Otros escritores malditos

Roberto Cataldi[1]

Decía el dramaturgo griego Agatón que ni siquiera Dios puede cambiar el pasado, y por su parte Homero aconsejaba dejar que el pasado sea tan solo el pasado. Pero tratándose de escritores célebres, el pasado de sus vidas puede pesar mucho en la consideración de su obra, en ocasiones más que la propia obra.

Aquí el lector juega un papel clave en la evaluación, y están los que prefieren anteponer la moral del autor. Yo soy un lector de inmersión. En efecto, cuando leo procuro sumergirme en la obra, dejando de lado preconceptos y prejuicios. Me sucede que al terminar de leer un libro me siento satisfecho, y entonces pienso que el autor hizo un buen trabajo, pero al cabo de unos años descubro información que revela ciertas máculas imborrables en su personalidad, en su conducta, y me digo a mi mismo: bueno, el tipo no era un santo, o tal vez fue un canalla, pero lo que escribió es una obra de arte y eso no se lo puedo negar.

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Eugène Ionesco

En una nota anterior me referí al trío que conformaron Brasillach, Céline y Pierre Drieu la Rochelle, a quienes se llamó “los escritores malditos”. Claro que éstos no fueron los únicos escritores malditos de la época. Otro trío fue el de los rumanos Emile Michele Ciorán, Mircea Eliade y Eugène Ionesco, considerados los mayores intelectuales rumanos del Siglo XX. Al igual que los otros, fueron cuestionados por haber tenido un pasado afín al nazismo. Ellos se conocieron en la Universidad de Bucarest donde trabaron amistad, y terminaron exiliándose en París. Recuerdo que a los tres los leí entre los años 60 y 70, pues, entonces estaban de moda y, confieso que cada uno llegó a impresionarme en lo suyo. Tanto a Ciorán como a Ionesco no sólo los atrapó la cultura y las letras del país galo, sino la vida parisina (¿le savoir fare y le bon vivre des parisiens?). En cambio Mircea Eliade vivió solo un tiempo en París, ejerciendo como profesor, y luego se instaló en los Estados Unidos. Él fue un estudioso de los mitos y consideraba a lo sagrado como una experiencia fundamental del Homo religiosus. Pero lo interesante es que antes había sido subyugado por la fuerte personalidad del Capitán de la Legión de San Miguel Arcangel, Corneliu Zelea Cadreanu, un fascista que organizó la rama paramilitar Guardia de Hierro (una denominación muy familiar en la Argentina), que defendía a la Iglesia Ortodoxa Rumana y que tenía una concepción medievalista del Estado. Cadreanu llegó a ser electo diputado, más tarde lo apresaron y terminó asesinado  en la cárcel.

Eugène Ionesco, considerado padre del teatro del absurdo junto con el irlandés Samuel Beckett, siempre llevó una vida más bien sobria, pero tanto él como Ciorán tuvieron cargos diplomáticos en la ciudad de Vichy, sede del gobierno colaboracionista francés. Con el tiempo Ionesco comprendió que las ideologías separan a los hombres, mientras los sueños y la angustia los unen, y así lo expresó en sus obras. Estaba convencido de que el infierno reside en la tierra, ya que para él la existencia en sí era un infierno, y lo expresa muy bien en El hombre cuestionado, un ensayo cautivante donde revela su forma de pensar.

Recuerdo que en uno de los párrafos dice que no sabe si la pesadilla de la vida diurna no es más terrible que la del sueño. Ionesco llevaba una vida angustiada y eso llegó a conmover a Ciorán, su gran amigo. Pero Emilie Ciorán también fue un hombre atormentado, al extremo que en una oportunidad su madre le dijo que si hubiese sabido que iba a sufrir tanto habría abortado. El padre de Emilie fue un sacerdote ortodoxo pero él fue agnóstico. Sus biógrafos dicen que prefería a un líder como Hitler, que delegaba en otros los crímenes. Ciorán tenía por costumbre recomendar el suicidio, y cuando alguien le preguntaba por qué no se suicidaba, él aclaraba que en realidad no recomendaba el suicidio, simplemente sostenía que la idea del suicidio hacía tolerable la vida.  Cambió su lengua natal, el rumano, por el francés y, aprendió el inglés leyendo a Shakespeare y a la autora de Frankestein, Mary Shelley. Como era de esperar, estuvo muy influenciado por Nietzsche y Schopenhauer, sin embargo careció de una formación filosófica sistemática, tampoco se dedicó de lleno a la profesión de escritor. Sus opiniones eran las de un cínico, un provocador, un pesimista. Ciorán fue un intelectual inclasificable. Tenía predilección por el pueblo ruso y por el pueblo español, porque sostenía que ambos eran pueblos derrotados. Siendo muy joven pude leer una entrevista que le hicieron en un suplemento literario donde aconsejaba visitar los cementerios cuando uno se siente deprimido (…) Hay frases que revelan cómo pensaba: “La razón es una puta que sobrevive mediante la simulación, la versatilidad y la desvergüenza”; “El miedo de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única realidad”. Durante años recorrió Francia en bicicleta mientras permanecía matriculado crónicamente en la Sorbona, sin hacer nada. Su compañera de toda la vida, Simone Bové, decía que él era un apátrida, sin profesión ni dinero, y que se sentía un fracasado, al punto que nunca llegó a saber que ya era un intelectual reconocido.

Estos escritores rumanos tuvieron que apelar a diferentes estrategias para ocultar el pasado sombrío que los relacionaba con el nacionalsocialismo alemán. Es cierto que en muchos otros este dato pasó inadvertido, o se lo encubrió hábilmente, pero la celebridad de ellos los situó en el ojo de la crítica. No hay duda que jamás tuvieron la intención de que se les perdonase ese pasado, simplemente buscaron el olvido. Ninguno de ellos  vive, y para las generaciones actuales son prácticamente desconocidos, sin embargo sus obras se reeditan, son motivo de tesis doctorales, de libros exegéticos y reveladores, de recensión en las revistas y suplementos literarios. Y cuando la obra de un autor supera la prueba del tiempo nos hallamos ante una obra clásica. Muy diferente fue la historia de Paul Celan, otro autor rumano, uno de los más grandes poetas del Siglo XX. Los padres de Celan murieron en un campo de concentración nazi y él logró sobrevivir de un campo de trabajo rumano. Su vida, signada por la conflictividad y la infelicidad, terminó en 1970 cuando decidió arrojarse al Sena desde el puente Mirabeau.

Knut Hamsun, el más grande escritor de Noruega, desarrolló una fuerte veta moralista a través de sus escritos, al punto que le concedieron el Premio Nobel de Literatura, pero en 1948 fue multado y sometido a un examen psiquiátrico por haberse declarado a favor de Hitler. Murió en la década del 50 sin cambiar de opinión. Hace unos años las autoridades de Noruega anunciaron que celebrarían los 150 años del nacimiento de Hansum, esto motivó que Marcos Aguinis en La Nación protestara contra el escritor noruego, a quien calificó de “fascista criminal y traidor”, añadiendo que Hansum pertenece a la misma indigna columna de Martín Heidegger, Louis-Ferdinand Céline y tantos otros. Aguinis en su diatriba recuerda que además de los elogios a Hitler, Hansum le regaló a Goebbels su medalla del Nobel, y consideraba que el mayor mérito para ser homenajeado en su país era el de haber nacido hace 150 años (…). La ira no debería confundir la realidad, y Hansum mal que le pese a Aguinis fue un gran escritor. Tengo en claro que un autor muy respetado por su obra, en el plano personal puede no merecer mayor respeto. Heidegger se encargó de dejar explícito que no hay que buscar al pensador en su posicionamiento ante tal o cual cuestión coyuntural. En su caso, lo relevante es sin duda su pensamiento filosófico. De todas maneras, estoy convencido de que el hombre no solo se define por lo que piensa sino también por lo que hace.

Cuando Luigi Pirandello solía visitar a Mussolini en el Palazzo Venezia, se dejaba deslumbrar por el trato que le dispensaban. Pirandello ya tenía un gran prestigio y el régimen procuraba usarlo en provecho propio. La adhesión de muchos intelectuales a los regímenes totalitarios es un hecho inveterado. Attilio Dabini, en su taller de la SADE, nos comentó que un cuento suyo escrito a los 17 años le fue leído a Pirandello y que éste lo había elogiado. Dabini participó de la resistencia italiana y estaba en contra de lo que pudiese beneficiar al régimen de la República de Saló, pero cuando se refería a Pirandello, recuerdo, no ocultaba  su admiración por la capacidad de este precursor del teatro del absurdo y del existencialismo. Hoy pienso que así como le reconocía su talento, también le perdonaba su debilidad por el fascismo. Algunos sostienen que la adhesión de Pirandello al régimen no era tan fuerte, y que en el fondo había un subversivo, al extremo que Hitler le habría  comentado a Mussolini que el siciliano no era de confiar, claro que cuando fue la invasión de Abisinia, Pirandello donó su medalla del Nobel como colaboración a la causa.

Al pasado lo revivimos en la memoria, siempre nos acompaña, mientras ésta funcione. No hay duda que todos tenemos vivencias que preferiríamos sepultar, pero quienes han tenido un pasado oscuro, infausto, les cabe convivir con sus demonios. En algunos se despierta el remordimiento, quizá sean los menos. Para Borges la única venganza es el olvido y también el único perdón.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)

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