Los escritores malditos

Roberto Cataldi [1]

La historia del Affaire Dreyfus me atrapó en plena adolescencia. Leí J’accuse de Émile Zola en mi época del bachillerato, no porque fuese de lectura obligatoria en la escuela, ya que en nuestra educación oficial es habitual escamotear ciertos temas. Recuerdo que por televisión vi una representación teatral del caso, se lo comenté a mi padre y él me dijo que en su biblioteca había un ejemplar de la denuncia de Zola.

Durante los últimos doscientos años hubo rispideces que dividieron a los intelectuales franceses, como el pacto entre Stalin y Hitler, la invasión a Polonia, la liberación de Argelia e Indochina, el Mayo del 68, entre otros. No pocos intelectuales asumieron actitudes que dieron lugar a críticas, es el caso de Charles Maurras, heredero de Barrés, quien tuvo una posición antisemita, antirrepublicana y nacionalista. Otros cambiaron de rumbo, como André Gide quien viajó a la Unión Soviética y retornó decepcionado. Sartre abogaba por la revuelta y a la vez radicalizaba su pensamiento, en cambio Albert Camus, quien también partía de la revuelta, estaba convencido de que convenía adoptar una tesitura moderada.

El Affaire Brasillach no alcanzó la repercusión pública que tuvo el Affaire Dreyfus, y muchos de los que saben de las peripecias del capitán Dreyfus ignoran quien fue Robert Brasillach. Este escritor y periodista integró con Ferdinand Céline y Pierre Drieu la Rochelle el denominado trío de “los escritores malditos”, quienes tuvieron en común haber combatido en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial del lado de los aliados, veneraron a Charles Maurras, quizás el mayor intelectual católico de derechas del Siglo XX y, en sus escritos asumieron una tesitura filofascista. Por sus escritos ideológicos se los acusó de colaboracionistas, aunque nadie pudo probar que lo hayan sido.

Robert-Brasillach Los escritores malditos
Robert Brasillach

Dreyffus salvó la vida y al final se reveló su inocencia. Brasillach debió entregarse cuando se enteró que su madre y su hermana habían sido detenidas por la resistencia francesa. Dos semanas después de iniciado el juicio donde se lo acusó de haber colaborado con los alemanes fue fusilado en un frío amanecer por orden del general De Gaulle. El joven escritor de origen catalán, en sus artículos arremetió contra los siete poderes que según él dominaban el mundo: el comunismo, la socialdemocracia, la Iglesia católica, el protestantismo, la masonería, los trusts económicos y el judaísmo. En fin, Brasillach abrió demasiados frentes de combate. Mientras aguardaba la sentencia en su celda, escribió algunas reflexiones que me parecen muy actuales: “La vida es una broma de mal gusto”; “Si buscas justicia en vez de tranquilidad en este mundo democrático, suicídate”; “Para vivir hay que saber reírse de la estúpida realidad”.

Simone de Beauvoir siguió de cerca el juicio y afirmó que no fue un proceso judicial. Una solicitud pidiendo clemencia fue firmada por Albert Camus, Jean Cocteau, André Malraux, François Mauriac, Paul Valery, pero el general De Gaulle la desestimó. Camus habría sido el único escritor de la nueva generación que firmó la petición no sin antes navegar en un mar de dudas y exigir modificaciones al texto original, pero lo cierto es que Camus siempre se opuso a la pena de muerte. Sartre y Simone de Beauvoir se negaron a firmar, pues consideraban que la escritura de por sí compromete y crea una responsabilidad que para ellos era “ilimitada”. Es célebre la frase de Beauvoir en una de sus obras: “hay palabras tan asesinas como una cámara de gas”. El tribunal consideró que se trataba de actos de propaganda a favor del enemigo y condenó al escritor. Una actitud diferente, imparcial, desde mi punto de vista, sería aquella que sostiene que por el contenido de sus escritos al escritor no se lo puede poner en pie de igualdad con los que colaboraron económicamente o empuñaron las armas y mataron.

Dicen que el abogado del joven periodista fue recibido por De Gaulle e hizo hincapié en que la solicitud de clemencia había sido firmada por intelectuales antinazis, todos adversarios de Brasillach. Además, el acusado no había delatado, torturado ni asesinado a nadie. Al finalizar la reunión De Gaulle no dudó en firmar la sentencia de muerte. El caso Brasillach no tuvo etapa de instrucción, la acusación se basó exclusivamente en sus escritos y para el jurado fue suficiente. Brasillach no era inocente, era culpable de lo que había escrito (como todo escritor), y en sus palabras estaban sus crímenes de guerra.

El talento como responsabilidad

A De Gaulle le gustaba decir  –sotto voce– que el talento era una responsabilidad, y es probable que éste haya sido el argumento de mayor peso para que no tuviera con el escritor la clemencia que sí tuvo para con su viejo camarada de armas, el mariscal Philippe Pétain, principal representante del Régimen de Vichy. Los vínculos de Pétain con la Gestapo y la SS, su relación personal con Hitler, la deportación de 76 000 judíos franceses a los campos de concentración de los que sobrevivieron 2500, el envío a Alemania de 650 000  trabajadores franceses, no se podían ignorar… Pero para De Gaulle,  su antiguo comandante merecía conservar la vida (¿espíritu de cuerpo?), no así Brasillach, cuyo delito fue publicar lo que pensaba.

De Gaulle escamoteó la ley, el derecho, y apeló a la Razón de Estado: los intereses de la República están por encima de la vida de un individuo. Más allá de la desmesura de Sartre y Simone de Beauvoir, de la decisión de De Gaulle, el desenlace del proceso sentó otro triste  precedente para que el Estado pueda perseguir y criminalizar a los escritores en función de lo que escriben.

Charles Maurras fundó L´Action Française. Él pretendía que Francia retornase a la monarquía y creía necesario catolizar e implantar un gremialismo que sustituyese al individualismo liberal, en beneficio de una sociedad corporativa similar a la medieval, donde la sociedad no debía soportar más las penurias del capitalismo ya que los gremios ayudarían a sus integrantes más necesitados. Maurras, durante la Guerra Civil Española estuvo del lado franquista, y pese a que Alemania fue su eterna enemiga, al finalizar la Segunda Guerra Mundial fue condenado por colaboracionista.

Ferdinand-Céline Los escritores malditos
Ferdinand Céline

Louis-Ferdinand Céline ejerció la medicina durante veinticinco años, fue un clínico general de los barrios pobres de Paris, muy hábil con los idiomas, pero pasó a la historia como novelista. Para Céline el estilo de quien escribe es un cuestionamiento a la moral de quien lee. Nos gusta juzgar aquello que leemos pero no que lo que leemos nos juzgue a nosotros. Para él, estilo y moral serían una misma cosa. En una entrevista que le hicieron en The Paris Review, comentó que toda su vida transcurrió en la pobreza, comiendo fideos.

Reconoce que la conciencia social se le despertó muy tarde, cuando vio gente que hacía dinero mientras otros morían en las trincheras. Luego de la caída de Alemania escapó a Dinamarca y allí fue arrestado porque en plena guerra había hecho declaraciones antisemitas. Céline disfrutaba con ridiculizar a la sociedad, provocación que no podía ser gratuita. Para algunos críticos modernizó la literatura francesa, con su estilo cuestionaba la moral del lector. Introdujo como recurso literario la técnica de los tres puntos: “¡los franceses son tan vanidosos, que el ´yo´ del otro los saca de quicio!…”  Él vivía atacando a sus contemporáneos, a los editores que no leen, y a las frases de Proust, un asmático severo que solía utilizar frases muy largas, no usuales en francés. En los últimos años buscaba la soledad, pese a no tener dinero mucha gente lo reconocía en la calle, por eso comentaba que tenía “un hambre animal de reclusión”.

Pierre-Drieu-la-Rochelle Los escritores malditos
Pierre Drieu la Rochelle

De estos intelectuales de derecha, el que más estuvo ligado a la Argentina fue Pierre Drieu La Rochelle, quizás el más contradictorio. Herido en Verdúm durante la Gran Guerra, pasó del surrealismo al dandismo, experimentó con drogas y se hizo comunista. “Siempre me ha gustado juntar y mezclar los problemas contradictorios: nación y Europa, socialismo y aristocracia, libertad y autoridad, misticismo y anticlericalismo”. Estaba obsesionado con la decadencia de la época y retrataba a la burguesía de entreguerras de manera alegre y dedicada a sus amantes. Pierre ya había madurado la idea de la Unión Europea y coincidía con la idea que al respecto tenía Hitler, un dato sorprendente que muchos ignoran.

A comienzos de los años 30 se adscribe a la ultraderecha, se hace fascista, conoce a Victoria Ocampo y da conferencias en el Jockey Club de Buenos Aires, donde conoce a Borges. Intentó suicidarse en dos oportunidades, tomando Luminal y cortándose las venas. Pierre fue un defensor del gobierno de Vichy, pero a diferencia de Céline, nada indica que fuera antisemita, su primera mujer era judía y él la salvó de los campos de concentración. André Malraux y otros amigos intentaron protegerlo, pero en 1945 se entera de que hay una orden para arrestarlo y, esta vez, logra su cometido ingiriendo el contenido de tres tubos de somníferos y respirando todo el gas que puede en la cocina de su casa. Los tres autores ya fallecieron, pero qué duda cabe que son contemporáneos, pues, se anticiparon a la realidad de nuestros días.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)

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