La nueva cultura ha traído consigo desorientación, incertidumbre, desconcierto. La confusión ha venido a sustituir a la certeza dogmática que proporcionaban la religión y las grandes ideologías de la Historia, mientras el poder de los intelectuales ha sido desplazado por el poder de los medios. Para Lipovetsky y Serroy la cultura-mundo significa globalización de la cultura, pero no abolición de la diversidad cultural. La prueba es que en un mundo cada vez más globalizado se reivindique con más fuerza, por ejemplo, la legitimación de la idea de nación, con la multiplicación de nacionalismos regionales, identitarios y lingüísticos, y la multiplicación de países: la ONU estaba formada por 51 países en 1945; en 2008 eran ya 192. Hay un temor extendido a que se arrebate a los pueblos sus identidades y por eso los países quieren vender su diferencia, aquello que los identifica. Junto a la globalización se extiende un modelo de heterogeneización, diversidad e hibridación que enriquece las culturas, fortalece la identidad cultural de los pueblos y contribuye a su creatividad y renovación, por eso cada vez se impone con más fuerza el término glocalización, mezcla de lo global y lo local, combinación de lo universal y lo particular. La cultura-mundo, ciertamente acarrea males, pero al mismo tiempo dispone de un inmenso potencial, como lo demuestra el interés por la multiculturalidad.
En el último capítulo de “París-Nueva York-París. Viaje al mundo de las artes y de las imágenes” (Acantilado), Marc Fumaroli arremete precisamente contra los postulados del libro de Lipovetsky y Serroy, que considera generalidades aterradoras inclinadas hacia la ciencia ficción, y propone el rechazo total de esa cultura hipermoderna, a la que califica de fundamentalista. Fumaroli se acerca en este ensayo al arte del último siglo a través de sus profundos conocimientos de la historia y de la cultura del pasado, y en algunos aspectos coincide sin embargo con los análisis de Lipovetsky, como cuando asegura que la ideología dominante actualmente es la del consumismo en una economía planetaria.
La crítica más destacable del libro de Marc Fumaroli se centra en el Arte Contemporáneo, al que contempla devorado por el ‘marketing’ y convertido en un engranaje más de la producción industrial y comercial. A través del concepto de ‘otium’ y de sus diversos sentidos a lo largo de la historia, hasta devenir en el actual ‘entertainment’, Fumaroli traza un panorama donde el Arte Contemporáneo, rama de esa industria global del entretenimiento, se ha ido instalando en el lugar hegemónico del mercado mundial. Lanzado en Nueva York a finales de los años 50 del pasado siglo, el Arte Contemporáneo vino a liquidar las enriquecedoras aportaciones del expresionismo abstracto de Pollock, de Rothko, de De Kooning y de Newman, cuando se trata únicamente, dice Fumaroli, de una versión industrial y bursátil de un dadaísmo aburguesado, una mercancía comercial con la etiqueta “arte”, un mero sector del mercado. Los “confusos garabatos” de Cy Twombly pintarrajeados de churretones, los “juguetes sofisticados” de Jeff Koons, los “horrores” de Louise Bourgeois, las “farsas y engañifas” del arte pop… son para Fumaroli artefactos producidos por “plásticos”, denominación que da a estos artistas: personas que han colgado los hábitos de todas las artes con el fin de subvertirlas todas a un tiempo, sin saber dibujar, ni pintar, ni esculpir, ni bailar, ni cantar… inversión caricaturesca del hombre desalienado de Marx y de su empleo del tiempo libre. Para Fumaroli, es dramático que autoridades e instituciones fomenten la presencia de este “arte” y cedan sedes como el Louvre, la capilla de La Sorbona o el Palais Bourbon para sus instalaciones y exposiciones, facilitando la transferencia al museo de los contenidos del supermercado. Gracias a este tipo de actitudes, el fenómeno de Andy Warhol y su Factory, el de los Young British Artists de Saatchi como el tiburón en formol de Damien Hirst o la cama deshecha de Tracey Emin, los cadáveres humanos disecados de von Hagens, los escándalos del “Piss Christ” (un crucifijo sumergido en orina) de Andrés Serrano y los pájaros y ratas embalsamadas de Jan Fabre (“meando y cagando, se ve que no tienen remedio!.” p.684) se han instalado en el mundo del arte como los sucesores de Van Gogh, como los Leonardos de la cultura global, cuando, dice Fumaroli, no son más que el capricho de una ínfima minoría de multimillonarios. El autor critica que en el Arte Contemporáneo se trate de ver quién llega más lejos en la instalación efímera de desperdicios, de inmundicias, de abyecciones, de fotografías escatológicas… cuya posesión sólo se puede permitir la clientela millonaria de los nuevos ricos de la economía global. Un arte sin arte a remolque de las industrias de la publicidad y de la cultura-entretenimiento, impostura globalizada del antiarte y de la contracultura, subproducto del gran comercio del lujo, de cuya posesión se enorgullecen los banqueros y los magnates, y que ha venido a suplantar los valores creativos de los auténticos artistas. Arte contemporáneo, señala Fumaroli, plenamente en concordancia con el mundo actual de la globalización, de la deslocalización y de los flujos migratorios, mientras las obras maestras del “arte antiguo” enterradas en sus museos, no dicen ya nada a las masas en movimiento de hoy.
Ilustraciones de Xulio Formoso
Formidable artículo el de Pastoriza. Muy bueno y muy bien documentado y redactado, cerca de la excelencia. Me gustó mucho la segunda ilustración de Xulio, la primera no tanto.
Como soy un exjoven integrado (del rock y los fanzines), que finge ser un anciano apocalíptico (de los ensayos filosóficos clásicos), he enviado este texto a la impresora. Dos copias, sí. Las guardaré en el libro de Umberto Eco y en otro de Guy Debord (ya sabéis cual). Antes lo volveré a leer en papel para evitar los saltos de lectura, inevitables, inconscientes, en la lectura electrónica. Estupendo, oiga.
Magnífico compendio de verdades y premoniciones acerca del presente y el (posible) futuro de lo que hasta ahora llamábamos cultura y hoy los medios de comunicación han convertido en un totum revolotum de industria, espectáculo, desprecio por el saber y el conocimiento, siempre con la mirada fija en las listas y los shares. Ni apocalíptico ni integrado, el profesor Francisco R. Pastoriza consigue una muy difícil objetividad al tratar un tema que le/nos toca tan dentro. Sólo podemos agradecérselo.