La expresividad del venezolano

No quiero utilizarla como excusa para justificar mi ausencia de la semana pasada; pero la situación que surgió después del 28 de julio de 2024, día en que se llevó a cabo la elección presidencial en Venezuela, ha llevado a un marcado cambio en la cotidianidad. Ha disminuido el ritmo y la frecuencia de muchas actividades, por razones que muchos conocen.

En mi caso, que me dedico a hacer periodismo institucional desde la alcaldía del municipio en el que habito, y a escribir sobre temas lingüísticos, han sido determinantes la angustia en la mayoría de las personas, las fallas en el fluido eléctrico e Internet. Sin esos dos últimos elementos es muy difícil cumplir la tarea.

El tiempo avanza, y con esos factores en contra, no es fácil tomar previsiones. Una vez más pido disculpas y no prometo que voy a hacer algo por superar los obstáculos; pero sí les digo que, mientras haya ánimo, electricidad y funcione la Internet, aquí me tendrán.

Hace ya varios años, el periodista y catedrático Alexis Márquez Rodríguez (+) escribió un artículo sobre la expresividad del venezolano, con base en esa facilidad para crear palabras y expresiones, muchas de las cuales están cargadas de buen humor, lo que hizo que se arraigaran en el habla cotidiana; en tanto que otras ya casi nadie las recuerda.

No sé si en otras culturas también suceda igual; pero en Venezuela es algo muy llamativo. Deseo referirme a algunas y exponer su significado, de la manera más sencilla.

Muchas expresiones son comunes en el territorio nacional; pero existen otros que son únicas en determinados estados y municipios, como el caso de «cachúo», «jetiao», «brollero» y otras, propias del estado Zulia.

La palabra cachúo en la mencionada zona de Venezuela, se usa para referirse a la persona o cosa personificada que ha sido objeto de algo inesperado, bien sea un impacto físico o emocional.

Podrá decirse entonces que, «Fulano quedó cachúo por el tremendo golpe que le propinó Mengano en el rostro». O también: «Todos quedaron cachúos con la respuesta que dio el director».

En otras zonas de Venezuela, a las vacas, especialmente en el llano, por razones que no necesitan explicación, se les llama cachúas, pero para asuntos muy específicos, como cuando se dice que habrá una celebración en la que sacrificará una res y servirán carne asada.

Alguien diría, por ejemplo, «en la fiesta del primero de mayo nos comeremos una cachúa». Esa expresión siempre va aderezada de un buen humor, de un profundo sentimiento de llaneridad, que no es lo mismo que llanerías.

En cuanto a los vocablos «jetiao» y «brollero» (vuelvo al Zulia), el primero se usa para decir que alguien se quedó dormido: «Cuando abrieron la puerta lo encontraron jetiao en medio de la sala». Brollero, aunque es un término que está registrado en el Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española, como persona enredadora y chismosa, allá y en otras áreas cercanas se usa la definición académica; en tanto que en la mayoría de los estados se emplea para señalar a las personas (hombre o mujer) a las que les gusta buscar peleas, fomentar discusiones, enfrentamientos, etc.: «El señor de la esquina fue detenido por brollero».

También en el estado Zulia hay cosas y objetos que en el resto del país tienen otros nombres o viceversa, como el caso de las palabras abanico, cotizas y lampazo. La primera es ventilador; la segunda, alpargatas; y la tercera, coleto o mopa. De hecho, existe el verbo lampacear.

Pero muchas son autóctonas, como «mollejú», «esmollejao», «pepiao» y «vergación», entre otras. Se le dice mollejú a lo grande, extraordinario, extravagante: «Mi suegro se compró un reloj mollejú». Esmollejao es algo que sucede a gran velocidad: «En esa cuadra siempre los vehículos pasan esmollejao». Pepiao es algo atractivo, de gran calidad: «Me compraré un traje bien pepiao». Vergación, que proviene de verga (órgano genital masculino de los seres vivos), es una expresión de asombro, rechazo, agrado, desagrado o cualquier intención que desee expresarse: «Vergación, muchacho, eres insoportable».

Esta es una pequeña muestra de la amplia gama de palabras y expresiones con las que los venezolanos hacen más amenas sus necesidades comunicacionales; pero hay una que es la reina y que está en todo tiempo y lugar.

No es otra que «yo no juego carrito», empleada para dejar saber que se es una persona responsable, seria, honesta y que sus palabras son un documento: «Quiero que sepas que yo no juego carrito».

No tiene mayor explicación, y lo de no jugar carrito alude a la etapa de la niñez, en la que hay inocencia, ingenuidad, inexperiencia y otros factores asociados. De modo pues que, no sé ustedes; pero yo no juego carrito.

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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