Varias editoriales coinciden en reunir su obra poética, la menos conocida y divulgada de su producción literaria.
Aunque Valle-Inclán es más conocido por sus novelas y por su teatro, el escritor gallego comenzó su carrera literaria escribiendo poesía. Ya en 1888 la revista estudiantil compostelana “Café con gotas” acogía en sus páginas un poema titulado “Molinares”, lo primero que publicaba Valle-Inclán cuando era estudiante de Derecho en la universidad de Santiago.
A pesar de que según Valle la poesía ocupaba la cumbre de la jerarquía creativa, con los años su dedicación se orientó fundamentalmente hacia la prosa, aunque muchas de sus prosas pueden ser calificadas de poéticas. Sin embargo, no abandonó nunca la lírica y, además, introducía con frecuencia composiciones y poemas sueltos entre los diálogos de sus obras de teatro y en los textos de sus novelas.
Poesías completas
La editorial Visor publica ahora con el título “Poesías completas” la obra “Claves Líricas”, que reúne desde su edición de 1930 los tres libros fundamentales de la poesía de Valle-Inclán: “Aromas de leyenda” (1907), “El pasajero” (1920) y “La pipa de Kif” (1919). Los profesores Luis T. González del Valle y José Manuel Pereiro Otero, de la Temple University, señalan muy acertadamente en el prólogo de esta edición, que estos tres libros de poemas de Valle-Inclán se corresponden con las tres etapas fundamentales de su carrera literaria: “…Aromas de leyenda conecta con el ciclo galaico de la obra de Valle, El pasajero se aproxima más a las ideas teosóficas y esotéricas y explora su moderna concepción del tiempo, y La pipa de Kif se convierte en una vital evocación de aspectos jocosos, irónicos y grotescos propios del arte esperpéntico”.
La obra poética de Valle-Inclán es uno de los mejores ejemplos de la poesía modernista que se hacía en España durante los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, influida fuertemente por la obra de Rubén Darío. Valle-Inclán no sólo no negó nunca, sino que asumió, esa influencia del poeta nicaragüense, cuyo “Soneto iconográfico para el señor Marqués de Bradomín” preside esta publicación (Darío lo había titulado “Soneto para el señor don Ramón del Valle-Inclán” pero el autor de “Claves líricas” le cambió el título). Pero en Valle están también muy presentes las influencias de D’Annunzio, de Verlaine y de Barbey d’Aurevilly, cuyas obras conocía muy bien.
Valle-Inclán fue un poeta modernista con todas las consecuencias, y las características de este movimiento están también muy presentes en el resto de su obra literaria. Algunos estudiosos como Guillermo Díaz Plaja (“Modernismo frente a noventa y ocho”. Espasa Calpe) llegan a afirmar que Valle es únicamente un escritor modernista y niegan su pertenencia a la Generación del 98.
“Aromas de leyenda” es la obra de un poeta primerizo, con todo el impulso que contienen las primeras manifestaciones de la creación poética, plagado de sensualismo y de melancolía, y con los errores y los fallos que se cometen en los inicios de toda carrera literaria, más apreciables con el paso del tiempo que en el momento de su publicación. Valle aún mantiene, en efecto, los vínculos con sus orígenes, con la tierra, “pobre abuela olvidada y mendiga”, y finaliza muchas de sus composiciones con textos de versos tradicionales en idioma gallego, mientras en otras introduce los ritmos de la música y el folklore de Galicia, como en “Son de muñeira”, donde los versos adoptan el ritmo de este género musical. Con ello se aproximaba a la excelencia que él mismo señalaba en su artículo “Modernismo” publicado en la revista “La Ilustración Española y Americana”: “Hay poetas que sueñan con dar a sus estrofas el ritmo de la danza, la melodía de la música y la majestad de la estatua”.
Con “El pasajero” el modernismo de Valle-Inclán se perfecciona y se hace más cosmopolita. Tomando como tema central la rosa, Valle-Inclán asume aquí todas las características del movimiento literario y aborda los grandes asuntos de la poesía modernista, en un ejercicio estético, sin complejos, de claras reminiscencias rubendarianas: el soneto “Rosas astrales” parece escrito por la mano del vate nicaragüense. Aunque se aprecian también intentos rupturistas, como “Rosa del pecado” (Clave XXI) y “Karma” (Clave XXXIII), que cierra el libro y anuncia nuevos caminos.
A pesar de haberse publicado un año antes (fue el propio Valle-Inclán quien decidió que figurase en este orden), en “La pipa de Kif” es donde se perfila el Valle más innovador y rupturista. Y no sólo por el canto encendido al consumo de drogas y estupefacientes, donde anuncia “la era argentina/de socialismo y cocaína”, sino por ciertas incursiones en el surrealismo, la denuncia social a través del ajusticiamiento por garrote vil, las descripciones de pueblos (“Medinica”) y la elaboración de un fascinante bestiario zoológico a partir de un recorrido por la Casa de Fieras del parque madrileño del Retiro.
Los tres libros mantienen sin embargo aspectos comunes y temas recurrentes: la muerte, el sentido de trascendencia, el misterio, los milagros. Hay en todos ellos ecos de su Galicia, una actualización emocional de la memoria que el autor transforma en materia lírica en los paisajes y en los bosques, en las casonas y en los pazos, en las cruces de los caminos, en las romerías en las que suena la gaita, en las leyendas…. En los personajes: brujas y adivinas, almas en pena, peregrinos, beatas, nigromantes, ciegos que cantan sus romances.
A los tres libros de poesía de Valle-Inclán, esta edición añade, bajo el epígrafe “Poesías no recogidas en libro”, una serie de poemas dispersos que el autor publicó en periódicos y revistas, algunos conocidos (“La Esfera”, “El Sol”, “El Imparcial”, “Blanco y Negro”) y otros no tanto (“Ciudad”, “Revue Sudamericaine” de París, “México moderno”, “Grecia”). Como curiosidad se incluye su primer poema, “Molinares”, en la versión que hizo para “Café con gotas”, y “Cantiga de vellas”, que escribió totalmente en gallego y publicó en “El Noroeste” de A Coruña en abril de 1910. También se incluyen aquellos poemas que figuraban en las ediciones originales de los tres libros y que Valle-Inclán decidió suprimir en la edición definitiva de 1930.
Claves líricas
Si algo tienen las ediciones facsímiles de las grandes obras de la literatura, es que transmiten al lector la sensación de ser trasladado a otras épocas, a los años en que se publicaron. Es lo que consigue la edición de “Claves líricas” de Sial Ediciones, una publicación que es un clon perfecto de la que el propio Valle hiciera en 1930, diseñada por él mismo en todos los detalles. En esta edición de “Claves líricas”, el poeta gallego Vicente Araguas escribe un prólogo en el que sitúa cada una de las obras que la componen en el contexto biográfico y literario de Valle-Inclán. Así, nos recuerda que “Aromas de leyenda” se publica el mismo año que Valle estrena “Águila de blasón” y mientras escribe la trilogía de la guerra carlista. Araguas cita también la influencia de Dante Gabriel Rosetti en los versos del primer poemario de Valle-Inclán, y analiza cada uno de los libros incluidos en “Claves líricas” advirtiendo incluso sobre las depuraciones que hizo Valle-Inclán de las influencias de Rubén Darío en algunos poemas en la edición definitiva de “El pasajero”. Para Vicente Araguas “lo que hace Valle-Inclán con el sentimiento poético [es] ponerlo boca arriba, e insuflarle vida, aunque esta venga atizada por ventoleras que iban a soliviantar a Cotarelo, Cejador o Ricardo León”. Para Araguas, “La pipa de Kif” es uno de los grandes libros de la lírica española del siglo XX, que anuncia la llegada de una edad de plata de nuestra poesía, la de García Lorca, Juan Ramón Jiménez y algunos de los poetas de la Generación del 27.
A pesar del tiempo transcurrido desde su publicación y de los nuevos caminos de la poesía posterior al modernismo, la obra de Valle-Inclán sigue manteniendo una cierta magia y un misterio que la hace gratificante y perfectamente asumible. Lo que no es poco a estas alturas.
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