“[Para los jóvenes inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial,] el siglo XIX fue el siglo de la burguesía, el XX sería el siglo del cambio”.
“El siglo XX es el siglo de los intelectuales. Y en él hubo todo tipo de traiciones, acuerdos y compromisos”.
“Lo de entender se iba a convertir para mí en un objetivo cada vez más importante: más difícil, más profundo y más perdurable que el de simplemente tener razón”.
Tony Judt
El historiador británico Tony Judt escribió mucho, y bien, sobre el siglo pasado. En este artículo resaltaré lo que considero de mayor interés de aquello que en dos de sus libros nos enseñó sobre el siglo XX. Comienzo citándole:
“Para Hayek, la lección de Austria e incluso el desastre de la Europa de entreguerras se reducía grosso modo a esto: no intervenir y no planificar. La planificación deja la iniciativa en manos de quienes, al final, destruyen la sociedad (y la economía) en beneficio del Estado. Tres cuartos de siglo después, esta sigue siendo para mucha gente la lección moral que se saca del siglo XX”.
Un balance del siglo XX
“¿Qué había sido de las lecciones, recuerdos y logros del siglo XX? ¿Qué quedaba de ellos y qué se podía hacer por recuperarlos?” Esas son las dos preguntas para responder a las cuales se concibió Pensar el siglo XX, de Tony Judt y Timothy Snyder, el libro escrito a modo de la conversación mantenida por los dos historiadores en 2009 y que apareció en español tres años después.
Todavía hoy es habitual tener al siglo XX, incluso así lo consideran muchos historiadores, por “un lamentable historial de dictaduras, violencia, abuso autoritario del poder y supresión de los derechos individuales”. No deja de haber, yendo mucho más allá, quienes piensan que “debería ser olvidado”.
La visión del siglo como una época “sombría, o, en todo caso, desengañada” está encabezada por quien mejor ha escrito recientemente (a decir de Judt) sobre él, Eric J. Hobsbawm, quien como sabemos estudia el “breve siglo XX” (el que transcurre a lo largo de los años de existencia de la Rusia soviética, los años del nacimiento, auge y caída del comunismo: entre 1917 y 1989), al que tacha de “época de extremos”. Marc Mazower, en esa línea, pero más recientemente, tituló La Europa negra su libro sobre el siglo XX.
Para Judt, estos “creíbles resúmenes de historia sombría” del siglo XX parten de “una narrativa del horror” que se basa en un bélico comienzo catastrófico del mismo y un final enmarcado en “el colapso de la mayoría de los sistemas de creencias de la época”.
Sí, “el siglo XX es una “constante relación de desdichas humanas y sufrimiento colectivo del que hemos salido más tristes pero también más sabios”.
Judt hace un esfuerzo por no ceñir su análisis a esa narrativa del horror. Es lo que yo entiendo por no escribir Historia desde un aferrarse ciegamente al trauma. “El siglo XX asistió a evidentes mejoras en la condición humana en general”. Algunos cambios políticos y adelantos científicos dieron como fruto que la mayoría de la gente comenzara a tener una vida más larga y saludable de lo que se podía imaginar a comienzos de la centuria. Una vida también más segura durante la mayoría del tiempo. Pese a todo aquel horror esa es la realidad. Mayor seguridad, incluso en medio de un retroceso a la violencia internacional anterior a la paz de Westfalia del siglo XVII.
¿Cuál fue el significado de los acontecimientos según iban teniendo lugar para quienes vivieron el siglo XX? Aquella forma de entender aquellos tiempos fue muy diferente a como los entendemos ahora. Aquella época estuvo determinada por el grado de implicación de cuantos consideraron inexorable la victoria del expansivo comunismo, incluidos quienes vivieron con desesperanza esa dinámica de crecimiento de la apuesta por un mundo que pusiera fin al capitalismo. En el período de entreguerras, la principal alternativa al comunismo fue el fascismo (y el nazismo), de tal manera que cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial este tipo de totalitarismo digamos reaccionario contaba con más acólitos que el otro, el digamos revolucionario.
Finalmente, ambos totalitarismos acabaron por desaparecer y el liberalismo logró derrotarlos y aposentarse sobre la realidad mundial. Adaptándose a ella, como el capitalismo. Y explicar esa adaptabilidad es la razón de ser del libro de Judt (conversado con Snyder), cuya gran conclusión es:
“El siglo XX no fue necesariamente como nos han enseñado a verlo. No fue, o no fue solo, la gran batalla entre la democracia y el fascismo, o el comunismo y el fascismo, o la izquierda contra la derecha, o la libertad contra el totalitarismo. Mi percepción es que durante gran parte del siglo nos dedicamos a debatir, implícita o explícitamente, sobre el surgimiento del Estado. ¿Qué tipo de Estado quería la gente? ¿Estaban dispuestos a pagar por él y cuáles querían que fueran sus propósitos?
Desde esta perspectiva, los grandes vencedores del siglo XX fueron los liberales del siglo XIX, cuyos sucesores crearon el Estado del bienestar en todas sus posibles formas. Ellos consiguieron algo que, todavía en la década de 1930, parecía casi inconcebible: forjaron unos estados democráticos y constitucionales fuertes, con una fiscalidad alta y activamente intervencionistas, que podían abarcar sociedades de masas complejas sin recurrir a la violencia o la represión. Seríamos unos insensatos si renunciáramos alegremente a este legado.
De modo que la elección a la que nos enfrentamos en la siguiente generación no es entre el capitalismo y el comunismo, o el final de la historia y el retorno de la historia, sino entre la política de la cohesión social basada en unos propósitos colectivos y la erosión de la sociedad mediante la política del miedo”.
Tres lecciones que hemos aprendido del siglo XX
De 2008 es Sobre el olvidado siglo XX, una compilación de artículos de Judt dedicados a algunos de los asuntos esenciales de la pasada centuria.
En su introducción, podemos leer que “los fundamentos del mundo político del siglo XX eran artefactos del siglo XIX”. Fueron estos: “la economía neoclásica, el liberalismo, el marxismo (y su hijastro comunista), la ‘revolución’, la burguesía y el proletariado, el imperialismo y el ‘industrialismo’”.
El siglo XX puede acabar convirtiéndose “en un palacio de la memoria moral”. Va camino de ser “una Cámara de los Horrores históricos de utilidad pedagógica”. Un recorrido con sus propias estaciones: Múnich, Pearl Harbor, Auschwitz, Gulag, Armenia, Bosnia, Ruanda. Y el 11 de septiembre (ya en 2001) “como una coda excesiva”, una “sangrienta posdata” para quienes se niegan a aprender todo lo que de maldad incluye esa centuria.
En “nuestra prisa por dejar atrás el siglo XX hemos olvidado el significado de la guerra”. Porque dejar atrás el pasado significa bien superar, bien olvidar o bien negar “una memoria reciente de conflicto interno y violencia intercomunitaria”.
Si la guerra fue la primera característica del siglo XX; la segunda “fue el auge y ulterior caída del Estado”: desde la emergencia de estados-nación autónomos al principio del siglo hasta la disminución de su poder “a manos de las corporaciones multinacionales, instituciones transnacionales y el movimiento acelerado de personas, capitales y mercancías fuera de su control”. Fue el siglo del Estado de bienestar y del Estado totalitario represivo. El primero fue una medida profiláctica para evitar el regreso de los segundos, fue una barrera contra el regreso del pasado. Y hemos aprendido que “el Estado puede ser demasiado grande, pero… también demasiado pequeño”.
Aquel siglo “fue el siglo de los intelectuales”, fue “una era de extremos políticos, errores trágicos y opciones perversas”. Una era de la que a veces, erróneamente, creemos que hemos salido. Porque la más peligrosa de todas nuestras ilusiones contemporáneas “es aquella sobre la que se sustentan todas las demás: la idea de que vivimos en una época sin precedentes, que lo que está ocurriéndonos ahora es único e irreversible y que el pasado no tiene nada que enseñarnos, excepto para saquearlo en busca de útiles precedentes”.
Los desafíos que afrontó el siglo XX siguen siendo los mismos hoy en día: conocer los límites del Estado democrático; conocer “el equilibrio adecuado entre la iniciativa privada y el interés público, entre la libertad y la igualdad”; saber marcar la frontera entre “maximizar la riqueza privada y minimizar la fricción social”; aprender a controlar los conflictos inevitables; y limitar apropiadamente a las comunidades políticas de las comunidades religiosas para acabar con las fricciones entre ellas.
La historia política del siglo pasado la resume Judt con su brillantez habitual:
“Comienza con la caída de los imperios continentales en el transcurso de la Primera Guerra Mundial. De la revolución de Lenin en 1917 surgió una visión que con el tiempo llegaría a parecer la única alternativa a la caída del fascismo de gran parte del mundo civilizado. Después de las heroicas luchas de la Segunda Guerra Mundial y la derrota del fascismo, a las personas que pensaban le parecían que las opciones eran comunismo o democracia liberal, pero ésta estaba contaminada por sus ambiciones imperialistas, por el carácter interesado de sus proclamas democráticas. Sólo al acabar el siglo, en nuestros días, también el comunismo ha perdido sus restos de credibilidad, dejando el terreno libre a un incierto liberalismo desprovisto de confianza y objetivos”.
Hay para Tony Judt al menos tres lecciones que hemos aprendido del siglo XX, del que hemos heredado una combinación de capitalismo e intervención estatal. La primera es que el Estado excesivamente poderoso, “bajo cualquier égida doctrinal”, tiene una propensión quizás inevitable al ejercicio de la represión totalitaria. Otra de esas lecciones relacionadas con el poder es que “el Estado es un actor económico extremadamente ineficaz”. No es capaz de producir los bienes necesarios y, por tanto, de repartirlos. Y la tercera lección es “que ya no tenemos buenas razones para suponer que cualquier conjunto de reglas o principios políticos o económicos es universalmente aplicable, por virtuoso o efectivo que pueda ser en casos individuales”.
[…] José Luis Ibáñez Salas cita a Tony Judt, que cita a Hayek, en Periodistas en español. […]