Nuestro intestino es un verdadero ecosistema esencial que tiene la facultad de absorber de forma eficiente los nutrientes y, con ello, mantener nuestra salud en general. A lo largo de la historia, se ha comprobado cómo en varias civilizaciones se han incorporado los fermentos de ácido láctico para mantener el intestino correctamente.
La ingesta diaria de lácteos fermentados se incorporó hace más de 10 000 años y es en el siglo XX cuando hemos dejado de tomarlos en la cantidad necesaria por toda la comida procesada que se ingiere.
Si bien la definición inicial de los probióticos se refería a los microorganismos que estimulan el crecimiento de otros, en oposición a los antibióticos, actualmente, el término hace referencia a un preparado que contiene cepas de microorganismos viables en cantidad suficiente como para alterar la microflora, bien por implantación o por colonización. Las leches fermentadas, los polvos, los comprimidos que nos ofrecen en la farmacia, son beneficiosos para nuestra salud intestinal en la medida en la que la hemos dañado.
La Organización Mundial de la Salud propone una definición que se refiere a los microorganismos vivos que, cuando son administrados, son beneficiosos para la salud.
Por otro lado, el término prebiótico se refiere a los ingredientes de los alimentos no digeribles que producen efectos beneficiosos estimulando el crecimiento y/o actividad de un número limitado de bacterias en el colon. Si bien esta definición se podría solapar con el de fibra dietética, añade la selectividad de los prebióticos sobre ciertos microorganismos.
La fibra dietética, por el contrario, se refiere a un amplio espectro de carbohidratos y de lignina que resisten la hidrólisis por los enzimas digestivos humanos, pero que son fermentados por la microflora colónica y/o excretadas parcialmente por las heces. En este conjuntos incluiríamos a los polisacáridos no almidón, las pectinas, gomas, mucílagos y otras celulosas, además de los fructooligosacáridos, los galactooligosacáridos y la inulina. Algunos componentes de la fibra son difíciles de clasificar; por ejemplo, la goma guar, un tipo de fibra soluble fermentable, que promueve en parte el crecimiento de bacterias probióticas pero también actúa como sustrato general (no específico) de las bacterias colónicas («alimento colónico fermentable») por lo que no podría considerarse en sentido estricto como tal «prebiótico».
En el último caso, los simbióticos son aquellos productos que contienen ambos, probióticos y prebióticos y la combinación de ambos también resulta beneficiosa para el intestino.
En cualquier caso, siempre le habrán indicado que los tome cuando ingiera antibióticos, cuando padezca estreñimiento crónico o un ritmo intestinal lento. La adición de la fibra ayuda a largo plazo a aumentar el número de deposiciones y previene ciertas enfermedades si bien no es baladí añadirla a la dieta. Actualmente se sabe que la ingesta regular de probióticos, prebióticos y simbióticos previene el riesgo de cáncer de colon y en personas que tienen pólipos colónicos dado que al mejorar la flora fecal, influye en los marcadores genéticos, celulares, inflamatorios e inmunológicos.
Tomar estos compuestos junto con frutas y verduras frescas, se ha asociado a un descenso probable de cáncer de colon y recto y ha mejorado notablemente la enfermedad inflamatoria intestinal al ser restaurada la microflora intestinal por la reducción de la inflamación. No así en la enfermedad de Crohn en donde no se han visto mejorías notables tras ingerir probióticos y prebióticos.
En algunos pacientes que padecen esteatosis hepática o en aquellos con esteatohepatitis o fibrosis, el uso de probióticos ha modulado la flora intestinal y por ello, se han visto mejorías en el eje intestino-hígado por lo cual, la enfermedad ha mejorado notablemente en las analíticas de transaminasas y perfil lipídico. En cualquier caso, no deben ingerirse por saludables que padezcan sin consultar a su médico de familia. En algunas patologías crónicas no favorecen y sí afectan a los tratamientos que le hayan prescrito. Las dosis adecuadas y el tiempo de duración del tratamiento, siempre lo pauta un médico, por natural e inofensivo que parezca así que conviene que lo consulte y no se automedique a tal efecto.
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