Fouché: el poder en la sombra

El Poder. Esa indefinible ambición que lleva a los seres humanos a emprender desde los actos más heroicos hasta las más viles artimañas, es el objeto de “Fouché. Retrato de un hombre político” (Acantilado), la biografía de Joseph Fouché escrita, con el pulso literario habitual de Stefan Zweig, como una novela en la que las intrigas y las maniobras en la sombra de quienes manejan los hilos de la Historia están representadas en la figura de un desalmado que decidió el destino de millones de personas.

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Portada de “Fouché. Retrato de un hombre político” (Acantilado),de Stefan Zweig

En el itinerario político de Joseph Fouché se concentran todos los vicios del radicalismo al servicio del poder. Diputado de la Convención realista, durante los primeros años de la Revolución Francesa pasó a ser un fiel servidor de la República, convirtiéndose en uno de los más sanguinarios represores de la contrarrevolución. Prestó juramento al Directorio y al Consulado para más tarde servir como ministro de Napoleón y terminar traicionándole, adhiriéndose al movimiento que propició el regreso de la monarquía de Luis XVIII. Su personalidad queda de manifiesto en una frase que dejó escrita de su puño y letra: “Cambiar no forma parte de mi carácter”.

Mientras Fouché se afianzaba cada vez más en el poder, veía caer a su alrededor a los compañeros que se habían comprometido con sus mismos ideales, que en él iban cambiando con los acontecimientos: Mirabeau, Marat, Robespierre, Desmoulins, Danton, Collot, Baboeuf, Barrás, Talleyrand, Lafayette… fueron cayendo uno a uno bajo el asesinato, la guillotina o el destierro mientras él sobrevivía a todas las maniobras. Durante la lucha, Fouché nunca se manifestaba abiertamente a favor de nadie. Esperaba pacientemente el desarrollo de los acontecimientos y, al final, siempre se le encontraba junto al vencedor.

Las máscaras del poder

Hijo de una familia de marinos comerciantes, la delicada salud del joven Fouché no le permitió dedicarse a las actividades mercantiles de sus antecesores y, después de su formación con los sacerdotes oratorianos, enseña matemáticas, física y latín en las instituciones educativas de estos religiosos. La llamada de la política fue más fuerte que su vocación religiosa, y su matrimonio con una rica (y fea) heredera le permitió dedicarse sin preocupaciones económicas a su vocación de poder. En 1792, a los 32 años, fue elegido diputado de la Convención.

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Xulio Formoso: Joseph-Fouche
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Durante los primeros años de la Revolución Francesa Fouché eligió integrarse en los Girondinos frente a los radicales Jacobinos de Robespierre, a quien le unía hasta entonces una gran amistad. Contrario en principio a la ejecución de Luis XVI, cambia de opinión cuando ve que la mayoría pide la guillotina para el monarca. Desde entonces abandona sus ideas ultraconservadoras y se convierte en el más radical de quienes habían sido sus antiguos adversarios. Durante estos años fue el responsable de la destrucción de la ciudad de Lyon, de sus mejores edificios y de sus monumentos, y de la sangrienta represión a la que sometió a sus habitantes, ordenando el asesinato de miles de personas. Fue entonces, también, el más extremista de los perseguidores del catolicismo: revoca el celibato y obliga a casarse a los sacerdotes, celebra divorcios, pronuncia prédicas ateas y preside misas negras y, martillo en mano, destruye crucifijos, imágenes sagradas y altares. A la Convención de París llegan cestas llenas de custodias y candelabros de oro y plata, y joyas arrancadas de las imágenes y de los sagrarios de las iglesias bajo su jurisdicción. Cuando comparece ante Robespierre para dar explicaciones de los crímenes de Lyon, sus maniobras en la sombra hacen que no sólo se libre de condena alguna por sus excesos sino que consigue hacerse nombrar presidente del Club de los Jacobinos, desde donde conspira contra Robespierre hasta conseguir llevarlo a la guillotina. Poco después, con la misma frialdad con la que aceptó la presidencia del Club, decreta su disolución una vez nombrado ministro de Policía de Barrás, echando así el cierre a la Revolución Francesa.

Desde su omnipotente cargo ministerial Fouché promueve o frena conspiraciones, denuncia a los implicados o los advierte para que se pongan a salvo, haciendo siempre un doble, triple y a veces cuádruple juego, según las circunstancias. Advertido por la mismísima Josefina de las intenciones de Napoleón, se pone en secreto a su disposición para dar un golpe de Estado contra el Directorio. Si Napoleón triunfa Fouché será su ministro; si fracasa seguirá como fiel servidor del Directorio y, como el más alto responsable de la Policía, habrá de encarcelar a los rebeldes sin que le tiemble el pulso. Napoleón triunfa y Fouché es nombrado ministro de Policía del Imperio. Coinciden entonces en el poder dos hombres cuyas fuerzas se vigilaban mutuamente. Ambos conocían sus poderes, sus influencias y sus apoyos, se controlaban y desconfiaban uno del otro: los dos se conocían demasiado bien y durante su periodo de colaboración siempre mantuvieron las distancias. Aún así, aliado con Talleyrand, traiciona a Napoleón para tratar de frenar las guerras que desangraban el país. Descubierto el complot, nuevamente quien paga los platos rotos es Talleyrand, mientras Fouché permanece en el ministerio.

Auge y caida

El hombre que había redactado el primer manifiesto comunista se convirtió, gracias a la corrupción, en el mayor terrateniente de Francia y en el dueño de la segunda gran fortuna del país. Quien antaño fuera el más radical opositor a la aristocracia (“esa banda criminal que ha de caer bajo la espada de la ley”) contrae matrimonio con la condesa de Castellane (30 años más joven que él) y se hace nombrar duque de Otranto por el mismísimo emperador mientras conspira contra él. Quien fuera el más fiel servidor de la República y el Imperio se alía ahora con la monarquía para propiciar el regreso de Luis XVIII al trono de Francia y ser nombrado nuevamente ministro de Policía, después de proporcionar al monarca una lista de leales a Napoleón para que sobre ellos caiga la muerte o el exilio.

Zweig relata, en un párrafo magistral, la última impostura de Fouché: “Este hombre enjuto está aún más pálido que de costumbre, porque ahora dobla la rodilla para jurar ante el ‘tirano’, el ‘déspota’, y besa la mano por la que corre la misma sangre que ayudó a derramar, y presta el juramento en nombre del mismo Dios cuyas iglesias saqueó y profanó con sus hordas en Lyon”.

Pero en los últimos años de su vida un sobresalto inesperado aguardaba en la sombra a quien fuera el muñidor de todas las conspiraciones, el intrigante de todos los cambios políticos, el traidor a todos los regímenes a los que sirvió. La sorpresa tenía nombre de mujer y era duquesa de Angulema, hija de Luis XVI y de María Antonieta, quien aún recordaba con dramatismo cuándo, siendo una niña, se llevaron a sus padres a la guillotina. Su papel va a ser decisivo en la caída de Fouché.

Joseph Fouché murió en Trieste el 26 de diciembre de 1820, alejado del poder y olvidado de todos. Cuatro años más tarde, en 1824, un librero de París publicaba unas dudosas memorias cuyo anuncio, hecho en vida por el mismo Fouché, hizo temblar varias veces a los más poderosos personajes de la política francesa. Tal vez porque estaban prudentemente podadas o porque entre sus páginas se habían colado muchas falsedades y manipulaciones, esta última maniobra desde ultratumba no tuvo el efecto pretendido por quien ya formará parte para siempre de la lista de personajes históricos del oprobio y la ignominia.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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