Un dictamen de expertos, aconseja: proteger a los niños del horror bélico, limitarles la información y, sobre todo, no asustarles. Difícil tarea, porque los niños lo captan todo, aunque no entienden la guerra de los mayores.
Macarena tiene nueve años. Sobre una cartulina, dibuja una bandera de España, una bandera de Ucrania y, en medio, un corazón que evidencia el mensaje que la niña desea transmitir a otros niños marcados por la imborrable huella de la guerra, hacia la que parte su padre a combatir con las armas de la solidaridad.
El padre de Macarena, es Chapu Apaolaza, un compañero muy querido al que encontramos en La Brújula de Onda Cero, detallando la actualidad en su cuaderno diario. La iniciativa solidaria junto a Javier Lesaca y otros seis amigos audaces, que prefieren ser anónimos, les ha llevado de Madrid hasta Lodz, Polonia, en una caravana de cuatro furgonetas Volskwagen Caravelle, cargadas de alimentos, medicinas, ilusión y mucha fuerza mental, sabiendo lo que se iban a encontrar.
En el frontal de la primera furgoneta, la cartulina que ha dibujado Macarena. Estos ocho valientes han rescatado del horror a veinticuatro personas, cuya gestión fue legalmente tramitada desde España con las ONG correspondientes. Cuatro se han quedado en Pamplona, cuatro en San Sebastián y dos han ido para Andalucía. Además cuatro familias de refugiados con niños con enfermedades neurológicas y un niño autista, se quedan en Madrid acogidos por la Fundación Querer para el imprescindible apoyo psicológico y la escolarización de los niños de Ucrania en un centro con un nombre entrañable; El Cole de Celia y Pepe, colegio pionero en Madrid para niños, desde tres a los dieciséis años, con trastornos en el lenguaje que, ahora, recibe con los brazos abiertos a los niños llegados desde la crueldad de la guerra, ofreciéndoles una vida nueva hasta que llegue la paz a Ucrania.
Tengo que hablar un día con su impulsora y presidenta, la periodista Pilar García de la Granja, para que nos diga cómo se llega a crear un organismo tan complejo que requiere tanta entrega. Posiblemente la clave esté esta frase: «Pensé que otro mundo es posible».
Mariúpol, el Guernica de Ucrania:
«Masivo Crimen de Guerra»
«Lo que está pasando en Mariúpol es un masivo crimen de guerra». Lo ha dicho José Borrell, certificando la opinión de quienes señalan a Mariúpol como «El Guernica de Ucrania»
Entre las estremecedoras crónicas, diarias, que ha enviado Chapu Apaolaza desde la guerra, me paralizó la que hacía referencia a las «manitas entre los escombros». Sin duda, son de los niños que fallecieron en el bombardeo al hospital materno infantil de Mariúpol. Asesinar a los niños es una manera de exterminar a los pueblos.
Inmediatamente me vino a la memoria una entrevista que le hice al entonces superviviente de más edad del bombardeo de Guernica; se llamaba Juan José Guerrikabeitia y la masacre nazi le sorprendió en el mercado, como a tantos guerniqueses, aquel lunes del horror. En su conmovedor relato, tuvo un recuerdo para un amigo al que las bombas dejaron entre su mano, fuertemente agarrada, la pequeña mano de su hijo de cinco años. Días después de la publicación, en Interviú, me llamó Maya Ruiz, hija de Picasso, para decirme, con gran emoción: «lo habéis contado tal y como lo pintó mi padre».
Hace cinco años, en Periodistas, publicábamos una entrevista a Luis Iriondo, el último superviviente de la masacre nazi de Guernica; tenía 94 años y tanta lucidez que, recordando, se detenía como si lo estuviera viviendo en ese momento. Ahora Luis, quien tiene 99 años, sigue viviendo en Guernica y ve reflejada la tragedia de su pueblo natal en el Guernica de Ucrania. En la ciudad vasca, están especialmente sensibilizados y han acogido a 45 refugiados de Mariúpol que han sido alojados en el convento de Santa María del Socorro, con la ayuda del voluntariado de Cruz Roja.
Reporteros Sin Fronteras:
«Los periodistas son objetivos principales»
Los reporteros son testigos de primera línea y corren el riesgo de ser alcanzados por los ataques de la invasión rusa. Reporteros Sin Fronteras (RSF), ha pedido a los contendientes y a las organizaciones internacionales que «garantice su seguridad».
La televisión nos muestra imágenes de reporteros muy jóvenes, informando con una sorprendente serenidad. Es notoria la presencia de mujeres periodistas siguiendo el difícil camino que marcaron sus predecesoras. La alemana Gerda Taro, fue la primera mujer reportera gráfica; falleció, con veintiséis años, cubriendo la información de guerra civil española.
Almudena Ariza, es la veterana de las reporteras españolas en Ucrania; buen ejemplo de actitud para una generación que llega marcando arrojo.
Desde el mismo 24 de febrero, día de la invasión de Rusia, me llamó la atención una joven reportera que cubría la información en Mediaset desde el centro del peligro, al que llegó sin manual asimilando que cada segundo de vida puede ser el último. Se llama Sol Macaluso, es argentina y hace dos años llegó a España. El inicio del bombardeo ruso le sorprendió en medio de la nada: «Una familia me brindó refugio». La hemos visto emocionarse, y pedir perdón por ello. También, es corresponsal de Telemundo, la televisión más grande de Estados Unidos que transmite en español, así que el descanso en la guerra es limitado y ha vuelto a España hace unos días: «Necesitaba un respiro, pero mi cabeza sigue estando allí». Sol, con el riesgo que supone, consiguió sacar de Ucrania a la hija de su fixer: «Max me lo pidió y lo logré; él me ayudó mucho para que pudiera hacer mi trabajo en un país extraño para mí. Ahora Dana, es mi hermana y está ya en Barcelona, a salvo.
Laura, de Chiclana, es otra joven reportera que narra su crónica desde un pasillo con el ruido de los misiles fuera y el mensaje de un combatiente ucraniano: «Gracias por estar aquí enseñando lo que sucede; gracias por acoger a nuestras familias que huyen del infierno. Necesitamos armas, que sigan ayudando». Al final el soldado entona «De Sevilla a Granada» y Laura se emociona.
Esther Yañez, desde Bucha, hace su crónica para Horizonte, y nos hiela el corazón; está rodeada de cuerpos sin vida, sobre el asfalto, de civiles asesinados por los rusos y, además, habla de las violaciones masivas a niñas «se sabe ya que algunas están embarazadas». Si un rostro dice más que mil palabras, éste es el caso de Esther. Solo una mujer sabe lo que supone ser violada.
Las tres son solo una muestra de las muchas reporteras destacadas en esta guerra. Todas me causan respeto, admiración y creo que envidia.
Lo comento con Javier Nart que tanto sabe de guerras: «las he visto, tienen mucho coraje». Forman excelente tándem con sus compañeros reporteros porque no es momento ni lugar para disputarse primicias. Es manifiesta la audacia de los reporteros de guerra y Nart les reafirma con merecido elogio: «El bloque de los últimos diez años es magnífico; como los actuales no hay nadie. Y están muy mal pagados». Aunque, también destaca a Vicente Talón como: «el mejor reportero de guerra de todos los tiempos».
Por todos ellos vela Reporteros sin Fronteras, organismo al que pertenezco desde hace muchos años por el deber de saber que hay que hacer causa común con esos compañeros, de una especial raza, que nos representan por el mundo exponiendo sus vidas para que estemos informados desde el confort de nuestras casas. Ahí están los veteranos, como Pérez Reverte, Jon Sistiaga, Gervasio Sánchez, con un bagaje de guerras…
Y en el corazón, siempre, los que nos arrebataron; José Couso, David Beriain, Roberto Fraile… Desde Periodistas, su editor Rafael Jiménez Claudín, hace, con frecuencia, recordatorios de la labor, inmensa, de RSF y, personalmente, desde Periodistas, agradecería a los compañeros de los distintos medios que, alguna vez, pusieran el foco en la dedicación que se hace desde España. Son periodistas que trabajan, generosamente, con auténtica vocación de ayuda. Este año RSF, cumple veinticinco años en España, con la celebración de un concierto benéfico, en Madrid, el próximo 3 de mayo. Voces contra el silencio.
Todo es mentira-Todo es verdad: Y la música de un piano
El despliegue de medios hace que las televisiones hayan ampliado la información sobre la guerra contra Ucrania. En esta tarea, la actividad de Mediaset es intensa y Risto Mejide sale a la arena de Cuatro todas las tardes y hace doblete por la noche en un juego de palabras: Todo es mentira- Todo es verdad. Por desgracia, cuenta cosas que deberían de ser mentira pero son verdad y su semblante le delata: «Ya sabemos que estamos contando algo muy duro; contarlo también es muy duro y llega uno a casa hecho polvo y estos momentos, de verdad que te dan la vida». De esta forma daba entrada a Sergey Klimenko un joven pianista ucraniano que vive en Barcelona en una familia de acogida. Con el fondo de unas imágenes de la guerra, Sergey acompañó con su piano en las pausas durante todo el programa. En la barbarie, a más de tres mil kilómetros, Irina tocaba el piano, por última vez, entre las ruinas de su casa devastada por las bombas rusas.
Después de casi dos meses la guerra de Ucrania se recrudece, la información se refuerza con conexiones puntuales y comentaristas que van desgranando la sinrazón, con criterios unánimes: «Putin es un asesino». Algunos hablan desde su experiencia. Es el caso del eurodiputado Javier Nart, corresponsal de guerra durante diez años, en las zonas más conflictivas del mundo: Nicaragua, Zimbaue, Líbano, Palestina, Irán, Irak… Hablo con Javier Nart, desde Strasburgo: «Mañana a primera hora salgo para Ucrania». Tengo curiosidad por saber qué suscita su interés por ir a esta guerra, después de tantos años de haber colgado su acreditación de reportero de guerra: «Necesito verlo de cerca, ha sido mi vida. Siempre he tratado de estar en los lugares en los que ocurre algo que merece ser contado y ayudar a mantener una solidaridad».
Visto desde fuera, los reporteros de guerra nos parecen duros, pero el relato de Nart me confirma que es un error: «Siendo corresponsal de guerra iba yo con mi cámara con la intención de hacer una fotografía, en un pelotón de fusilamiento, y me encontré con la mirada de un hombre que no pensaba en nada; esperaba la muerte. En su mirada, sentí entender que le robaba el instante. No fui capaz de fotografiarle. Hay que respetar el dolor».
Tras varios intentos, Nart ha conseguido entrar en Ucrania. Se ha metido, de nuevo, en la piel del reportero de guerra y narra su crónica para la televisión sobre las imágenes de Irpín, una ciudad devastada por las bombas de Putin. Vuelven sin duda los recuerdos, la exposición de la vida: «El reportero de guerra, sabe que puede morir» Lo dice como si fuese lo más natural y habla con conocimiento de causa; en plena revolución sandinista, fue herido en Nicaragua. Ahora, Javier Nart, ha abierto un ciclo cuando el calendario refuerza la sensibilidad en el ser humano: «La frontera es muy dolorosa. Las miradas de incomprensión de un niño en el terror es lo que me ha golpeado más. Los niños, no pueden comprender lo que pasa, por qué les quieren matar. Eso no se le puede perdonar a Putin».
Es sabido que los niños son siempre los más vulnerables, pero a Nart le viene de antiguo ese especial sentimiento vivido en su infancia: «Mi madre era profesora en un colegio de niños con enfermedades mentales. Siempre me pregunté… qué pensarán». Y me cuenta una conmovedora historia de uno de los alumnos de su madre… Ahora que lo pienso, puede que tenga que ver con el título de uno de los libros de Javier Nart: Nunca la nada fue tanto.
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