Leer para ser libres

La pasión por los libros y la lectura, objeto de varios ensayos recientes

La lectura de la última obra de Emilio Lledó, «Los libros y la libertad» (RBA), es un gratificante ejercicio para quienes amamos la cultura y creemos en los libros como el mejor cauce para su divulgación.

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A lo largo de este ensayo es el concepto de libertad el que está presente en muchos de los textos que el filósofo fue elaborando a lo largo de varios años sobre los libros y la cultura, y que ahora se reúnen en este libro de lectura más que recomendable.

Se refiere el filósofo a esa libertad que se opone a quienes a lo largo de la historia han intentado convertir a las personas en marionetas sojuzgadas; también a los sufrimientos de los perseguidos por crear una cultura enfrentada a los dictámenes de los poderes políticos o religiosos.

Dice Lledó que cuando se ha pretendido el entontecimiento colectivo, el fanatismo ha fomentado el analfabetismo real. Para evadirnos de esa trampa los libros son un valiosísimo instrumento, tal vez, «la única posibilidad de escapar a la ignorancia y a la cólera de los imbéciles».

Centrándose en algunos acontecimientos de la historia, Lledó analiza el abandono que sufrió nuestro país a causa del acoso de la Inquisición y de las consecuencias de la mentalidad inquisitorial que permaneció latente durante muchos años en los poderes de todo tipo. Los casos de Ramón Sabunde, Juan Huarte de Sanjuán, Miguel Servet y Luis Vives son ejemplos de los que se sirve el autor para denunciar la intolerancia, el fanatismo y la censura.

Junto a este canto a la libertad, la pasión por los libros, «el tesoro más importante de la historia humana», ocupa de manera destacada los capítulos de este ensayo. Afirma Emilio Lledó que los libros vencen el carácter efímero de la vida, superan el tiempo y el olvido, son una forma de eternidad que permite alargar nuestra vida hacia otras vidas y alimentarnos de ellas.

Los libros, además, trascienden su contenido para convertirse en un valor sensorial de complacencia: «Al pasar las páginas con nuestros dedos descubrimos una misteriosa posibilidad de acariciar el tiempo (…) hay un gozo especial, un gozo físico, al tocar esas obras, al escuchar el murmullo de sus páginas cuando las hojeamos (…) un singular placer para nuestros sentidos que nos ofrece el contacto real con estas misteriosas, silenciosas y, paradójicamente, locuaces criaturas». Y al mismo tiempo resalta el hecho de que los libros son miradas que el lector proyecta hacia sí mismo.

Encuentro con los libros

Zweig-encuentro-con-los-libros Leer para ser libresUna de las más bellas apologías sobre el libro la escribió Stefan Zweig para una revista vienesa en 1931. Con el título de «El libro como acceso al mundo» el escritor llega a comparar los avances que se deben al libro con los que la rueda supuso para el acercamiento entre las distintas civilizaciones.

Este texto, además, refuerza el interés por la lectura y revela la fuerza de los libros para avanzar en la comprensión del misterio de la vida: «Gran parte de nuestro empuje, ese deseo de ir más allá de nosotros mismos, esa bendita sed, que es lo mejor de nuestra persona, se lo debemos a la sal de los libros, que nos animan a vivir la vida sin saciarnos nunca de ella», escribe el autor.

Este artículo abre el volumen «Encuentros con los libros» (Acantilado) que reúne algunas reseñas que Zweig escribió para publicaciones de la época durante el primer tercio del siglo veinte, junto a pequeños ensayos literarios y prólogos para obras como «El Emilio» de Rousseau y los poemas de Goethe.

La lectura de esta pequeña obra maestra de Stefan Zweig nos acerca a las dimensiones de la cultura de un autor que, como un compromiso personal, dedicó su vida a los libros, a escribirlos y a leerlos, a divulgar su contenido y a descubrir a los lectores los valores de los textos literarios.

Goethe es una figura central para el autor. En varios de estos artículos se ocupa de analizar toda su vida y su obra como si fueran una unidad indisoluble, y a justificar por qué considera a este escritor como el más importante de la literatura europea de su siglo.

Por la mirada crítica de Zweig desfilan los escritores más importantes de su tiempo. La poesía de Walt Whitman y la de Rainer María Rilke, que «crea a Dios a su imagen y semejanza»; las novelas de Joseph Roth, en las que «no hay lugar para los sentimientos ni para la esperanza»; la obra monumental de Gorki, que analiza en tres generaciones el paso en Rusia de la Edad Media a la revolución; el «Ulises» de James Joyce, «una de las más refinadas orgías lingüísticas que nadie haya emprendido jamás en ninguna lengua»; las narraciones de Thomas Mann, a cuya «Carlota en Weimar» califica como la más lograda de sus obras maestras y sobre la que escribe: «En estos siete años, la Alemania de Hitler ha producido una literatura ramplona y servil, de un nivel paupérrimo; ahora, desde el exilio, nos llega un libro que compensa tanta desolación con una profundidad asombrosa y un gusto exquisito».

El conocimiento de la cultura francesa queda de manifiesto con los capítulos que Zweig dedica a Stendhal, a Balzac, a Flaubert. A destacar un lúcido análisis de «El malestar de la cultura» de Sigmund Freud, donde concluye que el poder y la seguridad de que gozamos han tenido como contrapartida la limitación de la libertad.

Pero hay también en esta selección de reseñas autores prácticamente desconocidos para el lector español de hoy, despreciados o marginados a veces incluso en su propia patria, que Stefan Zweig rescata para nosotros y por los que tiene la gran virtud de despertar nuestro interés.

Son Alfred Stifter y su novela «Witiko» («no conozco ninguna novela que haya sabido transformar la historia en literatura de una manera tan perfecta, tan pulcra»); De Costes y su «Leyenda de Thyll Ulenspiegel», a la que califica de «biblia belga», un libro inspirado en la lucha entre Flandes y España durante el reinado de Felipe II, o los escritos hoy totalmente olvidados de Heinrich von Kleist.

El más leído durante el confinamiento

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Tenemos que celebrar que el libro más leído por los españoles durante el pasado confinamiento haya sido un texto dedicado a los libros, a sus orígenes y a su desarrollo a lo largo de la historia. Ese libro fue «El infinito en un junco», editado por Siruela.

Su autora, Irene Vallejo, se centra en la antigüedad clásica, Grecia y Roma, para ir desarrollando un fascinante recorrido por los avatares de un objeto perfecto para el que no se ha encontrado aún ningún sustituto (como Lledó, tampoco la autora cree que el futuro sea el e-book) porque, como ha escrito Umberto Eco, el libro pertenece a la misma categoría insuperable de la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Yo añadiría las pinzas para colgar la ropa.

En su viaje al mundo de los libros, Irene Vallejo parte de la gran biblioteca de Alejandría, el sueño de Alejandro Magno culminado por Ptolomeo, que pretendía reunir todos los libros del mundo y que terminó siendo pasto de las llamas en uno de los más desoladores incendios de la historia.

La autora recorre aspectos importantes que culminaron en lo que en la actualidad conocemos como libro: el invento impagable del alfabeto, los soportes en los que han venido escribiéndose los libros (tablillas de arcilla, madera, metal, papiro, pergamino, papel) sobre cuyas superficies se han escrito historias que han llegado hasta nosotros gracias no sólo a sus autores, muchas veces anónimos, sino a los copistas y a los escribas, a los libreros, los bibliotecarios, los comerciantes y los distribuidores, los traductores y los lectores que guardaron celosamente muchos de los ejemplares que han llegado hasta hoy.

Vallejo estudia también las escuelas de la antigüedad donde se enseñaba a leer y a escribir, centros de élite para hijos de las clases más afortunadas, aunque también, sorprendentemente, nos desvela aspectos insólitos, como que en algún momento los lectores fueran los esclavos griegos que leían los textos a sus amos romanos analfabetos, que consideraban que la lectura era una actividad para castas inferiores, comparable a la prostitución. Según el pensamiento de aquella Roma, «leer uno mismo es prestar el cuerpo a un escritor desconocido, un acto audazmente promiscuo» (p.276). El mismo Cicerón disponía de esclavos lectores, a los que consideraba «instrumentos de una música ajena».

La historia del libro está ligada a sus autores, a los que Irene Vallejo dedica espacios interesantes, a veces curiosos, llenos de anécdotas: Homero, Plutarco, Sócrates, Platón, Hesiodo, Arquíloco, Heráclito, Herodoto, Eurípides, Sófocles, Esquilo, Aristófanes y los romanos Juvenal, Catón el Viejo, Plauto, Terencio, Prudencio, Quintiliano, Ovidio, Suetonio, Marcial, Quintiliano… son algunos de los que desfilan a lo largo de las páginas de «El infinito en un junco».

Pero la historia del libro es también la historia de la protesta, el inconformismo y la oposición al poder. La de las censuras, las hogueras y los secuestros de ejemplares. La de la destrucción de bibliotecas y museos, la de la persecución a los autores disidentes, castigados hasta con la muerte por sus críticas al poder, junto a los escribas y a los libreros que habían copiado y distribuido sus obras.

Los escritores fueron desde el principio la voz de los rebeldes y de los explotados y más tarde también de las mujeres marginadas o silenciadas. La autora reivindica el papel de la mujer en la producción literaria (fue una mujer la primera en firmar un texto mil quinientos años antes de Homero, la poeta y sacerdotisa Enheduanna, hija del rey Sargón I de Acad, que unificó Mesopotamia). Algunos nombres han conseguido superar la barrera del anonimato (Safo, Antígona, Lisístrata, Medea, Sulpicia, Hipatia) mientras otras duermen el sueño del olvido (Hiparquia de Maronea, Enheduanna, Corina, Mirtis, Nóside, Teosebia, Cornelia…).

Escrito en un lenguaje literario muy próximo al de la novela, la lectura de «El infinito en un junco» es un gratificante ejercicio que nos lleva al universo del libro en el mundo clásico, con apelaciones a la cultura de los siglos veinte y veintiuno, al cine y a la música popular, a la radio y la televisión, a internet, al arte… para entender mejor de qué modo la cultura de Grecia y Roma alimenta aún la creatividad de los artistas contemporáneos. Y nos guía hacia la libertad.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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