Ante la que se avecina con las próximas elecciones catalanas en puertas, ahora resulta que todos acuden a un nicho de electores que pueden hacer variar los resultados en una u otra dirección. Sin embargo, durante muchos años fueron tildados en Cataluña con un término peyorativo y despectivo que según la burguesía catalana y bien hablada, al tiempo que bien poseída, que era la que mandaba y sigue mandando, el término les venía como anillo al dedo, porque eran lo que eran: es decir, los “charnegos”, los venidos de fuera o nacidos hijos de padre o madre no catalanes.
Si bien el origen del término podemos situarlo a la altura del Siglo XVI, momento en que tiene lugar una gran emigración francesa, gascona y occitana principalmente, tiempo aquel en que se aplicaba a los hijos nacidos de parejas mixtas, lo cierto es que en Cataluña tuvo su plenitud a partir de los primeros años sesenta el pasado siglo, cuando cientos de miles de andaluces, castellanos, extremeños, gallegos y de otros lugares de España arribaron a la industrial Cataluña a ganarse el pan, a forjarse una vida para sí y los suyos, es cierto, pero de camino, y eso es algo que olvidan algunos, a levantar industrialmente a una Cataluña que hoy es lo que es en gran parte debido a ellos, y sin cuyo esfuerzo hubiese resultado literalmente imposible hacerlo.
Y muchos de estos “forasteros no adaptados”, otra de las acepciones del término, llevaron a cuestas durante muchos años el sambenito del “charnego” mientras doblaban el espinazo en las cadenas de montaje, en los andamios de la construcción, en la limpieza de las calles, letrinas o retretes, o también en profesiones especializadas para las que estaban preparados muchos de ellos, todo hay que decirlo.
He conocido a muchos “charnegos” y tengo buenos amigos entre ellos, además de advertir que también los tengo entre los catalanes que lo son de pura cepa, y que siempre me han tratado bien. Uno de ellos vive en mi localidad madrileña de Tres Cantos, y me cuenta historias que le tocó vivir por ser “charnego” andaluz. Lo sigue siendo, está casado con una catalana y tienen tres hijos nacidos del matrimonio en aquella tierra, y a la hora de reunirse les cuenta a sus hijos, catalanes ya de pro, las verdades del barquero, las cosas como fueron, sin engañifas oficiales, a lo que sus hijos solamente aciertan a responder: “Papá contigo no hay quien pueda”. Y el hombre ya jubilado, después de haber entregado su vida a aquella tierra, se sigue sintiendo andaluz y español, reconociendo, eso sí, lo mucho bueno que tiene Cataluña, porque lo cortés no quita lo valiente.
El término “charnego” estuvo en plena vigencia hasta los años ochenta del pasado siglo, cuando con la recuperación de la democracia todos empezamos a ser un poco más iguales. Bueno, siempre hay excepciones. La señora Marta Ferrusola, por ejemplo, esposa del “molt honorable” Jordi Pujol, siente verdadera animadversión hacia los “charnegos”, y cualquier cosa que se le parezca. Y además no lo disimula, porque pertenece a esa especie de privilegiados catalanes que se heredan de padres a hijos, de apellido en apellido. Sabido es que no habla en un taxi con alguien que no hable catalán, pero lo más sonado fue que en su día criticó al presidente de la Generalitat, José Montilla, por llamarse José y no Josep. Un presidente que, curiosamente, había sido elegido democráticamente por los catalanes, igual que lo fuera su marido. Su “pecado” era, al parecer, ser andaluz.
Dentro de unos días miles de estos “charnegos” o hijos de “charnegos” acudirán a las urnas en Cataluña y votarán libremente por quienes crean conveniente. Hace años eran un granero de votos del Partido Socialista de Cataluña, pero las cosas han cambiado en los últimos tiempos, por lo que el voto podría estar más disperso. Sea como fuere, lo cierto es que ahora todos llaman a la puerta de los “hijos de andaluces, extremeños, castellanos, gallegos, hijos de emigrantes”, parafraseando algunos mítines, en busca del apoyo deseado. Pero la historia está ahí, para quien quiera consultarla.