Aunque el título del libro sea un tanto pretencioso, me resultó interesante la lectura de «Filosofía de la canción moderna» (Anagrama) de Bob Dylan. Para hacerla más atractiva decidí escuchar simultáneamente cada una de las canciones a las que el autor dedica los 66 capítulos de este libro (están todas en Spotify), ya que muchos de sus intérpretes me eran desconocidos (muy pocos habrán oído hablar de Johnnie and Jack, Johnny Paycheck, Uncle Dave Macom, Charlie Pool) y muchos discos sobre los que escribe nunca se editaron en España. Les recomiendo el método porque la experiencia resulta así más gratificante.
Las que Bob Dylan analiza, comenta y a veces contextualiza en «Filosofía de la canción moderna» son las canciones que acompañaron su vida, sobre todo sus primeros años, los de su decisiva formación musical. Casi todas son norteamericanas y predominan los géneros más populares allí durante el siglo pasado.
Hay mucho country, mucho blues y rithm and blues, mucho rock and roll y todas sus variantes (rockabilly, country rock, pop rock), algo de soul, muchas baladas, algún que otro crooner (Frank Sinatra, Perry Como, Dean Martin, Bing Crosby), algún musical, algunas canciones de películas… casi todos intérpretes norteamericanos (sólo cuatro mujeres, lo que ya ha desatado críticas del feminismo por supuesta misoginia), aunque también hay dos grupos británicos, The Who y The Clash. Nada de Beatles, Rolling ni Clapton.
De los americanos echo de menos algo de Neil Young. Sorprende la aparición de Domenico Modugno y su «Volare» entre los temas preferidos de Dylan. Pero también están los grandes. Elvis Presley, por supuesto, y los rockeros de los años cincuenta: Little Richard, Carl Perkins…. Están Roy Orbison, Ray Charles, Cher, Johnny Cash, grupos como Grateful Dead, Allman Brothers y The Eagles… pero por regla general Dylan evita seleccionar grandes éxitos y prefiere canciones menos conocidas. Y además tiene buen gusto y, por descontado, amplios conocimientos musicales.
No hay un orden establecido en los capítulos de este libro. Ni cronológico ni alfabético ni por géneros. Abundan las canciones de los años cincuenta y sesenta, pero el periodo abarca desde los años veinte («Keep My Skillet Good and Greasy» es de 1924) hasta el 2000 (la más reciente es «Nelly Was a Lady» de Alvin Youngblood Hart, de 2004). Y además muy pocos intérpretes repiten (Bobby Darin, Willie Nelson).
Dylan se dedica a elegir aquellas canciones que han significado algo para él, para su generación o para la historia de la música y a hablarnos de ellas y de sus intérpretes desde un punto de vista muy personal. Canciones protagonizadas por predicadores, prostitutas y vagabundos, por ladrones, asesinos y forajidos… por amantes despechados.
Pero ¿qué hace Bob Dylan con todas estas canciones?. Sería exagerado decir que hace filosofía sobre sus letras, sus mensajes o las vidas de sus intérpretes (de ahí que piense que el título es presuntuoso). Pero reflexiona y nos hace reflexionar acerca de algunos problemas sobre los que tratan esas canciones (bueno, eso es también filosofía).
A veces las letras no hablan exactamente sobre lo que Dylan reflexiona, pero el cantautor aprovecha los temas para exponer sus propios puntos de vista. La soledad («Pump It Up» de Elvis Costello), el sexo («Poison Love» de Johnnie and Jack), el fracaso («Detroit City Blues» de Bobby Dare), la vejez («Old and Only in the Way» de Charlie Pool), la guerra (excelente el texto que dedica a «War» de Edwin Starr y el del soldado que vuelve de la guerra de «There Stands the Glass» de Webb Pierce, a quien sus paisanos rinden homenaje después de haber cometido crímenes atroces), el dinero y el capitalismo («Money Honey» de Presley: «por más sillas que tengas, sólo tienes un culo»), la condición humana («Ball of confusión» de The Temptations)…
Y, claro, el amor: «You don’t know» de Eddie Arnold, «If you don’t Know Me by Now» de Harold Melvin y los Blue Notes, «Ruby, Are You Mad?» de Osmond Brothers, «Come Rain or Come Sun» de Judy Garland. También el desamor («By The Time I Get to Phoenix» en versión de Jimmy Webb).
Y hay otras lecturas más personales, como la que hace de «Tutti Frutti» como una reivindicación gay o la defensa de la poligamia en «Cheaper to Keep Her», de Johnnie Taylor, aunque la defiende desde todos los formatos: «¿he propuesto yo que el matrimonio polígamo tenga que ser masculino-singular contra femenino-plural?». Y hay temas como «El Paso» de Marty Robbins, «una historia oscura de belleza indescriptible y de muerte»; «Dirty Life and Times» de Warren Zevon, «una canción de belleza mareante»; «Blue Moon» cantada por Dean Martin, «la canción no tiene ningún sentido pero su melodía es una hermosura».
También aprovecha el autor para dar su opinión sobre algunos temas, como su alegato en defensa del cine clásico cuando comenta «Saturday Night at The Movies» de los Drifters y la crítica al cine actual: «No consigue transportarnos desde los asientos del gallinero a un universo maravilloso… La gente sigue hablando de devolver la grandeza a los Estados Unidos. Quizá deberían empezar por las películas». Este es el enfoque más frecuente de Dylan porque para él lo importante de las canciones es lo que te hacen sentir sobre tu propia vida.
Después de leer el libro y de escuchar las canciones a las que dedica sus páginas, creo que se entiende mejor la propia obra de Bob Dylan porque los textos de «Filosofía de la canción moderna» se parecen a las letras de sus canciones.
En fin, decir también que el libro es un auténtico objeto de culto por su cuidada edición y sus fotografías de época. También por el olor que desprenden sus páginas. Un libro para todos los sentidos.
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