El siglo diecinueve fue el de la gran literatura. Dickens en Inglaterra, Tolstoi y Dostoievski en Rusia, Zola, Balzac, Víctor Hugo en Francia, Manzoni en Italia… marcaron las líneas maestras de una narrativa que aportó algunas de las mejores obras a la historia de la literatura universal.
También en España fue el diecinueve el siglo en el que aparecieron novelistas excepcionales que, doscientos años después, aún se leen con el interés que sólo la gran literatura proporciona a los lectores ávidos de la calidad de los grandes clásicos. Benito Pérez Galdós, Leopoldo Alas Clarín, José María de Pereda, Vicente Blasco Ibáñez… escribieron novelas que hoy incluyen todas las antologías sin excepción. Aunque no fue la única, sólo una mujer alcanzó la consideración y el prestigio destinado a los grandes escritores del diecinueve español: Emilia Pardo Bazán (A Coruña, 1851-Madrid, 1921).
Los méritos de esta escritora de orígenes aristocráticos (era condesa) van más allá de su obra literaria y se instalan en la incipiente lucha por el feminismo y los derechos de la mujer que en aquellos años de finales del diecinueve las clases dominantes consideraban como una intrascendente moda revolucionaria, cuando no un capricho de progresistas.
Doña Emilia lo era (progresista) y pese a sus orígenes aristocráticos su ideario estuvo casi siempre en la vanguardia ideológica de los movimientos de la época, un ideario heredado de su padre, diputado del Partido Liberal Progresista, quien también le transmitió su pasión por la lectura y le dejó una de las mejores bibliotecas del entorno.
En política se acercó durante una época al carlismo, aunque lo abandonó para seguir un camino propio e independiente: «Los conservadores de la extrema derecha me creen ‘avanzada’, los carlistas ‘liberal’ y los rojos y jacobinos una beatona reaccionaria y feroz». Sus ideas sobre la sociedad de su tiempo están también en las obras de ficción que escribió. Para la Pardo Bazán la novela era más que un mero entretenimiento («un modo de engañar gratamente», según sus palabras) para convertirse en un estudio social, sicológico, histórico.
Su formación cultural, sus ideas krausistas, su cosmopolitismo y el dominio de los idiomas francés, inglés y alemán la llevaron a conocer la cultura de otros países europeos, fundamentalmente Italia y Francia. Simultaneó la literatura con la crítica literaria, la traducción, el teatro y la edición (publicó en España las obras feministas de John Stuart Mill).
Como periodista colaboró en numerosos periódicos españoles y extranjeros, dirigió la «Revista de Galicia» y llegó a fundar una revista cultural de su propiedad, «Nuevo Teatro Crítico», cuyas páginas, cargadas de encendido feminismo, escribía en su totalidad. Y aún tenía tiempo para dedicarlo a participar en actos y manifestaciones para denunciar la explotación de las mujeres y reivindicar sus derechos: «Yo soy una radical feminista; creo que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer». Fue pionera en la denuncia del maltrato a la mujer y a lo que llamó mujericidios, feminicidios y ginecidios, en artículos, conferencias y en relatos como «El indulto».
Cuestiones palpitantes
En Europa, fundamentalmente en Francia, a finales del siglo diecinueve la literatura buscaba nuevas expresiones para superar los excesos del Romanticismo. Una de las tendencias había situado la novelística de los nuevos autores en un estilo más pegado a la descripción de lo que ocurría en la sociedad, un género bautizado como Realismo. Pero a algunos el Realismo les resultaba insuficiente para denunciar los excesos de la nueva sociedad industrial, caracterizada por la explotación de los obreros y una nueva forma de esclavismo social.
En esta línea Emile Zola había tenido un fuerte éxito con sus novelas «Thérèse Raquin», «Nana», «Germinal», «La bestia humana»”, en las que llevaba las descripciones de lo real hasta sus últimas consecuencias, sin ahorrar los aspectos más desagradables. Durante un viaje por Francia acompañando a su padre, Emilia Pardo Bazán conoció a Víctor Hugo y a Zola y tuvo ocasión de leer la novela de este último «La taberna», donde encontró una descripción del mundo de los obreros tal como era. Cuando regresó a España la escritora ya sabía cuál iba a ser su línea literaria.
La polémica que suscitó el Naturalismo entre sus seguidores y los partidarios del Realismo situó a Emilia Pardo Bazán al lado de los defensores de Zola escribiendo una serie de artículos en «La Época», el diario más importante de la Restauración, que más tarde reunió en el ensayo «La cuestión palpitante» (prologado por Clarín), que escandalizó a la sociedad española de aquellos años. El escándalo se produjo porque era la primera vez que una mujer se ponía al mismo nivel de un hombre y defendía los valores de una corriente que venía de Francia, un país que se había apartado del tradicionalismo religioso. Los conservadores consideraban al Naturalismo como una literatura indecente, pornográfica y antirreligiosa. Marcelino Menéndez y Pelayo, hasta entonces amigo de Pardo Bazán, fue uno de los más destacados detractores de su obra naturalista.
Antes de «La cuestión palpitante» Emilia Pardo Bazán ya había expresado sus simpatías por el Naturalismo en el prólogo de su novela «Un viaje de novios». Después, la publicación de «La tribuna», considerada como la primera novela naturalista española y la primera que se dedicaba al mundo obrero, pensada como una denuncia de los métodos de explotación del proletariado y una defensa de los derechos de la mujer trabajadora, exacerbó aún más los ánimos de los furibundos críticos de la novelista.
El estilo naturalista de Emilia Pardo Bazán culminó en «Los Pazos de Ulloa», publicada en 1886, la novela que la consagró como una de las grandes escritoras españolas. A las críticas ya esbozadas por Pardo Bazán en sus obras anteriores se une aquí la descalificación de la oligarquía terrateniente y de la nobleza decadente de Galicia, que pretendía continuar su domino sobre el mundo rural a costa de mantener los privilegios históricos de los que había vivido durante siglos. Aunque no todas sus novelas posteriores se inscriben en la corriente del Naturalismo (también siguió a los movimientos del simbolismo y el modernismo), sí lo hacen obras como «La madre naturaleza» y «La piedra angular».
Los éxitos literarios no privaron a Emilia Pardo Bazán de continuar con la lucha feminista en la que se había comprometido desde siempre, que trasladó a ensayos como «La mujer española». Recibió ataques e insultos machistas desde sectores conservadores y reaccionarios, y también de personajes importantes de la época, que vetaron hasta en tres ocasiones su entrada en la Real Academia Española. Fue la primera mujer que alcanzó la cátedra de Literatura en una universidad española, la Central de Madrid; también la primera presidenta que tuvo la sección de Literatura del Ateneo de esta ciudad, y la primera mujer que ocupó una corresponsalía de prensa en Roma y París.
La polémica desatada por su defensa del Naturalismo iba a terminar también con su matrimonio, pues su marido le pidió que abandonase su dedicación a la escritura y se retractase de sus ideas, a lo que por supuesto se negó. Por eso también en sus novelas profundizó en las relaciones de pareja y en los problemas conyugales, después de su separación matrimonial (se había casado a los dieciséis años) y de sus amoríos de más de veinte años con Benito Pérez Galdós, que la escritora recreó en su novela «Insolación».
En sus últimos años sus obras se orientaron hacia el simbolismo y un espiritualismo de raíz cristiana que plasmó tanto en sus novelas como en sus ensayos y conferencias. Emilia Pardo Bazán murió en Madrid el 12 de mayo de 1921.
Las cenizas de un legado
En la biografía «Emilia Pardo Bazán: la luz en la batalla», su autora Eva Acosta afirma que Carmen Polo de Franco, en su primera visita al Pazo de Meirás, en 1938, ordenó quemar todos los papeles que encontró en los cajones de los muebles, escandalizada por lo que había leído en manuscritos, diarios, apuntes y cartas que encontró allí, firmadas por Pérez Galdós, Menéndez Pelayo, Lázaro Galdiano, Giner de los Ríos, Blasco Ibáñez, Clarín…: «Así quedó reducido a cenizas buena parte del archivo personal de la escritora y de la historia literaria y social del siglo veinte», dice la autora de este libro. Este incidente ya había sido contado por Ricardo Gullón en el artículo «Mujeres en la vida de Galdós», publicado en «ABC» el 27 de diciembre de 1988. Gullón habría recibido el testimonio por boca del capitán que acompañaba a la esposa de Franco durante aquella jornada.
Hace unos meses, un librero de viejo de la Cuesta Moyano de Madrid, Guillermo Blázquez, desveló que los descendientes de Agustín González de Amezúa, un académico fallecido en 1956, son los propietarios de las cartas que Benito Pérez Galdós envió a Emilia Pardo Bazán y que se creía destruidas por Carmen Polo o en el incendio del Pazo de Meirás de 1978.
El incendio de la Torre de la Quimera del Pazo el 18 de febrero de 1978 destruyó la sala en la que se celebraban los consejos de ministros durante las vacaciones de Franco en aquella propiedad y también documentos e informes secretos sobre la guerra civil y el franquismo. También se quemó una parte importante de la biblioteca que Emilia Pardo Bazán había heredado de su padre y que ella había engrosado a lo largo de su vida. De lo que quedó, unos ocho mil libros fueron donados a la Real Academia Gallega, pero otros muchos quedaron en el Pazo de Meirás, más de tres mil ejemplares que ahora esperan destino.
Coincidiendo con este aniversario se ha publicado una novela inédita de Pardo Bazán, «Los misterios de Selva», una narración policíaca, género en el que también la condesa fue una adelantada, pues la escribió en 1912, mucho antes de que Agatha Christie publicara su primera novela.