En el exterior, no hemos tenido noticias de enormes movilizaciones populares contra el régimen de los clérigos iraníes durante el primer aniversario de la muerte de Mahsa Amini (16 de septiembre).
Las fuerzas de seguridad del gobierno teocrático han desplegado fuertes dispositivos para controlar la situación, especialmente en las áreas de población kurda. Mahsa era originaria del Kurdistán iraní, donde nació en julio del año 2000.
En las redes sociales, se han podido ver algunas expresiones de protesta, aunque lejos de lo amplias que fueron las que siguieron al trágico final de la joven kurdoiraní.
En esas imágenes, se siguen percibiendo mujeres que no llevan sus pañuelos en la cabeza o que los levantan mientras reiteran su grito más significativo:
«¡Zan, zendeguí, azadí!» (Mujer, vida, libertad).
El fuego y el humo de los neumáticos ardiendo han regresado a la calle. Ha habido grupos de manifestantes bastante más pequeños que hace un año, pero con el mismo empeño de ruptura: «¡Recuperaremos Irán!», repetían. Un lema que tiene un sentido profundo, que va más allá de las prohibiciones decretadas por los políticos del sistema teocrático chiita.
En un artículo publicado aquí a principios de año escribí lo siguiente:
–Más que el islam en sí mismo, que no está en cuestión, sí hay ya una buena parte de la población –y las mujeres son el mejor ejemplo– que rechaza en bloque un tipo de rigorismo religioso que considera ajeno a su identidad profunda. De manera que entre las manifestantes y sus compañeros de revuelta hay coraje y valor; también un cierto sentido de identidad cultural patriótica.
La vieja civilización persa resiste como corriente de fondo y como una amenaza de peso contra el sistema, contra la corrupción del aparato teocrático. Como ariete contra los dirigentes islámicos de Irán.
En Teherán, muchos ciudadanos han acompañado el paso de las mujeres sin velo islámico con toques de claxon y gritos de ánimo.
Las autoridades policiales impidieron a la familia Amini participar en el más mínimo homenaje en recuerdo de Mahsa Amini. Su padre fue retenido en situación de arresto domiciliario para impedir que fuera a visitar la tumba, donde se suponía que podrían haber acudido cientos de personas. El pretexto oficial fue proteger a Amjad (Amyad) Amini de ignotos individuos que pretenderían asesinarlo.
En las calles de varias ciudades, ha habido algunos choques esporádicos de las fuerzas policiales con grupos reducidos de manifestantes. Se ha sabido que hubo diversos incidentes en las cárceles, donde presos políticos prendieron fuego a su ropa. Algunos de ellos están condenados a la pena capital.
Las asociación de derechos humanos de Irán (conocida en el exterior por sus siglas en inglés como IHR, Iran Human Rights) ha contabilizado 551 manifestantes muertos durante el año transcurrido desde la muerte de Mahsa Amini. Entre ellos, habría unas cincuenta mujeres y unos setenta menores. Amnistía Internacional calcula un número de personas detenidas superior a 22.000.
La pena de muerte se ha seguido cumpliendo: no menos de siete hombres ejecutados a los que las autoridades vincularon con las protestas contra el régimen.
Además del despliegue de fuerzas policiales represivas, el régimen multiplica la instalación de cámaras en zonas sensibles, entre ellas muchas dotadas de dispositivos capaces de reconocimiento facial. Ese despilfarro tecnológico tendría el objetivo de hacer saltar las alarmas oficiales cuando las imágenes que transmitan puedan revelar la presencia de un cierto número de potenciales activistas juntos o las de un grupo de personas fichadas por participar en las manifestaciones.
Sigue adelante el debate sobre el proyecto de ley que aumentaría los castigos contra las mujeres que ignoren (o que rechacen sin más) el velo islámico obligatorio. El Consejo de Guardianes de Irán, que supervisa las candidaturas y las listas electorales, antes de que el voto tenga lugar, también repasa los proyectos de ley antes de su aprobación en el Majlis (parlamento).
Está formado sólo por una docena de miembros (todos hombres) y lo preside Ahmad Jannatti (Yanatí), un clérigo de 97 años.
Preside también la Asamblea de Expertos encargada de nombrar al Líder Supremo, que sigue siendo Alí Khamenei (Jamenei) desde hace más de 34 años.
Esos expertos presididos por el casi centenario Ahmad Jannatti (objeto de miles de chistes, dicho sea de paso) están considerando castigar hasta con diez años de cárcel a las mujeres que desafíen su enloquecida normativa.
Los comerciantes o tenderos que pudieran aceptar su entrada sin velo en su local serían castigados con el cierre de su negocio.
También prevén otros castigos, como dar sesenta (60) latigazos a las mujeres que rechacen el pañuelo que marca aquel sistema de apartheid contra las mujeres.
Firouzeh Nahavandy (belga de origen persa), quien es profesora emérita de la Universidad Libre de Bruselas y socióloga, estima que «la desobediencia civil está ya implantada en Irán y no desaparecerá sin más, sino que irá asumiendo formas distintas».
En un diario parisino relatan el caso de una enseñante de Teherán, madre de dos hijos, que tuvo la idea de imitar a Celeste Martins Caeiro, quien convirtió los claveles en símbolo de la Revolución portuguesa de 1974, cuando empezó a distribuirlos entre los uniformados que ocupaban las calles.
Pero esta vez el gesto de la enseñante teheraní no fue bien recibido por los represores de Irán: esa mujer fue detenida y ha pasado dos días en la cárcel.
No obstante, esa anécdota sugiere también que las iraníes no se resignan ni pierden la esperanza, a pesar de la amplitud de la represión.
El régimen no está tan seguro como pretende: las mujeres y amplias capas sociales de Irán se mueven bajo sus pies.