Tuvimos la primera noticia de Emma Cline cuando en 2016 publicó «Las chicas», la novela en la que recreaba los crímenes cometidos por los miembros de la secta de Charles Manson en el verano de 1969, cuando asesinaron a seis personas en Beverly Hills, entre ellas la actriz Sharon Tate, esposa del director de cine Roman Polanski.
Los cuerpos aparecieron apuñalados sádicamente entre grandes charcos de sangre, la misma con la que las mujeres del grupo pintaron símbolos satánicos en las paredes y escribieron palabras cuyo significado fue objeto de interpretaciones diversas. Fue un asesinato que conmocionó al mundo. Los hechos se narraban en aquella novela desde la mirada de Evie Boyd, una adolescente seducida por la secta en el contexto de los años de la eclosión del movimiento hippie, la libertad sexual, las drogas y la música pop-rock.
Más allá de la historia, la novela sorprendió por la frescura de su lenguaje para narrar el cambio que sufre una personalidad en formación con problemas de adaptación y de rechazo social en una familia desestructurada. Sorprendió, además, la madurez de una escritora joven (cuando escribió esta novela tenía veinticinco años) capaz de elaborar una complicada estructura literaria desde la que una Evie Boyd adulta vuelve su mirada hacia aquellos años de adolescencia.
Llega ahora «Harvey», la nueva novela de Emma Cline, publicada también por Anagrama, en la que la escritora desarrolla un nuevo ejercicio literario aprovechando otro de los temas que convulsionaron a la sociedad americana y mundial.
Porque Harvey no es otro que Harvey Weinstein, personaje que fue actualidad durante meses por las acusaciones de abuso sexual que contra él presentaron varias actrices por haberlas obligado a mantener relaciones a cambio de supuestos favores de promoción en el mundo del cine de Hollywood, donde Weinstein era uno de los productores más influyentes. El caso, como es sabido, provocó el nacimiento del movimiento Me Too y terminó con la condena de Weinstein a veintitrés años de cárcel.
La novela (mejor habría que hablar de un relato corto, unas cien páginas) transcurre durante la víspera de la sesión final del juicio en el que Weinstein iba a escuchar el veredicto del jurado. Utilizando técnicas literarias como el monólogo interior, Emma Cline intenta penetrar en la mente de un personaje lleno de soberbia y con un fuerte complejo de superioridad, que nunca llega a reconocer su delito y que tiene la certeza de su absolución porque piensa que en el país en el que vive, a los desmanes de los que se le acusa se imponen unos valores que cree superiores: respeto por las personas que se han labrado su futuro, han creado riqueza y han dado trabajo a mucha gente.
Y porque son las personas como él, «hacedores de cultura», quienes moldean la ideología de la sociedad americana y el discurso del país con las decisiones que se toman en los despachos de las oficinas donde reside el poder mediático y cultural. Sin embargo, en el fondo tiene miedo: «Estaba asustado. No recordaba un miedo como este, una especie de parálisis corporal».
Weinstein vive ese día de espera en la casa de campo de un amigo, donde recibe la visita del médico y de la enfermera que se ocupan del tratamiento de los problemas de espalda que lo obligan a usar el andador con el que le hemos visto cojeando en las imágenes divulgadas por todas las televisiones el día del juicio.
Sus abogados creían que este hecho iba a favorecerlo porque cuanto más patético resultase su aspecto, mejor: la lástima actuaría en su favor. También lo visita, con su nieta, una hija que lo apoya sin mucha convicción (frente a otra que se mantiene alejada y es más reticente). En todos ellos Wenstein busca la confirmación de la esperanza que mantiene en que el tribunal reconozca su inocencia.
El día transcurre entre las numerosas llamadas de abogados, amigos, algunos compañeros de profesión y gente que le da ánimos ante la inminente sentencia del día siguiente. Todos esos mensajes hacen que se fortalezca por momentos la confianza en una absolución que, según piensa, le iba a devolver el honor y el prestigio perdidos en el proceso que durante meses lo sometió a lo que califica de ensañamiento brutal, a un encarnizamiento al que compara con el asesinato de «un hombre inocente al que habían agraviado profundamente».
Uno de los atractivos de la novela es un supuesto encuentro con el vecino que vive al lado de la casa en la que pasa este día. La novela nunca llega a desvelar quién es esta persona pero Wenstein está convencido de que es el escritor Don DeLillo, lo que le da pie a fantasear con la idea de adaptar al cine su compleja novela «Ruido de fondo» cuando todo esto del juicio termine y pueda incorporarse a su trabajo en el mundo del cine. Si sale bien, todo este ‘affaire’ habrá sido nada más que un ruido de fondo.