Se recuperan los diarios de Yasunari Kawabata escritos en sus años de adolescencia
La última vez que se habló de Yasunari Kawabata con frecuencia fue con ocasión de las declaraciones de Gabriel García Márquez en torno a su novela “Memoria de mis putas tristes”, para la que el Nobel colombiano dijo haberse inspirado en la obra de Kawabata “La casa de las bellas durmientes”.
El escritor japonés y Premio Nobel de literatura en 1968 Yasunari Kawabata (Osaka 1899-Zushi 1972) tuvo una de las infancias más tristes que se conocen en un escritor del siglo XX. Desde niño fue perdiendo uno a uno a los miembros de su familia en una serie de tragedias enlazadas. A los tres y cuatro años quedó huérfano de padre y madre y pasó a depender de una abuela que se murió cuando Kawabata contaba ocho años. Su única hermana, unos años mayor que él, falleció poco después. El abuelo, sordo, ciego y enfermo, con quien convivió hasta los 14 y al que cuidó durante sus últimos años de vida, murió poco después.
Desde entonces aquella infancia reaparece en sus escritos como el retorno inevitable de una experiencia de la que le fue imposible desprenderse. Con ella y bajo la influencia literaria de Dostoievski, Chejov, Strindberg y James Joyce, cuya prosa incorpora a los clásicos orientales, como el “Gengi Monogatari”, creó una literatura única, y también unos originales guiones de cine, la otra gran pasión de su vida. “Una grulla en la taza de té”, “El país de la nieve” y “El retumbar de la montaña” son sus obras más conocidas.
Como escritor, Kawabata priorizó siempre la belleza por encima de todo, por eso no siguió las modas de la novelística comprometida y proletaria de sus años jóvenes, aunque sí fue crítico con el militarismo y llegó a firmar manifiestos contra las armas nucleares. La Segunda Guerra Mundial vino a influir de nuevo en su dañada existencia, y por fin, la muerte de su amigo Yukio Mishima le abocó al suicidio en un apartamento a orillas del mar.
Memorias de muerte
Portada de “La bailarina de Izu” (Seix Barral),Acaban de editarse unos escritos del joven Kawabata en los que la muerte y sus rituales funerarios se extienden a lo largo de unos textos desbordantes de tristeza y melancolía. Bajo el título de uno de los relatos más extensos, “La bailarina de Izu” (Seix Barral), publicado en 1926 en la revista “Bungei Jidai”, se recogen algunos de los textos más tempranos del Nobel japonés, en los que rememora aquellos años trágicos de su infancia. El cuento “La bailarina de Izu” está basado en un episodio de la vida real, cuando Kawabata salió por primera vez de Osaka para recorrer la península de Izu y coincidió en su viaje con unos feriantes entre los que había una joven y seductora bailarina de la que se enamoró. Volvería a esta historia en “Lo bello y lo triste”, su último libro, donde un escritor busca, en los últimos años de su vida, a la antigua amante que le inspiró su primera novela.
En la narración “Diario de mi 16º año” (en realidad Kawabata tenía sólo 14 pues el título se refiere a la antigua manera de contar los años del calendario japonés), publicada en 1925, cuenta con un realismo estremecedor los últimos años de vida de su abuelo, al que cuidaba y al que asistía en todo, desde hacerle el té y moverlo en su lecho, hasta ayudarle a orinar varias veces cada noche. Mientras el abuelo se muere en medio de dolores y quejas insoportables, Kawabata, para liberarse de aquella atmósfera irrespirable, escribe incesantemente un diario, un relato olvidado durante años.
Al cabo de mucho tiempo se da de bruces con aquel pasado al encontrar casualmente en la vieja casa de sus padres un maletín de cuero cerrado con llave. Era el que utilizaba su padre, médico, durante las visitas a sus pacientes. Cuando cortó el cuero con un cuchillo vio con sorpresa que estaba repleto de hojas escritas por él hacía muchos años, entre ellas las que siendo adolescente utilizara para plasmar aquellas experiencias de los años con su abuelo: “Lo que me pareció extraño cuando hallé el diario es que no tengo recuerdos de la vida cotidiana que describe… el misterio de haber experimentado algo en el pasado y no recordarlo sigue siendo un enigma para mí ahora, a la edad de cincuenta años”, dice en las consideraciones que Kawabata añadió a las hojas originales de este diario.
La muerte es una presencia constante en estos relatos de juventud. Está en “Aceite”, donde recuerda las muertes de su abuela y de su hermana, mientras descubre que el origen de su aversión al olor del aceite estaba en que había sido una presencia constante en la atmósfera que se respiraba durante los funerales de sus padres. Y no sólo superó el rechazo al aceite sino que desde entonces lo saborea con delectación: “… incluso sentí que añadía a mi propio cuerpo una veneración proveniente de mis padres muertos cada vez que lo tomaba”. La muerte y sus conjuntos está también en “Experto en funerales”, un nombre que le pusieron sus primos a causa de su familiaridad con los oficios de difuntos de los deudos que se iban muriendo e incluso por su afición a asistir a los de personas con las que no le unían lazos: “Cuanto más distante era mi conexión con el muerto, más movido me sentía para ir al cementerio, acompañado por mis propios recuerdos”. Sus experiencias infantiles y de adolescencia volvieron muchos años después, cuando le tocó trasladar a una nueva tumba las cenizas del abuelo.
Pero en “La bailarina de Izu” no todo es muerte y tristeza. Hay relatos eróticos de traiciones e infidelidades, narraciones fantásticas, divertidas, misteriosas… casi todas muy cortas, seleccionadas de las que el autor publicara en “Historias en la palma de la mano”, escritas con ese estilo exiguo de la literatura oriental, que evocan la filosofía budista y los relatos japoneses medievales y que dejan en el lector un poso de misterio y fascinación.