Hacerse un retrato en el siglo XIX era algo prohibitivo para la burguesía en ascenso hasta que el descubrimiento de la fotografía en 1839 lo hizo posible. A la credibilidad del documento fotográfico y la trascendencia de ver y poseer la propia imagen se añadía la certeza de la perdurabilidad en el tiempo: más allá de solo retratados, somos inmortalizados en la foto. Para quedar de la mejor manera para la posteridad ya solo faltaba… una sonrisa, por favor.
El paso del envaramiento de la forzosa inmovilidad del “¡quietos!” a la bendita soltura de la expresión espontánea no viene a ser sino la certera síntesis de la primera etapa del desarrollo del propio medio fotográfico: una mayor sensibilidad de las placas y luego las películas fotográficas al tiempo que una mayor luminosidad de los objetivos de las cámaras permitieron tiempos de exposición cada vez menores.
“¡Mira el pajarito!”
En paralelo, la progresiva superación de la orden de “¡quietos!” que en la fotografía de retrato favorecieron uno tras otro los avances técnicos, ha venido ilustrando la evolución sociocultural del propio medio fotográfico.
Si el primer niño que se quedó quieto parado para la foto cuando el fotógrafo le dijo “¡Mira el pajarito!” -ya fuera un pajarillo en una jaula sostenida por la madre o un loro en el hombro del fotógrafo- inauguraba la era de los retratos desacartonados, de la primera persona que pudo moverse y reírse abiertamente en la foto bien puede decirse que trajo la modernidad absoluta a la historia de la humanidad.
Y es que además de mirar fijamente a la cámara, había que conseguir que la persona a fotografiar dejara de estar agarrotada y esbozara una sonrisa, a ser posible amplia, sin que la foto saliera borrosa. Ya no más fotos con porte triste y grave para la posteridad.
El recurso ingenioso de pedir al retratando que mirase al pajarito fue dejando de ser necesario. Y es que una cosa es la fe ciega en el misterio de la formación de la imagen en la emulsión sensible y otra muy distinta que nos repitan la misma mentira del pajarito que iba a salir y nunca salía. Con todo, el pajarito sobrevivió por bastante tiempo en la jerga y la costumbre fotográficas.
Pero como quiera que en el medio fotográfico, acaso más que en ningún otro, “renuévanse los tiempos, se alteran o cambian las costumbres y se introducen novedades que, sin perjuicio de que sobrevivan los antiguos usos…” (bando del Mundial de fútbol del alcalde Tierno)… ocasionan nuevos modos y formas de llamar a las mismas cosas de siempre, el truco del pajarito se agotó para dejar paso a nuevas expresiones con que reclamar la atención de las personas que posan ante la cámara.
‘Pa-taa-ta’ vs. ‘chíis’
Para hacer reír a los modelos ante la cámara se imponía echar mano de una instrucción corta y contundente, a ser posible en clave de humor contagioso. Dicho y hecho, fueron surgiendo nuevas frases para reemplazar al dichoso pajarito. Pulsar el clic en una vocal clara y sonora en medio o al final del palabro aleatorio recurrente era el gancho para congelar la sonrisa más fotogénica.
Pero aquí se dividen las escuelas del reclamo “post-quietud” en la fotografía popular.
En la geografía lingüística del alemán se impuso la pronunciación de la vocal tónica de referencia, la a, con la instrucción de decir ‘ja’ [sí en alemán, pronunciado ‘yaa’], posteriormente sustituida por ‘das’, por aquello de añadir el postludio del siseo de la s a la, en este caso, tajante a viuda de ‘ja’.
La del inglés, en cambio, se decantó por la vocal átona más elegante, la i. ‘Say cheese’ [queso en inglés, ‘chíis’].
Del mismo modo, también se impuso la i en el ámbito de la francofonía: ‘ouistiti’ (tití).
Más lenguas a favor de la i: catalán (‘Lluís’); portugués (‘diz X’ -di equis -‘xis’-); italiano (‘sorridi!, reíros); danés, sueco (‘sig appelsin’, di naranja); húngaro (‘csíz’, pajarito -chamariz-); coreano (‘ kimch’i’)…
Variantes a la o y la u tras la i las encontramos en el chino mandarín (‘xiào yi xiào’) y el chino cantonés (‘siu siu’). En ambos casos significa ríete, risa.
Una aproximación a la síntesis de la a y la i se da en Alemania con la instrucción un tanto jocosa -garantía segura de grandes sonrisas- de mandar pronunciar a los grupos ‘Ameisenscheisse’ [mierda de hormigas, pronunciado ‘amáisenxáise’].
La vigencia rotunda de la ambivalencia de la i y la a se da, cómo no, en nuestro bendito atlas de la lengua española. Así, mientras en España decimos ‘pa-taa-ta’, en las Américas hispanohablantes al hacernos una foto nos piden ‘diga güisqui’. De ahí el que nosotros los españoles pasemos a la historia en las fotos como más escandalosos y nuestros hermanos de lengua de las Américas, como más finos…
Una alternativa ingeniosa de síntesis tal vez sea la fórmula en el idioma tai: ‘pepsi’. La postura de los labios al pronunciar la fricativa alveolar sonorizada s precedida de la bilabial oclusiva p previa a la i favorece una posición de foto de los dientes, al modo de una media sonrisa prolongada. En este caso el clic no se pulsa en la e ni en la i, sino en la s.
En cualquier caso, lo que importa es la sonrisa para la posteridad. Y si es a mandíbula batiente, mejor que mejor. “Entonces nuestra boca se llenará de risa”, promete el Salmo 126:2.
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