Derechos culturales y pueblos indígenas

Algún día los derechos culturales dejarán de ser los teloneros universales; dejaremos de pensar en ellos como complemento artístico de los demás y el desarrollo jurídico e institucional garantizará su ejercicio y disfrute pleno.

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Gustavo Pereira

Una de las figuras venezolanas que a lo largo de los años ha brindado aportes significativos para el desarrollo armónico de los derechos culturales es Gustavo Pereira (Venezuela, 7 de marzo de 1940); poeta, ensayista, abogado y crítico literario a quien se le atribuye la redacción del Preámbulo de nuestra Constitución Nacional (un poco en broma, yo siempre le he dicho que no trate de ganar indulgencias con escapulario ajeno porque, en realidad, ese texto se lo dictó el glorioso pueblo de Venezuela).

Siendo el creador de los “somaris”, neologismo que designa a creaciones literarias breves, Pereira cree que dicha brevedad poética debe ser inversamente proporcional a la mirada que se brinda al empeño cultural. Dicha visión ha de tener una proyección que abarque las futuras generaciones y una retrospectiva profunda que se radique en la cuna ancestral.

En cuanto a la primera condición, más allá de acciones improvisadas y espasmódicas, el diseño y ejecución de una planificación de largo aliento que contemple objetivos, metas y acciones a corto, mediano y largo plazo es la única manera de asegurar una gestión cultural coherente.

Por ello, en su texto denominado “Derechos culturales y revolución” (2011) expresa:

“La mayoría de las Gobernaciones, Consejos Legislativos, Alcaldías, partidos y organizaciones comunales simplemente se desentienden del asunto, al punto de que muchos promotores y cultores populares, orquestas típicas, museos, casas de la cultura y bibliotecas siguen trabajando entre carencias primarias, bajo la indiferencia de sus gobiernos locales y regionales, más preocupados por favorecer, en esta materia, jolgorios y romerías.

¿Cuántos de ellos pueden enorgullecerse de presentar en sus organigramas y destinar en sus presupuestos las estructuras y recursos permanentes para estimular y apoyar en sus comunidades la acción cultural transformadora?”

Más recientemente, publicado en el Semanario Todos Adentro, del Ministerio de la Cultura de Venezuela (2014), reitera el llamado:

“Pese a que toda generalización es por naturaleza injusta, lo cierto es que desde tiempos inmemoriales la gestión pública ha venido conformándose en nuestro país cual contumaz empresa de operativos, simplemente porque las palabras mantenimiento y conservación no parecen formar parte de los esquemas de planificadores y funcionarios, y cuando lo hacen se convierten por lo común en otros operativos.

Aunque no lo parezca, estamos ante un problema cultural. Se trata de conceptos como conciencia, eficiencia, probidad y hasta sensibilidad, valores todos que una revolución verdadera privilegia.

En candorosa indagación podríamos preguntar si en ministerios, gobernaciones y alcaldías existen dependencias y presupuestos para cuidados, conservación y preservación de los bienes públicos, entre ellos los culturales, cuando los hay. A la inversa de lo que pensamos ojalá la respuesta, con las excepciones de rigor, sea sí. Se supone que el socialismo anti dogmático ha de ser el reino de la planificación sin dogmas, aunque tales previsiones no son inherentes per se a ningún sistema”.

Así, pues, habrá que conjurar la amenaza, escandalosa o silente, de quienes quieren menguar la luz cultural en tiempos de creciente. La cultura no se rescata, se reconoce. El Estado no crea la cultura la auspicia por tanto ha de asumir su misión de ser reflejo de la realidad constituyente.

Recurrir a los valores ancestrales

En referencia a la segunda condición, sin pretender detener ni retroceder la historia, en tiempos de construcción de una dimensión sociocultural coherente, se hace imperativo recurrir a los valores ancestrales.

En el poema Sobre Salvajes publicado en su libro Escrito de Salvaje (1993), Gustavo Pereira ilustra:

“Los waraos del delta del Orinoco dicen Mojo-koji (El sol del Pecho) para nombrar al alma. Para decir amigo dicen Ma-jokaraisa: Mi Otro Corazón. Y para decir olvidar dicen Emonikitane, que quiere decir Perdonar.

Los muy tontos no saben lo que dicen.
Para decir tierra dicen madre
para decir madre dicen ternura
para decir ternura dicen entrega.
Tienen tal confusión de sentimientos
que con toda razón
las buenas gentes que somos
les llamamos salvajes”.

A más de veinte años de la primera impresión de esa publicación, y siendo que no hace más de veinte días tuve la oportunidad de estar trabajando con esa población indígena, me atrevo a responderle a Pereira que, efectivamente, el Warao es un pueblo con una rica memoria porque olvida.

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Felipe García

Emonikitane es un término para frasear consuelo, es una expresión que recomienda: perdona, olvida; no te aferres a lo incierto, no te arraigues donde no hay sostén, deja que vuele como gavilán libre quien deba hacerlo y anide como pelícano quien te quiera.

El Warao cree que la mayoría de las cosas que nos pasan se deben olvidar. No por falta de recuerdo o falta de memoria; hay que olvidar porque no tiene sentido perder la vida en mantener enhiesto el rencor. Olvidar para poder continuar luchando, para seguir amando, para poder recordar sin duelo, sin odio.

Es un pueblo que anda descalzo: pies achatados y dedos abiertos porque no teme. Porque los pasos le llevan por tinglados de madera salobre por el transcurrir de las lágrimas y la saliva. Vuelta semen, digamos. Anda con el pecho al aire porque no se avergüenza de sí, porque le basta un collar para sentirse protegido.

Emonikitane es un vocablo que invita a perdonar primero y averiguar después, a entender que somos un corazón compartido: estando en el lado izquierdo necesitamos al oriental para latir, para vivir.

Otro término warao es la janokosebe, comunidad de afectos. Es la vivienda comunitaria. Enseña que una casa no existe en un solo pecho sino en muchos latidos. Se puede ir descalza por tarimas comunicantes. No es posible el pensamiento individual, no cabe la decisión centrada en sí mismo.

Quien vive en soledad perece pronto. Quien ama a plenitud vive para siempre. Quien cuida la janokosebe tendrá alimento, cobijo y protección.

La humanidad es jo arao, warao, pueblo de agua. Somos necesariamente warotu a waba yata, amigos hasta el fin. Tenemos kobe yoreku, igual corazón o se nos enturbia la mente y el cuerpo se descompone en sinrazones enfermas. Nadie puede curar las lágrimas si no las prueba. Nadie comprende a nadie porque quien comprende, domina. Solo hay una forma de comunicarse y es a través de la luz más tenue.

Jokoma wakaki. Esperaremos al amanecer.

Ileana Ruiz
Ileana Ruiz (Venezuela). Activista de derechos humanos, investigadora social y periodista. Asesora en resolución de conflictos, educación popular, participación ciudadana y derechos humanos y profesora de la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad. Articulista en el semanario venezolano “Todosadentro” del Ministerio de la Cultura desde 2006. Premio Nacional de Periodismo de Opinión, 2013. Entre sus publicaciones: De la indignación a la implicación (2006); Pueblo de agua: Cuentos para la educación en derechos humanos sobre la identidad del pueblo warao (2009); Servicio de policía bajo la mirada ciudadana (2010); La clave del acuerdo. Practiguía para la resolución pacífica de conflictos (2011); Pasos dados poco a poco. Memoria y cuentos del proceso de constitución de los Comités Ciudadanos de Control Policial (2012).

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