Gustave Courbet: un manantial de luz, color y caos

Se publica “La fuente clara”, una novela del francés David Bosc que recrea los últimos años de la vida del pintor Gustave Courbet

La vida del pintor francés Gustave Courbet está partida en dos a raíz de su exilio en Suiza, a donde huye de la persecución a la que fue sometido por el gobierno francés tras su protagonismo en los acontecimientos de la Comuna de París de 1871.

xulio-formoso_gustave-courbet Gustave Courbet: un manantial de luz, color y caos
Xulio Formoso: Gustave Courbet
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Durante esta revolución se produjeron algunos episodios de radicalismo de matiz anarquista y Courbet, amigo de Proudhom, fue acusado de destruir la Columna Vendôme, el monumento que celebraba las victorias de Napoleón Bonaparte. Juzgado por un consejo de guerra, cumplió seis meses de cárcel y fue condenado a pagar 300.000 francos por daños, una cantidad a la que no podía hacer frente.

Para librarse de la multa, en julio de 1873 busca refugio en Suiza. Es en este momento (en el que con 54 años emprende el camino del exilio) cuando el escritor David Bosc inicia su relato sobre los últimos años del pintor, una narración inclasificable que no es ni una biografía ni una novela sino un bello texto poético que el autor titula “La fuente clara” (Demipage).

Retrato del artista exiliado

Antes de cruzar la frontera Courbet quiere despedirse de su padre Régis y de sus hermanas Juliette y Zélie, que viven en una casa en el campo (su madre había muerto al recibir la falsa noticia de la muerte de Gustave durante la represión de la Comuna). Courbet hace a pie el largo camino acompañado de su fiel amigo el pintor Marcel Ordinaire y cargado con un voluminoso petate, rollos de tela, maletines de pintura y un pesado caballete de madera. En los meses que vive en casa de su padre produce una gran cantidad de cuadros, ayudado por Ordinaire y otros amigos pintores, Pata, Rapin y Cornu, con el fin de conseguir fondos para saldar su deuda, pero las ventas no alcanzan para una mínima provisión y el gobierno apremia.

El 23 de julio Lydie Joliclerc, esposa del pintor Charles Joliclerc, lo lleva en secreto al otro lado de la frontera en un carruaje camuflado. Antes de fijar una residencia definitiva Courbet visita a sus compañeros de la Comuna exiliados en Ginebra, más de 500, entre los que encuentra a muchos de sus camaradas: Vuillaume, Pia, Cluseret, Alavoine, Protot y Rochefort; este último le cuenta cómo se evadió a nado de la prisión de Nueva Caledonia.

Se instala definitivamente en La Tour-de-Peliz, acompañado de los Ordinaire, padre e hijo, en una casona al lado del lago Leman llamada Bon-Port. Su espíritu anárquico se apodera de la residencia, en la que vive en medio de la suciedad y el caos. En su estudio-taller, desordenado y maloliente, se mezclan los cuadros más recientes con los que consiguió rescatar del embargo. Tiene que clausurar varias ventanas para colgar los más de cien que se amontonan allí. Durante una visita, su hermana Juliette le obliga a tomar a una mujer para que le ayude en las labores del hogar, una piamontesa robusta con la que Courbet mantiene otro tipo de relaciones al margen del orden y la limpieza. Toma entonces a su servicio al matrimonio formado por Alexandre y Marie Morel, antiguos comuneros de Marsella, exiliados como él.

Una obra controvertida

Lo más destacado de la pintura de Courbet fueron sus paisajes, de colores fuertes y tonos salvajes. Pinta animales a partir de cadáveres, de los que extrae muecas inquietantes (“Ciervo agonizante”). Da largos paseos por el campo porque necesita absorber la naturaleza y ser absorbido por ella. Rechaza el orden de Rembrandt y la sumisión de Millet. También el orientalismo cosmopolita, que –dice- oculta el mundo horrible de niños sórdidos, obreros sin pan, jóvenes consumidas y viejos decrépitos.

Rechazaba, y por eso tampoco la pintó, la industrialización de las fábricas y los altos hornos, que comenzaron a destrozar el paisaje de Europa y a mezclarse con sus monumentos. En “Los acantilados de Éfretat” recrea simbólicamente las tres edades de la vida en tres barcas varadas en una playa. No terminó su último cuadro, “Gran panorama de los Alpes”. El anterior, “Las tres bañistas”, recuerda la estructura del descendimiento de la cruz, sólo que, en lugar del dolor, aquí celebra la libertad y la alegría de la vida.

Courbet fue el primero que se atrevió a pintar el placer sexual femenino en cuadros como “La mujer en la ola”, en el estudio de “La mujer con un loro”, en las mujeres dormidas en un burdel. De esta serie su obra más conocida fue “El origen del mundo”, un lienzo enigmático, encargo de un erotómano, que muestra el sexo de una mujer en primer plano, un cuadro sin rostro (se especula que la censura pudo haber troceado la parte superior, que podría mostrar el éxtasis del orgasmo femenino) que causó uno de los mayores escándalos de la historia del arte hasta el punto de que no se exhibió en público hasta 1995.

También son excelentes los retratos. El más conocido es el “Retrato del joven alucinado”, su autorretrato de juventud. También los varios que hizo de su padre, el de Charles Baudelaire y el del escultor Marcello, en realidad una mujer de costumbres liberales que firmaba con seudónimo de hombre, nacida Adèle d’Affry, que era condesa de Castiglione-Colonna y amante tardía de Napoleón III. En su retrato enseña uno de los senos por el escote de la blusa. Fue Marcello quien le presentó a Olga de Tallenay, tal vez la única persona de quien verdaderamente estuvo enamorado el pintor.

Personalidad anárquica

portada-coubert-demipage Gustave Courbet: un manantial de luz, color y caos
Portada de Coubert, la fuente clara, de David Bosch, publicada por Demipage

De carácter extrovertido, aficionado al buen comer y al mucho beber, Courbet dormía hasta mediodía y pintaba por las tardes. Necesitaba sentirse acompañado, la soledad le aterraba. Por las noches se acercaba al Café del Centro para cantar con sus amigos y seguir bebiendo. Hay fotografías de estas reuniones. Se bañaba desnudo todos los días del año, en invierno y en verano, en las frías aguas del lago, con frecuencia a las 11 de la noche. Se dejaba contemplar por las lavanderas, a las que se acercaba al salir del agua para hacerlas reír.

Tuvo que hacer frente a dos duros golpes del destino, las muertes de su hermana Zélie y de su hijo, el niño al que había retratado en “Las cribadoras de trigo”. Su gordura, cada vez más excesiva, se iba haciendo dueña de su cuerpo, del que poco a poco se fue apoderando también la cirrosis y la hidropesía que terminaron con su vida en la madrugada del día de fin de año de 1877.

Murió rodeado de sus amigos y en compañía de su padre, que había llegado el día anterior para comunicarle el convenio acordado con el gobierno en el asunto de la Columna Vendôme.

LA FUENTE CLARA
ISBN 9788494447266
DAVID BOSC
Editorial: DEMIPAGE, 2016
Nº de páginas: 168 págs.
Encuadernación: Tapa blanda bolsillo

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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