Se da la circunstancia, de que, para bien o para mal, la historia de la humanidad se acelera. El amplio y rapidísimo despliegue de la globalización, de la tecnología o del cambio geopolítico conlleva demoledores efectos de índole adversa, tal cual es la también rapidísima degradación de esa personalidad con la que cada país se nos había dado a conocer históricamente como tal y que ahora se disuelve, claudicando su sello histórico para entregarse a formar parte de la nube de la nueva entelequia; esa abrumadora entelequia ciega que dictan los parámetros de la economía, amiga de los beneficios a corto plazo y enemiga de los valores de índole humanitaria, cultural o siquiera de índole reflexiva sostenible.
En el nuevo período histórico que nos ha tocado vivir, una humanidad aborregada por las tácticas propagandísticas y de adocenamiento colectivo de los poderosos, canjea la historia de sus ancestros, la totalidad de su idiosincrasia y todos sus recursos naturales por el yugo de una pantalla electrónica y unas hamburgesas. Los «nuevos» humanos de la era dejan de ser protagonistas de sus existencias para convertirse en receptores pasivos de contenidos.
Como tal -ejemplo de los cambios y de los nuevos contratiempos sociales de la nueva Era- los pescadores del Lago Inle de Birmania (Myanmar) constituyen una muestra más.
El Lago Inle, de inenarrable belleza paisajística, estandarte emblemático del país y segundo lago más grande de Birmania, con una superficie aproximada de 116 Km cuadrados, constituye además una biosfera única en la que abasteciéndose de su abundancia conviven diferentes etnias. Una de estas etnias, y que proporciona una de las imágenes más perdurables para los que visitan el lugar, es la de los pescadores Intha, que ya sea bien al amanecer o al atardecer, se dispersaban por las aguas del lago para desplegar sus artes de pesca, constituidas por redes o nasas tradicionales.
La gran atracción de verles pescar, consistía en el diestro manejo de su embarcación -un estrecho y largo cayuco de madera sobre el que se hacía muy difícil mantener equilibrio- por medio de un único y largo remo que manejaban con su pie en la popa y con el que, además de remar manejaban sus artilugios de pesca y se desplazaban por la superficie cubriendo grandes distancias.
Tanto la manera de remar – erguidos sobre la escasa cubierta del cayuco- como la técnica de pescar -siempre de pie, atentos por si podían avistar en la superficie las burbujas de una posible presa- les hacía formar parte de la imagen del mismísimo ecosistema del lago y representantes de una estampa de tal hermosura que llegaba a atraer a fotógrafos de todo el mundo.
En los amaneceres, el viajero podía testimoniar a bordo de su embarcación pequeñas congregaciones de pescadores disgregados por diferentes puntos del lago y que con su remar paulatino y el reflejo de su transcurrir sobre la superficie, parecían flotar sobre unas nubes reflejadas desde el cielo y una superficie que mostraba tanto el nado de los peces como el movimiento de los pájaros que la sobrevolaban.
Las redes de los pescadores , el movimiento de sus remos, la luz del sol filtrándose por entre las nubes y otros elementos de harmonía, hacían de su vista un arquetipo inefable de la belleza, de lo estéticamente inconmensurable.
Hoy y sin embargo, todo eso ha cambiado.
La persistente incidencia del látigo de un turismo invasor, que abordaba el lago y a sus pescadores como si formaran parte de una atracción, ha ido cambiando sus costumbres hasta un punto tal en que los pescadores han ido dejando su pesca tradicional y la han ido cambiando por el ganarse la vida a costa del turismo.
Poco a poco, y viendo que aquella bella tradición pesquera que les venía como un legado de sus antepasados les podía reportar bastante menos beneficio económico que el abundante flujo de Kyats (moneda local) aportado por los grupos de turistas que les querían fotografiar, los pescadores fueron abandonando su manera de vivir.
Rápidamente , algunos se esforzaron en ejecutar correctamente las poses que más gustaban a los grupos de turistas, a situarse en los lugares más apropiados para la fotografía o a interpretar en donde daba la mejor luz para ser retratados.
Con el tiempo, los pescadores han ido transformando sus costumbres hasta el punto en que cada vez menos quieren dedicarse a la pesca. Al fin y al cabo, y por muy enamorados que estuvieran de su profesión, entendían que la pesca era una manera más de salir adelante y eso mismo , pero de una manera casi instantánea y casi sin esfuerzo, les reportaba el dejarse retratar por los grupos de turistas.
La transformación ha sido tal que incluso algunos hombres del Lago Inle se ganan la vida ataviándose como pescadores tradicionales sin siquiera serlo. Los grupos de turistas se desplazan con sus barcas de motor hacia los lugares en que se pueden avistar estos pescadores y éstos aparecen en sus barcas dirigiéndose rápidamente hacia los turistas, muchas veces sin llevar artes de pesca. Cuando los grupos están próximos, los pescadores pactan con ellos el precio de hacerles fotos y cuantas se les pueden hacer y después proceden a posar de diferentes maneras.
Con el tiempo , es muy posible que se dé una generación de jóvenes que se gane la vida de esa manera, sin siquiera saber porqué lo hacen.
No es este sino un ejemplo más de los fecundos valores de la globalización, de la apuesta por una cultura única y al margen de la sostenibilidad, regida únicamente por los parámetros de la economía y del poder.
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