Picasso. Los vínculos de la pasión.

Durante los próximos seis meses estará en Madrid, en los Museos Nacionales del Prado y Reina Sofía, una  colección, reducida en número, de obras de Pablo Picasso, procedentes del Kunstmuseum de Basilea, que durante este tiempo estará cerrado por obras de restauración. Todo un regalo, gozar de nuevo de la presencia del pintor por antonomasia del siglo XX.

P. Picasso. Bebedora de absenta. Kunstmuseum, Basel.

En el caso del Reina Sofía, no es la primera vez que goza del privilegio de alojar temporalmente obras de un museo en restauración. En 2008, el museo fue anfitrión de nada menos que 410 obras procedentes del Museo Nacional Picasso de París. Éste había sido creado en 1985 para presentar el conjunto de obras que los herederos de Picasso donaron al Estado Francés en 1979 en concepto de impuesto sobre la herencia del pintor. El gobierno francés obtuvo el derecho de ‘primera elección’ entre las obras conservadas de los diferentes talleres del artista, por tanto, las obras más preciadas de las cuales el pintor no había querido desprenderse nunca, los denominados «Picassos» de Picasso, a los que más tarde se unieron las obras correspondientes a la herencia de Jacqueline Picasso, fallecida en 1986, sucesivas cesiones de los herederos y adquisiciones del museo.

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P. Picasso. Los dos hermanos. Kunstmuseum Basilea

Los diez Picassos del Kunstmuseum de Basilea que expone el Prado y una media docena más en el Reina Sofía abarcan desde 1901, periodo azul, la Bebedora de absenta en el anverso del lienzo y Mujer en el palco en el reverso, hasta 1967 con dos obras que representan casi el último eclecticismo picassiano,  Pareja y Venus y el Amor. Son pocas, para poder representar todas las evoluciones de Picasso a lo largo de su vida. Hay algunas lagunas: La de la primera guerra mundial, el periodo de postguerra en el que dedicó buena parte de su tiempo a crear diseños teatrales, principalmente para los ballets de Dhiagilev. Una nueva experiencia que le fascinó. Un cuadro en el Reina Sofía de 1918, un Arlequín con lazo, tema recurrente donde los haya, el personaje de la Commedia dell’Arte más pintado por Picasso. El intervalo de la guerra civil en España propiamente dicho no está, pero  si hay uno anterior de 1934, Desnudo acostado; un salto a 1942 con un  retrato de Dora Maar que ciertamente podemos asimilar al periodo del taller de los Grands Augustins, a las intensas pasiones de las guerras, desde 1936 a 1945; después no hay nada hasta 1950, vinculado a la pasión llamada Françoise y sus hijos Claude y Paloma. Y ya las dos finales de 1967, años en los que quizá sospechando que se aproximaba al último umbral fue de gran creación y disfrute de la vida..

P.Picasso. Hombre, mujer y niño. Kunstm. Basel.

Pero todos los cuadros expuestos pertenecen a un entorno y cada uno de esos entornos está vinculado a una pasión. Así como no hace mucho tiempo estuvo en la Fundación Mapfre, la exposición titulada Los Talleres de Picasso, la ocasión merece ubicar las obras expuestas en sus entornos y vincularlas a las pasiones que los produjeron, aunque aquí la que predomina es la pasión por la forma. Porque en el tránsito de Picasso por este mundo, su vida como artista y su vida privada siempre están interconectadas. O mejor, ambas  conforman una unidad de vida, imposibles de imaginar la una sin la otra. La pasión por el arte y la pasión de vivir se retroalimentan constantemente. El análisis de los vínculos de la pasión picassiana desde sus varios ángulos de percepción y visión puede resultar fascinante. Es decir, se trata de poner alma  no solo a los Picassos que pueden verse en esta ocasión, también a la pasión vinculada a esos entornos, a los estados de ánimo del artista que los dieron vida, porque si algo estuvo siempre presente en la vida de Picasso fue la pasión.

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Pablo Picaso. Panes y frutero sobre mesa. 1909. Kunsmuseum Basel

La producción estimada del artista sobrepasa las treinta mil obras, entre cuadros, cerámicas, escritos, producciones teatrales, etc. Más o menos una docena están consideradas obras maestras, no solo desde un punto de vista plástico sino porque son auténticos paradigmas de la vinculación entre el proceso creador y la biografía personal del  artista. Obras que representan la expresión más genuina de sus sentimientos, de su visión del mundo, de una estética acorde con sus pasiones. A pesar de la gran diferencia que hay entre sus primeras y últimas pinturas, hay algo que las une: La búsqueda obsesiva de la forma.

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Pablo Picasso. El aficionado. 1912. Kunstm. Basel.

Una búsqueda muy personal, razón por la que nunca se vinculó a corrientes abstractas o surrealistas. (aunque los surrealistas a veces  le vincularon al movimiento) Él se enfrentó a la forma aprendiéndola, desaprendiéndola, desmontándola, manipulándola, hasta conseguir que expresara como en un duelo dramático la mirada que surge de un espíritu que jamás renunció a su humanidad. Es como el combate singular entre Don Quijote y los molinos de viento, donde se enfrentan el horror y la belleza, la violencia y la ternura, la angustia y la felicidad, la vida y la muerte. La visión de la forma en Picasso está sometida al poder del hombre que ama y sufre, que vive con todas sus contradicciones, con todos los cambios en su ritmo vital y en los ritmos que va marcando la historia.

El cuadro más temprano procedente del Kunstmuseum, data de 1901, uno de los primeros azules, La bebedora de absenta. Considerado como desencadenante de este periodo, el primero de los programáticos, fue el suicidio de su amigo Carles Casagemas en 1900. Por lo que la pasión vinculada a la forma de este periodo es la de la aflicción, la soledad, la miseria y el dolor. No fue un suicidio íntimo, lo  escenificó en un restaurante rodeado de varios amigos. La causa, un amor fou, por la modelo de Isidre Nonell, Germaine Florentine, quien curiosamente fue poco después amante de Picasso. “Fue pensando en Casagemas que se me ocurrió pintar en azul”. De 1901 a 1903 sus cuadros son un homenaje a Casagemas. El ‘hito’ del periodo, El entierro de Casagemas, obra de un prolífico 1901, muestra el cadáver velado por amigos enlutados, su alma asciende al cielo sobre un caballo blanco, rodeado de mujeres desnudas; es un cuadro con multitud de símbolos. De ese año, el retrato llamado Mujer en azul, una cortesana madrileña inspirada en Toulouse-Lautrec. Arlequín acodado, (posible autorretrato) Autorretrato azul, retrato de Jaume Sabartés, (el primero de muchos; la relación de Sabartés con Picasso daría para un libro). La serie de mujeres de la prisión de Saint Lazare, un poco posteriores a la Bebedora de absenta, transmiten sentimientos de soledad y tristeza. El homenaje a Casagemas se cierra con el cuadro titulado La vida, una síntesis argumental y técnica del periodo azul.

Pablo Picasso. Arlequín sentado. 1923. Kunstmuseum Basel. Museo del Prado

Los Picassos ahora en el Prado están  escenificados a lo largo de la gran galería de la primera planta, en sendos paneles que ocupan el centro. Están  acompañados de obras maestras renacentistas y barrocas.  Las dos obras del periodo rosa, Los dos hermanos y Hombre, mujer y niño, la primera pintada durante el verano de 1906 en Gósol (Lérida), donde estuvo acompañado por Fernande Olivier, uno de los vínculos del pintor a este periodo; la segunda en el otoño del mismo año, (rosa, ibérico). La referencia a la espacialidad en el cuadro en el Prado recuerda al gran retrato del bufón Don Pablos de Velázquez. Sabemos que hay suelo porque se proyecta la sombra. En el segundo, el hombre es un autorretrato de Picasso. Los tres recuerdan máscaras ibéricas inexpresivas.

El periodo rosa está también vinculado a los personajes del circo Medrano, arlequines,  saltimbanquis y acróbatas; son escenas llenas de vitalidad, alegría, ternura. El vínculo es una recuperada pasión por los goces de la vida, encarnados en Fernande y el nuevo taller Bateau Lavoir. Familia de acróbatas con un mono de 1905, Familia de saltimbanquis, el hito El equilibrista de la bola, que estuvo hace un par de años como obra invitada en el Prado. Dos obras de Gósol, del verano de 1906, La mujer de los panes y Fernande con pañuelo. De su verano en Holanda en 1905, Las tres holandesas y la bella holandesa.

Pablo Picasso. Retrato de Dora Maar. 1942. Kunstmuseum Basel. Museo del Prado.

En Gósol, Picasso se sintió libre para aprehender esa gama de matices cromáticos como en Muchacho y caballo, Autorretrato con paleta y otra versión de Los dos hermanos. Pero el auténtico hito del periodo rosa es el retrato de Gertrude Stein, un retrato con larga historia. Desde ese otoño de 1906 hasta marzo de 1907 estuvo gestando lo que iba a asombrar al mundo, un vínculo a una nueva pasión mediante una ruptura definitiva con las formas anteriores, en su arte y en su vida íntima. Estaba surgiendo el cuadro Las señoritas d’Avignó, que al principio aislaron a su creador por incomprensión casi generalizada. El salto era demasiado osado. Más tarde se convirtió en el prototipo de la auténtica primera gran ruptura con todo lo anterior, algo que reflejaría la sociedad de esos primeros años del siglo XX.

La obra de cubismo analítico expuesta ahora en el Prado, Panes y frutero sobre mesa (1908/09) parece ser una modificación de una primera intención profana de La cena de Emaús, en la que las frutas dentro del cáliz, auténtica evocación eucarística, son una transformación de Fernande Olivier. Bajo la mesa, pueden imaginarse las piernas de alguien sentado en la parte de atrás, apoyadas en el suelo. Es una obra bellísima, llena de luz y matices cromáticos..

Esta naturaleza muerta va seguida del panel con el cuadro de cubismo sintético El aficionado, de 1912.  Tras asistir a una corrida de toros en Nîmes, se fijó en este aficionado español con bigote, sombrero cordobés, acompañado por una guitarra y una botella. Tiene razón Picasso cuando dice que él (y los cubistas) nunca dejó la figuración, que la ruptura consistía en cambiar el sentido de la percepción. De hecho, esto le iba a acompañar , -excepto en parte del periodo ‘neoclásico de vanguardia’ de la post primera guerra mundial- el resto de su vida, la percepción múltiple, desde varios ángulos de visión.

Pablo Picasso. Pareja. 1967. Kunsmuseum Basel. Museo del Prado

Cuadros que completan la visión tanto del cubismo analítico como del sintético, innumerables. Pero estamos hablando de los vínculos de la pasión, la pasión u obsesión por la forma, presente desde su primera juventud hasta su muerte. Pero aquí, la forma sustituye al color como factor significativo de la representación, en las obras expuestas en el Prado y compañeras de cubismo analítico como La danza de los velos o Mujer desnuda, Paisaje con dos figuras, Fábrica en Horta, Retrato de Fernande, La Dríada, El depósito de agua de Horta. Dijo Picasso: ‘No se trata de reducir las formas de la naturaleza a esquemas planos, sino de hallar los medios plásticos para mantener el sentido de profundidad y solidez’. Y también: ‘Mediante un entramado de formas geométricas, diversos planos y tonalidades, cronstruyo una perspectiva original del objeto.’ Tres retratos de cubismo sintético: Mujer con las manos entrelazadas  – Fernande desnuda- retrato de Vollard y retrato de Kahnweiler. Y todo lo que sucedió hasta la primavera de 1912, fecha de la ruptura definitiva con Fernande Olivier y posteriormente un ‘revival’ de colorido dedicado a Eva Gouel a quien amó tierna y profundamente hasta su muerte en 1916, en plena guerra. La obra maestra del periodo Eva, podría ser Retrato de muchacha, (Eva) lienzo pintado en Avignon. Eva parece suspendida sobre una superficie de verde saturado, demostrando, una vez más, que el cubismo podía integrar el color en sus composiciones.

El Arlequín sentado –retrato de Jacinto Salvadó- de 1923, representa ese periodo de postguerra conocido como neoclásico de vanguardia.(1917/24) Otros lo consideran en la frontera del surrealismo. El traje que lleva Salvadó es un regalo de Jean Cocteau. Otra vez el tema más recurrente de Picasso, más de cincuenta arlequines entre 1901 y 1927, incluyendo el bellísimo retrato de su hijo Paul, de cuatro años, de 1924. En un homenaje a Picasso en el Museo del Louvre, este Arlequín sentado fue colocado en el lugar de la Gioconda. Es también la época de gran actividad de diseños teatrales, especialmente para los ballets de Diaghilev. Algunas obras bellísimas de este neoclasicismo, la Manola realista/puntillista de 1917, pintada cuando acompañó a los ballets rusos a Barcelona, en la gira española de Parade. Este ballet fue el inicio de una colaboración con el teatro que duraría hasta mediados de los años veinte. También de 1917 es De vuelta del bautizo, una obra puntillista de recreación del pintor francés del siglo XVII, Louis Le Nain. Otra obra maestra. Y como obra de recreación, esta vez de los frescos de Rafael en el Vaticano, Dos mujeres corriendo por la playa, o la obra de inspiración renacentista Gran bañista (1922) característica del Picasso de los primeros años veinte. O el retrato a lápiz sobre papel de Igor Stravinsky. El talento para el dibujo de Picasso está presente desde niño. Una ‘pose’ tímida no esconde la tensión interior. Considerado uno de sus retratos más impresionantes. En 1921 convierte al clasicismo de vanguardia los elementos cubistas en la obra maestra, Tres músicos. En 1927, surge en la vida de Picasso, Marie Thérèse Walter, otra pasión, otra forma. Con ella nace un nuevo género: El pintor en su taller, Boisgelup,  escultura, suite Vollard… Retrato de Dora Maar en Mujer con sombrero sentada en sillón. Desde el Guernica, ya se puede hablar de eclecticismo de Picasso hasta el final de su vida. Es decir, él se crea sus propios ‘ismos’, utilizando no solo nuevas representaciones de la forma, sino que acude continuamente a elementos ya utilizados en periodos anteriores. En este retrato, Dora Maar aparece con una estética cubista, sin ser cubista. Su lado derecho mira de frente, el izquierdo de perfil. La mirada es completamente distinta en cada ojo. Dulce en el perfil, agresiva en el frente. Un cuadro expuesto en el reina Sofía – de la colección del Kunstmuseum- Desnudo acostado, (1934) tiene mucho que ver con Mujer desnuda acostada con flores, (1932). Para acompañar el periodo de Dora Maar, nada mejor que ver en la obra permanente del Reina Sofía, toda la pintura y escultura de los años treinta y primeros cuarenta, para revivir el vínculo de la pasión contra la guerra y la violencia, siempre el vínculo con la forma, con otro tipo de forma. Durante la ocupación alemana de París, el embajador alemán visitó el taller de Picasso en el Boulevard des Grands Augustins. Ante el Guernica le preguntó:” ¿Esto lo ha hecho usted? No, respondió Picasso. “Esto lo han hecho ustedes”.

Pablo Picasso. Venus y el Amor. 1967. Kunstmuseum Basel. Museo del Prado.

Al final de la Gran Galería del Prado los dos Picassos de 1967, La pareja y Venus y el amor. El primero podría ser uno de los múltiples retratos de él y Jacqueline, el segundo ¿podría estar inspirado en la Venus de Velázquez? Seguro que Picasso deja la interpretación al espectador. Para acompañar este periodo, tiene el Reina Sofía en su colección permanente muchos cuadros de la era Jacqueline, entre otros varios magníficos de la saga el pintor y su modelo.
Lo que vincula a todo: la forma.

Teresa Fernandez Herrera
Algunas cosas que he aprendido a lo largo de mi vida. Soy Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, master en Psicología del Deporte por la UAM, diplomada en Empresas y Actividades Turísticas, conocedora de la Filosofía Védica. Responsable de Comunicación y Medios en Madrid de la ONG Internacional con base en India, Abrazando al Mundo. Miembro de la British Association of Freelance Writers. Certificada en Diseño de Permacultura. Trainer de Dragon Dreaming, metodología holística para el crecimiento personal, grupal y comunitario en el amor a la Tierra. Colaboradora en Periodistas-es y en las revistas Natural, Verdemente, The Ecologist para España y América Latina. Profesora de inglés avanzado.

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