX y los años que llevamos del XXI.
En “Insumisos” (Galaxia Gutenberg) dos mujeres, la holandesa Etty Hillesum y la francesa Germaine Tillion, representan la lucha, desde posturas diferentes, contra el nacionalsocialismo que la Alemania de Hitler expandió por Europa en los años 30 y 40 del pasado siglo. Dos escritores, ambos Premios Nobel de Literatura, Boris Pasternak y Alexander Solzhenitsyn, encarnan las persecuciones sufridas por los disidentes del régimen soviético a cargo del totalitarismo estalinista. Nelson Mandela, Malcolm X y David Shulman representan la lucha contra el apartheid, la discriminación racial y el enfrentamiento entre israelíes y palestinos. Por último Todorov se ocupa de la trayectoria de Edward Snowden, convertido en el símbolo (junto a Julian Assange, que Todorov no incluye en este ensayo, aunque sí cita al soldado Bradley Manning) de la lucha contra un nuevo totalitarismo que en nuestra época se manifiesta a través de la dictadura omnisciente e invisible de las nuevas tecnologías informáticas.
Nombres para una historia del heroismo
Los nombres de Etty Hillesum y Germaine Tillion son poco conocidos fuera de sus respectivos países, a pesar de que su lucha contra el nazismo adquirió caracteres heroicos, que en el caso de Hillesum terminaron con su muerte en Auschwitz en noviembre de 1943 y en el de Tillión se prolongaron a través de una larga existencia (murió en 2008 a los 101 años) dedicada a la denuncia de la opresión y la injusticia de los campos soviéticos de Rusia y China y de la represión durante el proceso de descolonización de Argelia. Sus últimas fuerzas las dedicó a luchar contra problemas dramáticos de las sociedades contemporáneas como la tortura, las condiciones de la vida en las cárceles, la pena de muerte, la ablación del clítoris y la prohibición de métodos anticonceptivos por parte de la iglesia católica. En ambas mujeres su lucha es una manifestación de humanismo y una muestra del rechazo al odio y a la violencia que engendran las guerras.
En los itinerarios personales de Boris Pasternak y Alexander Solzhenitsyn se encarnan los problemas de los creadores que vivían bajo el régimen de la URSS para manifestar sus opiniones y elaborar una obra que reflejase la realidad objetiva de la revolución soviética, sus causas y sus consecuencias. Mientras Pasternak gozó de honores y premios durante los primeros años, Solzhenitsyn fue desde el primer momento un opositor al régimen y su obra no es sino una continua crítica al sistema soviético, a los campos de concentración del estalinismo y a la represión de toda disidencia. Ambos representan una situación que en su caso tuvo un gran impacto internacional, sobre todo a raíz de la concesión del Nobel, al que Pasternak se vio obligado a renunciar y que Solzhenitsyn no pudo recoger. Pero al mismo tiempo son las figuras simbólicas tras cuya imagen están las de Mayakovski, Esenin, Osip Mandelstam, Mayerhold, Marina Tsvietáieva, Anna Ajmátova, Bulgakov y la de tantos otros que quedaron ocultos tras la represión y la censura.
Por la novedad y por la amenaza que supone para el futuro de la humanidad el control de las tecnologías de la información y de la informática por parte de los gobiernos, también de los gobiernos democráticos, son muy interesantes las reflexiones de Todorov en torno al caso de Edward Snowden, acusado por los Estados Unidos de haber sacado a la luz la nueva amenaza totalitaria que supone el control de los movimientos de todos los ciudadanos a través del rastro que dejan los teléfonos móviles, los ordenadores o las redes sociales, que facilitan a los Estados la vigilancia de las relaciones sociales y de la vida íntima de las personas.
Los datos obtenidos a través de estos dispositivos superan en cifras multimillonarias a los que los sistemas totalitarios tradicionales podían recabar de los ciudadanos a los que sometían a vigilancia y espionaje. Snowden quiso denunciar las infracciones cometidas por el gobierno de su país contra las leyes, la constitución y las libertades de sus ciudadanos a través de la utilización de los potentes sistemas informáticos de la nación. Acusado de espionaje y de revelar secretos de Estado, tuvo que refugiarse en Rusia, a pesar de que en alguna ocasión manifestó que el sistema actual del país que le acogió no gozaba de sus simpatías.