A muchos lectores nos interesa conocer el funcionamiento de las editoriales que publican los libros que leemos y los mecanismos de selección a través de los cuales llegan a nuestras manos aquellas obras y aquellos escritores que han colaborado a nuestra formación cultural y también a nuestra educación sentimental.
Son muchos los editores que han publicado las experiencias de su trabajo y las reflexiones sobre sus relaciones con escritores, periodistas y personajes relacionados con el mundo del libro.
En España, uno de los más generosos en este sentido ha sido Jorge Herralde, quien periódicamente nos ha venido dando información de su actividad en Anagrama, la editorial que fundó en 1969 («para contribuir a hacer la vida más vibrante y menos resignadamente conformista»), en libros como «Opiniones mohicanas», «El observatorio editorial», «Por orden alfabético» o «Un día en la vida de un editor».
Ahora que se ha jubilado de sus funciones en Anagrama nos llega «Los papeles de Herralde», una recopilación de sus cartas con escritores, agentes, periodistas, distribuidores, empresarios y gentes del mundo del libro, desde el nacimiento de la editorial hasta la primera década del 2000, recopiladas y contextualizadas por Jordi Gracia.
A lo largo de casi quinientas páginas tenemos noticia de los problemas del editor con la censura y con las crisis económicas y de otro tipo que tuvo que superar la editorial, así como su relación con autores españoles y latinoamericanos como Luis Goytisolo, Vila-Matas, Savater, Soledad Puértolas, Cabrera Infante y otros extranjeros entre los que sobresalen Tom Wolfe, André Glucksman, Ian McEwan, Susan Sontag, Antonio Tabucchi, Paul Auster…
Etapas de una trayectoria de éxito
Jordi Gracia ordena las cartas de Herralde atendiendo a las etapas históricas que ha vivido la editorial, encabezando cada uno de los capítulos con una fotografía de época del editor casi siempre en compañía de algunos de los escritores que publican en Anagrama.
De este modo el libro viene a ser también, a través de la correspondencia de su editor, una historia de la editorial y de los avatares por los que atravesó a lo largo de su medio siglo de existencia.
En esta correspondencia queda recogida la evolución de la editorial, sus logros y sus crisis, las relaciones muchas veces tensas con autores, periodistas y agentes, la creación de los premios anuales que convoca y el nacimiento de las varias colecciones (Narrativa hispánica, Cuadernos, Panorama de narrativas), cada una con sus colores distintivos, ya familiares.
Lo más interesante de estas cartas son las relaciones del editor con los autores, a los que trata casi siempre con un envidiable afecto y con una elegancia exquisita cuando tiene que hacerles algún reproche o sugerirles algún cambio en sus originales. Incluso cuando rechaza sus manuscritos siempre lo hace con disculpas y a veces elogiando el texto rechazado.
Y no han sido pocos los autores de esos manuscritos rechazados, entre los que hay nombres como los de Francisco Umbral, Luis Racionero, Andrés Trapiello, Benjamín Prado o Clara Janés. Confiesa Herralde que a veces incluso le resulta especialmente doloroso rechazar algunos originales, sobre todo de algunos autores con los que tiene amistad.
Por otra parte, hay que elogiar el riesgo y la apuesta por escritores en los que el editor confía a pesar del rechazo inicial y de la escasa atención de los medios, como los casos de Álvaro Pombo, Félix de Azúa y sobre todo Roberto Bolaño.
Con algunos autores ha llegado Herralde a afianzar una sólida amistad al margen de sus vínculos profesionales, expresada sin pudor en muchas de estas cartas, como con Sergio Pitol, Carmen Martín-Gaite o Hans Magnus Enzensberger.
Con otros manifiesta sus enfados y sus enfrentamientos cuando han abandonado la editorial para fichar por la competencia, a veces sin que mediase una consulta o la posibilidad de contraofertas. Especialmente virulento resultó el caso de Javier Marías, con quien Herralde llegó a romper todas las relaciones que mantenía tras la publicación de «Corazón tan blanco» y «Mañana en la batalla piensa en mí», a causa –dice Jordi Gracia- de las suspicacias de Marías con las cuentas de la editorial.
Se recogen también sus enfrentamientos con la prensa, a la que reprocha la falta de atención hacia autores y publicaciones que considera importantes, o se queja del tratamiento dado a algunos libros de Anagrama que tiene en alta estima.
También resulta de interés la correspondencia que mantiene con agentes, como Carmen Balcells, cuyas relaciones oscilan entre amistosas afinidades y broncos desencuentros.
Aunque el capítulo final recoge algunas respuestas de varios autores a las cartas de Herralde, se echan de menos otras más polémicas o que dejan sin contestar preguntas que los lectores nos hacemos a medida que vamos leyendo las de Herralde. A veces quisiéramos conocer las reacciones de algunos de esos interlocutores.
Por lo demás, es este un libro de lectura amena, interesante e ilustrativa sobre los engranajes y el funcionamiento del mundo editorial español contemporáneo.
Personalmente creo que sobran las reproducciones de los originales de las cartas de autores de habla no hispana, puesto que no se trata de documentos de valor literario, y hay que suponer que están bien traducidas.