Los expertos señalan a Walter Scott (1771-1832) como el creador de la novela histórica moderna, aunque antes hayan existido creaciones literarias muy próximas al género (memorias, crónicas, epopeyas, romances) y antecedentes como las narraciones de Pedro de Corral (“Crónica sarracina”) en el siglo XV o las de Pedro de Montegón (“El Rodrigo”) y Jean-François Marmontel (“Los incas”) en el XVIII.
Aunque la epopeya y los romances ya habían mitificado las aventuras de los héroes, superando el aspecto puramente histórico de sus figuras, la novela histórica atiende además al mundo material y cultural, recreando las costumbres, los ambientes y las condiciones sociales de los lugares y las épocas en las que transcurren las vidas de los personajes.
No fue hasta el siglo diecinueve cuando la novela histórica cobró su importancia como género literario, gracias sobre todo al Romanticismo, que la utilizó para exaltar los valores nacionalistas, condenar las costumbres de la nueva sociedad y criticar a la clase burguesa que las protagonizaba.
También el ansia de conocimientos sobre el pasado que se despertó en la Europa del diecinueve alentó el auge de un género que mezclaba la realidad y la ficción para dar a conocer la Historia a través de protagonistas imaginarios que conviven con personajes reales cuyas aventuras habían sido verdaderamente novelescas.
Se trata de fundir en una misma obra conocimiento y estética, verdad histórica y verdad novelesca. Aquellos relatos románticos pretendían recuperar las tradiciones destruidas por el progreso, y a este fin se supeditaban las novelas de R.L. Stevenson (“La flecha negra”) o James Fenimore Cooper (“El último mohicano”).
La novela histórica llegó a su punto culminante en Francia con las obras de Victor Hugo (“Nuestra Señora de París”), Alejandro Dumas (“Los tres mosqueteros”) y Flaubert (“Salambó”), en Italia con Alessandro Manzoni (“Los novios”) y en Rusia con Pushkin (“La hija del capitán”) y Tolstoi (“Guerra y paz”). Algunas de las novelas de Dickens como “Historia de dos ciudades” podrían incluirse también en este apartado.
En España, más allá de pioneros como Manuel Fernández y González (“La muerte de Cisneros”), Luis Coloma (“Pequeñeces”) o Enrique Gil y Carrasco (“El señor de Bembibre”), los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, cuyo primer centenario de su muerte conmemoramos este año, marcaron el comienzo de la novela histórica moderna española, continuada por Pio Baroja (“Memorias de un hombre de acción”) y Valle-Inclán (“Las guerras carlistas”) y más tarde por José María Gironella.
En el siglo diecinueve la novela histórica fue un género cultivado con frecuencia por autores consagrados como Mika Waltari (“Sinuhé el egipcio”), Robert Graves (“Yo, Claudio”), Marguerite Yourcenar (“Memorias de Adriano”), Alejo Carpentier (“El siglo de las luces”) o Umberto Eco (“El nombre de la rosa”), que consiguieron convertirlas en auténticos best sellers.
En la actualidad las novelas históricas de Ken Follet, Noah Gordon, John Grisham o los españoles Arturo Pérez Reverte, Ildefonso Falcones y Juan Eslava Galán obtienen también amplios índices de aceptación. Tal vez porque, como afirma Kurt Spang (“Apuntes para una definición de la novela histórica”), las novelas históricas son un poderoso estímulo para reflexionar sobre el pasado, sobre todo en épocas de crisis.
También Gyorgy Lukács afirma en su ensayo “La novela histórica” que a través de este género se trata de reforzar el sistema actual de valores y creencias recreando episodios lejanos en el tiempo protagonizados por personajes que encarnan los vicios y las virtudes de la sociedad actual.
La erudición y la investigación documental sobre estos hechos y personajes refuerzan la elaboración de un discurso ideológico a través de un género que los utiliza en la ficción (la novela histórica es un hiato entre ficción e historia, dice Gerhard Kebbel), respetando la cronología y la fidelidad a la realidad.
Como narración, la novela utiliza todos los recursos de la ficción; como historia ha de atenerse a la verdad de los hechos en los que se mueven los protagonistas, tanto los reales como los inventados por el autor, para alcanzar ese objetivo que señalaba Ortega y Gasset en “Ideas sobre la novela”: que el lector sueñe la novela al mismo tiempo que reflexiona sobre la historia.
Un paradigma de novela histórica
La novela histórica contemporánea es una creación que engloba varios géneros que se desarrollan simultáneamente. Si analizamos obras como “El nombre de la rosa” o “El código Da Vinci” observamos que al mismo tiempo que un relato histórico se despliegan en paralelo tramas policiacas, aventureras o episodios de formación del héroe.
En este sentido, la nueva novela de Juan Antonio Sacaluga “Luces del último siglo” (Caligrama) es un ejemplo paradigmático porque en ella están todos estos elementos que definen el género.
Se trata sin duda de una novela histórica, que el autor sitúa en la España colonial del siglo dieciocho, pero “Luces del último siglo” es al mismo tiempo una novela de aventuras en la que un héroe, Juan Moran, protagoniza acciones arriesgadas en tareas para cuya ejecución ha de superar graves riesgos durante los años iniciales de la revolución francesa, los episodios originales que llevaron a la independencia de los Estados Unidos, los primeros escarceos de la independencia de las colonias españolas del nuevo mundo y en los años convulsos de la España de Carlos tercero y Carlos cuarto (a destacar el capítulo dedicado al motín de Esquilache, donde el autor nos sumerge con gran realismo en los sucesos de violencia y desórdenes de aquellos días), así como en los primeros años de la guerra de la Independencia contra los franceses.
Es también un juego policíaco en el que a través de varios procesos de investigación se trata de llegar hasta las causas que obligaron a Mateo Moran, padre de Juan, a no regresar a Cádiz para reunirse con su familia después de un viaje a Nueva España, y también de localizar a los autores de una operación fraudulenta, con visos de piratería y contrabando, que dañó gravemente la economía y la hacienda de Lorenzo Sarela, tío y protector de Juan Moran.
Contiene asimismo los elementos de una novela de formación, en la que el protagonista se somete al aprendizaje de los valores por los que la vida le va llevando (hay todo un capítulo dedicado a la formación de Juan). Y es al mismo tiempo una historia de amor y desamor condicionada por la maldición de los protagonistas, padre e hijo, condenados a separarse de sus familias durante años.
Y tampoco está ausente la crítica histórica a los ideales trasnochados de la política y la cultura de la época y a los valores impuestos por el poder, en medio de los enfrentamientos entre liberales y conservadores, entre los partidarios de la Ilustración y los prosélitos de la España del absolutismo.
Sacaluga domina con precisión el vocabulario y los lenguajes de la época, describe con realismo los personajes, los ambientes y los escenarios en los que se desarrollan las acciones de la novela y maneja con pericia los elementos literarios para dar credibilidad a la trama. Hay un profundo trabajo de investigación que no sólo se orienta hacia la historia de los años en los que discurre la trama novelesca sino a la cultura (teatro, literatura, filosofía, modas), la legislación, incluso la gastronomía de la época.
La estructura de la novela, que alterna en capítulos las épocas históricas de tres generaciones de una misma familia, y la utilización de memorias, cartas, diarios y documentos históricos como materiales literarios, hace más atractiva la lectura de esta novela que nos acerca a la España del dieciocho.
El análisis literario de la novela histórica contemporánea distingue entre aquellas cuyo objeto es la profundización en la verdad a través de la utilización de datos objetivos, y las que emplean la imaginación y la fantasía para rodear de misterio la trama y los personajes reales para que la literatura se sitúe por encima de la realidad con el fin de subordinar la verosimilitud de los hechos y los personajes al enriquecimiento literario de la obra.
En “Luces del último siglo” hay un equilibrio entre estas dos concepciones de novela histórica que hace más valiosa la aproximación a una época y la comprensión de los hechos históricos a los que tenía que enfrentarse la España de aquellos años.