La irrupción de la tecnología digital en el mundo de la fotografía ha supuesto una verdadera revolución icónica. Hay ahora una desbordante inflación de imágenes fotográficas, un extraordinario caudal que se emite incesantemente a través de nuevos medios, fundamentalmente internet, la telefonía móvil y las redes sociales, cuya principal propiedad es su accesibilidad universal.
La nueva mediasfera ha venido a imponer un nuevo orden, cambiante, en el mundo de las imágenes. A esa nueva situación algunos autores la llaman postfotografía. Entre ellos el español Joan Fontcuberta, cuya última aportación teórica en forma de libro acaba de publicarse bajo el título de “La furia de las imágenes” (Galaxia Gutenberg).
Desde las primeras páginas de este ensayo Fontcuberta señala cuáles son las características del nuevo orden visual: la inmaterialidad y transmitabilidad instantánea de las imágenes, su profusión y disponibilidad global y su aporte a la enciclopedización del saber y de la comunicación. Estas características va desarrollándolas el autor a lo largo de un texto de lectura amena a través del que nos conduce a descubrimientos que auguran un futuro inquietante.
La postfotografía significa, entre otras cosas, que la fotografía ha dejado de estar vinculada a la verdad y a la memoria en un mundo en el que ya no pertenece a especialistas o a profesionales y en el que todos somos productores de imágenes. Ahora ya no importa tanto la calidad de las imágenes (incluso se valora una cierta estética de la imperfección) como su circulación y sobre todo su oportunidad, una propiedad facilitada por la ubicuidad de las cámaras, su facilidad de manejo y la gratuidad de los procedimientos, que ha propiciado el nacimiento de un nuevo Homo photographicus en el que se eliminan las fronteras entre el profesional y el amateur, entre el fotógrafo y su modelo.
Ciertamente la postfotografía ha promovido una mayor cultura democrática, pero a costa de su vulgarización. Entre las muchas polémicas que plantea está la de la autoría de las imágenes y, correlativamente, el público que las consume. Ya no existe un autor hegemónico ni un público pasivo consumidor de imágenes sino una interactividad autor-consumidor que alternan sus roles. Como la fotografía se hace ahora para transmitir un estado, un “instante hiperdecisivo” (frente al “instante decisivo” de Cartier-Bresson), una vez cumplida esta misión comunicativa ya no se siente la necesidad de guardarla, de conservarla. Las fotos son mensajes para enviar e intercambiar y esta voluntad lúdica prevalece sobre la memoria. De ahí la eliminación del soporte material, que ha desritualizado el acto fotográfico y eliminado la solemnidad del momento, culminando el proceso de secularización de la imagen. Hoy el nuevo Homo photographicus invierte más tiempo en hacer fotografías que en contemplarlas. El álbum familiar ha desaparecido para dar paso a migraciones de imágenes a otros soportes y a las redes sociales.
La postfotografía es la fotografía adaptada a la actual vida on line. A su desarrollo se han venido a unir fenómenos como los selfie, sucesores del autorretrato, cuya justificación es la de certificar la presencia del Homo photographicus en el acontecimiento o en el escenario de la fotografía, expresión de una sociedad vanidosa y egocéntrica.
La desilusión de la imagen
Dice Walter Benjamin que el mundo de las imágenes no es sólo un mundo material sino que está atravesado por la imaginación, los sueños, el espectáculo y la fantasmagoría. En un libro reciente, “La desilusión de la imagen” (Gedisa) el profesor Víctor Silva critica que en la sociedad actual se apliquen análisis de la imagen sólo en el marco de la comunicación audiovisual, pues también el escritor, el fotógrafo o el cineasta son creadores de imágenes. Añade que el estudio de la imagen no se puede reducir a la visualidad dejando al margen otras concepciones, como las relaciones entre las imágenes de diferentes culturas y épocas.
De las imágenes de esos mundos trata también el libro del profesor Silva, un ensayo que, más allá de la historia, aborda la antropología de la imagen en los medios de comunicación, para la que reclama un nuevo tratamiento conceptual y metodológico. El título alude también al hecho de que en la era del capitalismo mediático las imágenes están siendo reducidas a formas sin contenido, degradadas por la cultura digital.
Para Víctor Silva el concepto de imagen en los medios sólo se enriquece si se trata de ambos como caras de una misma moneda. De la misma manera que los Estudios Culturales analizan el fenómeno de la cultura desde una óptica transversal, los nacientes Estudios Visuales (véanse las obras de Gottgried Boehm y WJT Mitchell) trabajan ya no sólo sobre la imagen sino también sobre elementos relacionados con ella, materiales estéticos, mediáticos, publicitarios, cinematográficos, fotográficos… y aquellos procedentes de nuevas fuentes como internet, las webcam y las cámaras de vigilancia.
En el libro se hace asimismo una crítica de la influencia de la política sobre el universo mediático de las imágenes. Así, mientras el neoliberalismo ejerce sobre la imagen un tejido de poder político, económico y visual, el filósofo Slavoj Zizek identifica a todos los populismos con el fascismo y traza un paralelismo entre el mercado y la democracia donde, dice, en las elecciones compiten diferentes partidos-mercancía para atraer los votos de los consumidores (antes ciudadanos), votos que son “el dinero que se entrega para comprar el gobierno que se quiere”.
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