En nuestra entrega anterior, “¿Quién fundó el cristianismo?”[1], manteníamos el criterio de que Jesús de Nazaret no intervino en la estructuración y puesta en marcha del cristianismo como una religión independiente del judaísmo. Él vivió y se proyectó como un rabino judío, restaurador de los valores más representativos de la doctrina judía, como son el arrepentimiento de los pecados y la necesidad de una relación fraterna entre los seres humanos por medio del amor y otros valores distintivos del Reino de Dios.
Transcurridas unas cuantas décadas, sus discípulos, con la intervención señera de Saulo de Tarso, fueron dando forma a lo que vino en conocerse como cristianismo, una manifestación religiosa inicialmente perseguida por judíos y paganos y posteriormente reconocida como religión oficial del Imperio, hasta extenderse alrededor del mundo.
Nada ha trascendido acerca de la apariencia física de Jesús de Nazaret; poco o prácticamente nada se conoce acerca de su niñez y juventud, independientemente de la imagen que de él se ha proyectado por parte de artistas y escritores; las reliquias a él atribuidas son fruto de la fantasía o la manipulación de generaciones posteriores. La propia percepción de Jesús de Nazaret como el Cristo, es una idea que va tomando cuerpo en fecha posterior a su muerte, que ya va quedando reflejada en los evangelios.
Aún admitiendo que los cuatro evangelios fueron escritos por seguidores de segunda generación varias décadas después de su muerte, en un clima de clara exaltación de la figura de Jesús, resultan lo suficientemente fiables desde el punto de vista racional, como para establecer un perfil de su legado espiritual. En cualquier caso, no debemos perder de vista que los autores de los evangelios, que en manera alguna escriben bajo “el dictado” de Dios, incorporan en sus escritos elementos que son propios de una fe ya consolidada en buena medida, algo que en vida de Jesús los propios apóstoles no tenían suficientemente asimilado, como es el hecho de identificar a Jesús con el Mesías (Cristo).
Por supuesto que lo dicho anteriormente no nubla la realidad histórica de que los impulsores del cristianismo como religión autónoma con respecto al judaísmo, tengan presentes las enseñanzas de Jesús y actúen tratando de configurar la nueva religión tomando como referente las enseñanzas del Maestro de Galilea, aunque no fuera ese el propósito ni el mandato de Jesús. No aportamos nada original si nos hacemos eco de lo ya dicho por otros autores que afirman de forma rotunda: “Jesús anunció el Reino de Dios y surgió la Iglesia”. El problema de fondo está en determinar si la Iglesia ha sabido interpretar e incorporar en su seno el sentido del Reino de Dios.
Veamos, pues, la idea que Jesús de Nazaret tenía del Reino de Dios (Marcos y Lucas) también nominado como Reino de los Cielos (Mateo). Efectivamente, si tomamos como referencia los evangelios sinópticos, en ellos el tema central de la predicación de Jesús es el Reino de Dios. Es evidente que Mateo sortea utilizar esa expresión en su evangelio, dirigido a los judíos, evitando de esta forma, como buen judío, utilizar el nombre de Dios. En definitiva, ambas expresiones encierran una misma idea.
En realidad, fue Juan el bautista el que introdujo la idea, anunciando que “el reino de los cielos” está cerca (Mateo 3:2); una idea que Jesús hace suya (Mateo 4:17), estrechamente vinculada con las expectativas judías con respecto al mesianismo y la liberación por parte de Dios de su pueblo, sometido al dominio de potencias extranjeras, una creencia que se había acentuado en los tiempos de Jesús. Esa gran restauración que se proclama mediante la expresión que aproxima la llegada del “reino de los cielos”, era percibida como algo inminente. Juan el bautista vincula la llegada del “reino de los cielos” con el juicio divino. Ahora bien, Jesús no responde exactamente a la idea que sobre este tema tiene el Bautista. Jesús anuncia el reino como algo presente (Mateo 12:28 y paralelos), no como una expectativa de futuro. El gran futuro que proclaman los profetas cuando apuntan al Mesías, para Jesús de Nazaret se ha convertido en presente. Y abarca a todas las naciones, no en exclusividad a los judíos.
El reino de los cielos o reino de Dios queda establecido en un mundo dominado por el mal, en el que tiene que abrirse camino. A partir de entonces, los discípulos tienen que salir por el mundo siendo testigos del reino (Maros 16:15). ¿Cómo se manifiesta la presencia del reino de Dios? Los ciegos, ven; los sordos, oyen; los cojos, caminan; los leprosos, son purificados; los muertos, son resucitados; las buenas nuevas llegan como regalo a los pobres. (Mateo 11:5, Lucas 7:22), Todas esas manifestaciones del poder de Jesús harían concebir a sus discípulos, aunque fuera tardíamente, el convencimiento de que en él se cumplían las expectativas de que era el Cristo, el Mesías anunciado al pueblo judío. Cuando los evangelios y las cartas paulinos toman forman, esa creencia está ya suficientemente consolidada.
La idea del Reino de Dios que trasmite Jesús de Nazaret viene definida por varias virtudes o mandatos:
- Amor al prójimo. Establece una nueva visión de las relaciones humanas, proyectadas como relación fraterna, en la que el egoísmo y la ambición personal quedan sometidas a las necesidades del prójimo por encima de la raza, nación, género, cultura o cualquier otra posible distinción discriminatoria.
- La visión de Dios como un padre amoroso, misericordioso e indulgente, superando la postura egocéntrica y sancionadora del judaísmo histórico.
- Establece como base de relación entre los hombres y de los hombres con Dios, el arrepentimiento que se traduce en nuevo nacimiento, entendido como una forma nueva de concebir la vida.
- Perdón de los pecados, es decir, establece una renovación espiritual con proyección social. Incluye el concepto de redención de penas. Deslegitima la tiranía de la ley que hace recaer el peso de la culpa generación tras generación
- La acción de la gracia divina, mediante la cual queda abolida la venganza prevista por la ley y desecha el ojo por ojo y diente por diente como modelo de comportamiento interpersoinal. De gracia recibisteis, dad de gracia. Un nuevo marco de relación personal.
- Reafirma la creencia en la resurrección, algo que era desechado por muchos judíos de la época.
- Se ocupa preferentemente de los desfavorecidos: los pobres, las mujeres, los niños, las minorías étnicas, las prostitutas, enfermos, etc.
- Con su enseñanza establece un código ético que ha servido de base para la formulación de declaraciones tan importantes como los decretos de protección a las minorías amerindias en tiempos del descubrimiento del Nuevo Mundo y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
- Sin dejar de ser y comportarse como judío, Jesús abolió la idea de exclusividad de Isael como pueblo único de Dios. Su mensaje es universal; alcanza a todos los pueblos y naciones de forma totalmente indiscriminada.
- Fomenta la libertad de elección (cfr. Lucas 9:50).
La gestión que luego se hizo de estos valores y enseñanzas es otra cosa. En el nombre de Jesús de Nazaret han sido justificadas intolerancia, persecuciones y guerras; se ha practicado discriminación por causa de sexo o color de la piel; se ha justificado el racismo, la esclavitud y la homofobia; se ha declarado herejes a los disidentes y se ha condenado a muerte a quienes han discrepado del pensamiento oficial; se ha justiciado el odio y la discriminación social contra los diferentes. Por supuesto que todo eso no forma parte del legado de Jesús de Nazaret ni le puede ser atribuido.
También es cierto que, inspirados en el legado de Jesús, se han hecho aportaciones valiosas a la humanidad, más allá de los valores espirituales que el propio cristianismo promueve. Ha habido héroes dispuestos a dar su vida por mantener la fidelidad a sus principios; se ha puesto empeño en defender el valor de la vida; se ha abolido la esclavitud en los países donde el cristianismo ha prevalecido, si bien es cierto que inicialmente la esclavitud fue justificada y defendida por sectores cristianos; se han hecho valiosas contribuciones para la defensa de la dignidad humana; se ha perfilado la noción de persona, recuperando y mejorando enseñanzas de la antigua Grecia; se ha fomentado y defendido los derechos de la familia y de la infancia; desde algunos sectores del cristianismo, se ha fomentado la defensa de la libertad y la instauración de la democracia.
En resumen, Jesús de Nazaret no fundó una nueva religión, pero su legado sigue siendo un referente universal. El cristianismo que reivindica a Jesús como fundador, debería revisar sus postulados y someter a examen tanto su estructura como su mensaje. El ideario de Jesús continúa teniendo vigencia en el siglo XXI. Así, pues, en la medida en la que la Iglesia sea capaz de incorporar y compartir el reino de paz, de amor y justicia, estará siendo parte activa del Reino de Dios, una presencia que se hace visible, que debe hacerse visible, en la comunidad de creyentes.
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